Entrevista

Ander Izagirre: «Algunos ciclistas bebían sangre de buey porque creían que les iba a dar más fuerza»

Ander Izagirre repasa la historia de la carrera italiana en «Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey»

Ander Izagirre: «El ciclismo no sólo es épica, también hay trampas, hay tragedias, hay muertes y hay comedia»
Ander Izagirre: «El ciclismo no sólo es épica, también hay trampas, hay tragedias, hay muertes y hay comedia»Libros del KO

Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) ha dedicado parte de su vida como periodista a explorar en la historia de las grandes carreras ciclistas. Lo hizo en el Tour con «Plomo en los bolsillos» y después con «Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey» (Libros del KO), que podría parecer un tutorial para futuros campeones pero es algo más, es un retrato de la carrera italiana a partir de historias más desconocidas de héroes y de antihéroes. Un ejercicio de antropología que bucea en el pasado del Giro.

Las historias que cuenta en el libro ¿serían posibles ahora?

Las de los primeros capítulos es que era otro mundo, otra sociedad y tampoco podemos pretender que el ciclismo sea como el de hace 120 años. Y por eso nos asombran, porque ha pasado el tiempo, ha cambiado todo, el tipo de prueba, el tipo de corredores, no tienen nada que ver con los de ahora. Si es verdad que el Giro intenta mantener un poco esa época antigua, te mete caminos de tierra o explora puertos bastante descarnados. Pero son guiños, no podemos pretender hacer una prueba como el Giro de hace cien años.

Es verdad que el Giro intenta mantener ese espíritu.

Yo creo que es la carrera más consciente de su historia y la que más la cuida. Hay una gran tradición, cultural incluso, con el Giro. De grandes escritores que han escrito y de grandes periodistas, unos escenarios impresionantes que están todo el rato evocándonos a Coppi y a Bartali. Y yo creo que el Giro intenta cuidar eso, el carácter diferente a otras carreras. No es tan grande ni tan histórico como el Tour, pero tiene un carácter propio muy fuerte. Y suele ser más salvaje que el Tour, más arriesgado. Mete de pronto una etapa con caminos de tierra que se te puede quedar uno de los favoritos patas arriba y el Tour últimamente cuida mucho que todo llegue hasta el final, la emoción poco a poco. Y creo que el Giro es un poco más salvaje todavía.

«El Giro tiene un carácter propio muy fuerte y suele ser más salvaje que el Tour»

¿Eso lo hace más imprevisible?

Sí. El Tour es tan importante que intenta llevarlo todo atado, con lo cual es todo más medido. En el Giro hay gente que se permite ser un poco más arriesgada. El Giro también da pie con esos recorridos. Estos últimos años los mejores revolcones en las vueltas por etapas nos los ha dado el Giro.

¿Es también la más bonita de las tres?

Depende de las ediciones, pero es que tiene muchos ingredientes. Los escenarios no son cualquier cosa. Es en mayo y subes al Stelvio, que está casi a 3.000 metros y siempre hay una incertidumbre de si va a haber una avalancha o una nevada que te impide pasar. Hasta eso está en duda. El Giro se atreve a programar etapas que hay una buena posibilidad de que no se puedan hacer. Y eso es muy espectacular: esos paisajes, las ciudades. Y luego el hecho de que la carrera sea un poco más loca, de que no haya un control. No están todos los mejores en su mejor momento controlando todo. Yo creo que es más agradecida para el espectador.

El libro apenas toca el siglo XXI

Sí, el último capítulo del libro acaba con Froome. Y ahí está Nibali. Pensaba acabar con Pantani porque creo que hace falta un poco de distancia para contar las historias. Necesitamos tiempo para apreciar las cosas que cambian y que nos llaman la atención. Pero me pareció que esa actitud del Giro del siglo XXI de querer recuperar su historia y que salga un tipo como Nibali, que es alguien con mucha conciencia histórica del ciclismo, que tiene muchas referencias, a Gimondi, a Moser, que corre de una manera agresiva y que busca las oportunidades, me pareció que había historia para contar todavía.

¿Dentro de cincuenta años podrán llamar la atención las historias de ahora?

Claro, el tiempo es un factor clave en la crónica. Una cosa es que estés haciendo la crónica diaria del desarrollo de la prueba, pero el libro no es una historia para contarte las carreras. Se fija mucho más en el contexto histórico, cómo está Italia, si ha tenido una guerra, si hay una dictadura, las relaciones entre personajes... Que los personajes son muy variados, que no sólo son ciclistas, hay unos que son partisanos comunistas, otros fascistas, otros que son mujeres muy revolucionarias, son personajes que tienen varias dimensiones. No son sólo un corredor o un atleta, y todas esas capas yo creo que van apareciendo cuando las vemos con tiempo.

La de Alfonsina Strada, una mujer que compite con hombres. es una historia que no tiene ninguna otra carrera.

