FC Barcelona

Maradona

Se dijo hepatitis y el resto es silencio

Hasta su enfermedad en la primera temporada como azulgrana, Maradona ya había marcado once goles en dieciséis partidos oficiales

Zaragoza, 4-6-1983.- El Barcelona se ha proclamado campeón de la Copa del Rey, al derrotar esta noche en el estadio de La Romareda al Real Madrid por dos goles a uno. En la foto, un periodista intenta entrevistar en el terreno de juego al barcelonista Maradona. Detrás, el guardameta Urruti. Efe/cl
Zaragoza, 4-6-1983.- El Barcelona se ha proclamado campeón de la Copa del Rey, al derrotar esta noche en el estadio de La Romareda al Real Madrid por dos goles a uno. En la foto, un periodista intenta entrevistar en el terreno de juego al barcelonista Maradona. Detrás, el guardameta Urruti. Efe/clEFEEFE

Todo iba como la seda en aquel otoño de 1982. Un meteorito llamado Diego Armando Maradona sobrevolaba el fútbol europeo desde su incorporación al Barcelona tras el fiasco mundialista y menottista de Argentina. Aquella tarde del 5 de diciembre, la Real Sociedad de Alberto Ormaetxea era despachada por la mínima con un gol del astro, que recogió a los cinco minutos un pase interior de “Boquerón” Esteban y la picó con sutileza por encima de Luis Miguel Arconada. Era su sexto gol en trece apariciones ligueras, undécimo en total gracias al triplete que le metió a los chipriotas del Apollon en la Recopa y al doblete, abracadabrante vaselina ante Stojanovic incluida, en el Pequeño Maracaná del Belgrado.

La victoria sobre los donostiarras, bicampeones vigentes de la Liga, aupaba a los culés al segundo puesto, a sólo dos puntos de Real Madrid y por delante del Athletic Club de Bilbao y de Javi Clemente, próximo visitante del Camp Nou y futuro laureado. Nadie dudaba de que el Barça iba a romper la maldición liguera que iba para un decenio de vigencia hasta que, una semana después, Udo Lattek presentaba ante los vizcaínos un once sin Maradona, que perdía por la mínima (gol de Andoni Goikoetxea; sí, el mismo Goikoetxea). ¿Qué había ocurrido? La justificación oficial se publicó a mediados de mes y la verdad verdadera, en fin, aún se ignora.

Diego Armando Maradona no reapareció hasta marzo y sólo jugó siete partidos más en aquella Liga de la que el Barcelona se descolgó pronto. Volvió contra el Betis, cuatro días antes de que el Austria Viena eliminase a su equipo de la Recopa, pero a tiempo para marcar seis goles decisivos en las campañas victoriosas de la Copa del Rey y la Copa de la Liga, ambas levantadas tras doblegar en las finales al Real Madrid. Los tres meses de baja del Pelusa fueron excusados con una hepatitis, enfermedad que en principio iba a tenerlo apartado de los terrenos de juego hasta el curso siguiente. La privilegiada genética del crack dejó los plazos estimados en la mitad.

«Esa hepatitis escondía en realidad una venérea; pero como eso era intolerable, no se podía contar eso a los medios; desde el club se generó una manera de explicarlo que fuera razonable para el tiempo de reposo necesario». El periodista argentino afincado en Barcelona Fabián Ortiz lo afirma en “Fútbol Club Maradona”, un documental producido para #Vamos en 2019 que repasa el bienio catalán del astro. Las pruebas que aporta son febles, por no decir nulas, pero la vida loca que llevó Diego en una ciudad tan tentadora, donde se aficionó a la noche y comenzó a consumir cocaína –esto sí según su propio testimonio– nos remite enseguida al adagio italiano: «Se non è vero e ben trovato».

Hamlet muere y sus últimas palabras fueron: «El resto es silencio». Una de las muchas interpretaciones de la sentencia shakesperiana que se han hecho a lo largo de los siglos es que ciertas historias es mejor aceptarlas tal y como han sido relatadas porque profundizar en busca de la verdad sólo generaría dolor. Tan evidente como que el hígado de Maradona hubo de resentirse tras esos meses de desenfreno barcelonés es que una de las mutaciones del virus de la hepatitis, la B, se considera una enfermedad de transmisión sexual. Venérea o no, como afirma Ortiz, es muy posible que la higiene de vida de Diego influyese decisivamente en su prolongada baja.

Eran los locos ochenta, la década de los prodigios y la fiesta en una España que apenas se sacudía la caspa del tardofranquismo y Barcelona era entonces, sin duda, la plaza nacional más liberada en lo tocante a las costumbres. Aquello era Jauja para un veinteañero ya riquísimo e idolatrado por las masas que procedía del Buenos Aires nacionalcatólico que gobernaba con mano de hierro la Junta Militar. Casi cuarenta años después, hemos vuelto al oscurantismo y a la hipocresía. ¿O acaso el avisado lector no duda de muchos partes médicos que publicitan los clubes?