Sí, esa es una peculiaridad. Lo que se vio en Italia es como un caso aislado, por eso a mí me gusta enlazarlo con el de Florinda Parenti, que la pude entrevistar en Parma y te cuenta cómo es el ciclismo de los años 60, que seguramente es el personaje menos conocido del libro y para mí es uno de mis favoritos. A mí me gusta contar de las historias más o menos conocidas, las leyendas de Coppi y Bartali, los episodios que se quedan en la sombra, lo que conocemos menos. Y dentro del ciclismo, dentro del Giro, lo que menos conocemos son las mujeres. Y en ese capítulo ves todo lo que tuvo que superar esta chica, que fue emigrante en Bélgica, ya va como con un pequeño estigma, todo el mundo en contra, la familia, el médico, la Federación, los desprecios, la prensa era supermachista, se burlaba, la insultaba, era una cosa terrible. Esos episodios me gustaban porque cuentan algo que suele quedar un poco al margen.

¿La labor de documentación fue muy dura?

Casi diría que fue gozosa porque hoy en día puedes leerte las hemerotecas de los años 40 y 50, de las historias que siempre has oído de Coppi y Bartali, y lees las crónicas del día y ves cosas que no se suelen contar, pequeños episodios, conversaciones, detalles... Eso fue una parte, las hemerotecas y los libros, la parte documental; luego otra parte fueron las entrevistas, que entrevisté a Marino Lejarreta, a Miguel Mari Lasa y a Florinda Parenti, que la entrevisté en Italia, y luego hice un viaje en bici de tres meses por Italia y la pandemia nos cortó el viaje porque queríamos estar toda la primavera y todo el verano. Teníamos un planazo tremendo y al final sólo fueron tres meses, pero sí recorrimos algunos de los escenarios de los episodios y buscamos algunas historias. A mí me gusta entender los escenarios donde pasan los hechos y recuerdo los Apeninos o la Strade Bianche por la Toscana. Estuvimos por esas zonas buscando un poco los ecos del ciclismo.

Las entrevistas con Lasa y con Marino explican perfectamente las perspectivas con las que iban los españoles al Giro.

Hay un fenómeno al que creo que dedicamos poca atención, que es Miguel Poblet, que ganó 20 etapas, a ver quién gana 20 etapas en el Giro, hay muy pocos ciclistas en la historia. Era un caso sorprendente. En los 70 empiezan a ir con ese complejo. Lasa dice que él va de joven y sus compañeros sí que iban un poco acomplejados, pero él siempre ha sido «echao p'alante» e iba con más morro. Y luego llega el KAS, que entra a tope en los Giros de Merckx, que son los más difíciles de ganar, y planta unas batallas terribles. A mí me encantan esos intentos del KAS, sobre todo con Fuente como punta de lanza, pero también con Lasa, con Galdos. Galdos se queda a 42 segundos de ganar un Giro. Rozan la victoria en el Giro varias veces. Me parece que pasan de una actitud acomplejada a ir allí a comerse el mundo y a comerse a Merckx si hace falta. Van en tromba. Ninguno era superior a Merckx, pero salen cinco tíos a por él. Esas batallas las tenemos un poco olvidadas, pero gente como Lasa, como Galdos, como Lazcano y antes Poblet, que era un ciclista impresionante, ganador de clásicas, pero parece que en España sólo cuenta el Tour.

Se está recuperando ahora a Poblet.

Sí, es por la manera de ver el ciclismo. Aquí ha pesado mucho el Tour y las grandes vueltas por etapas y el Giro no existía. Pero un tío que se va allí y gana 20 etapas con Van Steenbergen y con unos rivales tremendos y ganaba clásicas, es un poco como pasó con Freire. Depende del tipo de cultura ciclista de cada país. Si fuera belga, Freire seria Dios y aquí sí, era un grandísimo ciclista, pero son maneras de apreciarlo diferentes.

«Mariano Lejarreta corre las tres grandes porque no quiere dejar de correr el Giro. Es una demostración de amor loco»

¿Es Marino Lejarreta el primer español que entiende el Giro de verdad?

Si. Los KAS sí que tenían claro que iban a por el Giro. Lo que pasa es que iban después de la Vuelta, pero estuvieron muchos años cerca de ganar un Giro. El KAS yo creo que es la base y Marino admite su influencia y dice que de niño admiraba a Fuente. A Marino le encanta Italia y le encanta el Giro. Marino se fue a correr tres años a Italia y él dice «es que yo me acuerdo de las tres cimas de Lavaredo y de Fuente ganándole a Merckx». Sí hay una transmisión histórica ahí, Marino no surge de la nada, Marino surge de las batallas del KAS y él sí hace una apuesta muy clara. En España no se le hace caso al Giro y Marino tiene ganas de aventura y dijo «me voy y corro el Giro». Yo no lo sabía muy bien, pero cuando él vuelve aquí, al Orbea tiene que correr Vuelta y Tour por las exigencias del patrocinador. Y él corre las tres grandes porque no quiere renunciar al Giro. Y él se hace famoso porque todos los años corre las tres grandes. En realidad es como una declaración de amor loco por Italia.

Es muy graciosa la comparación que hace entre Coppi y Bartali y Peppone y Don Camilo.

Lo que me gusta del Giro es que está todo el rato cruzado de referencias políticas, culturales... Lo que pasa en los Giros y en los Tours tiene que ver con si hay una guerra, si Mussolini le dice a Bartali que no tiene que correr el Giro, que tiene que correr el Tour para ganar a los franceses y demostrar que el fascismo es superior. Es que está marcadísimo el ciclismo. Y Don Camilo y Peppone, que por cierto van en bicicleta muchas veces, son el reflejo en la cultura popular de esa Italia dividida en dos ideológicamente, que es el mismo fenómeno que se aplicó al esquema Coppi-Bartali, que se decía que uno era de derechas y otro de izquierdas, que era una visión muy simplista. Pero les servía para reflejar esa división en el país.

La Guerra está muy presente en el libro.

Sí, las dos Guerras y el fascismo también. Es muy determinante hasta en los recorridos. El Giro empieza a ir a los Dolomitas porque Mussolini decide que hay que ir a italianizar aquella zona. Eso ha sido territorio austro húngaro hasta hace poco, pero dicen «esto hay que integrarlo en Italia. Vamos a llevar el Giro». No se puede entender el Giro sin ese contexto político, social y cultural. Para mí son las capas extras que tiene que aportar el libro, porque para contar las carreras ya están los periódicos de entonces.

«El Giro empieza a ir a los Dolomitas porque Mussolini decide que hay que ir a italianizar aquella zona»

Cuenta una historia de un partisano y un fascista que se cruzan.

Esos eran Magni y Martini. Magni era un personaje tremendo, gran ciclista que gana tres Giros, pero tiene siempre la sombra encima de su participación en la Guerra. Formaba parte de la guardia fascista, el tipo se escapa después de la Guerra para que no lo juzguen, acaba absuelto de mala manera, pero hay mucha gente que le sigue teniendo manía. Pero su mayor protector es Martini, que había estado en el otro bando como partisano y son amigos toda la vida. La historia de Magni me gusta mucho porque tiene muchas aristas y hay muchas maneras de ver a Magni: como gran ciclista, como ciclista odiado por algunos ideológicamente, mucha gente lo admiraba... Es que en el mismo equipo de Coppi podías tener a uno que había estado en un campo de concentración, como era Carrera, a uno que había estado en la milicia fascista y a otro que había sido partisano comunista. Y colaboraban todos para ayudar a Coppi, que eso es lo increíble de esa época.

Hay historias muy curiosas como la de la «maglia negra» que premiaba al último clasificado.

Pinarello nace en una familia muy pobre. Él cuenta que la polenta con leche la comía con tenedor porque así cuando se acababa la polenta y sólo quedaba leche su madre le echaba más polenta. Llega hasta ese extremo de pasar hambre y el premio que gana por quedar último lo invierte en un taller de bicis. Así empieza la historia de Pinarello, de un tipo que sale de la miseria siendo ciclista, pero siendo el último, que es otra peculiaridad de la posguerra, que se premia al último, esa gente que se busca la vida con una picaresca tremenda. Eso es de otra época.

Y Malabrocca se convierte en una celebridad siendo último.

Sí. Al final ves que estaban los campeones y luego los que buscaban la popularidad y siendo último la gente le cogía cariño, le mandaba cartas con dinero. Y de repente un tipo descubrió que no podía ganar nunca el Giro, pero igual se podía ganar la vida de una manera mucho mejor de lo que esperaba.

¿Disfruta más escribiendo estas cosas o montando en bici?

Las dos cosas, porque yo disfruto muchísimo montando en bici, viajando en bici y si encima viajo en bici por Italia, pensando en el libro que voy a escribir, fenomenal. Además, cuando paso mucho tiempo en el ordenador necesito salir a andar en bici, a pedalear un poco, me despeja y me ayuda. Sinceramente lo digo, creo que montar en bici me ayuda a escribir mejor. Así que no las separo, van las dos juntas.

¿Lo próximo qué va a ser, un libro de la Vuelta?

En principio no tengo intención, pero cuando toque la próxima pandemia, porque esto yo lo empecé en el confinamiento, cuando llegue el siguiente virus gordo, yo creo que me lo plantearé. Sí, porque este libro lo tenía en mente para ir recopilando historias poco a poco y así, pero en el confinamiento, como nos quedamos sin poder hacer el viaje y estuve tres meses en casa sin nada que hacer, pues me puse a escribir el libro. Yo creo que el de la Vuelta llegará con el siguiente virus. La verdad es que espero que no sea así, pero bueno.

Su labor, ¿cómo la define? Porque es historiador, pero hace casi antropología ciclista en sus libros.

Yo creo que son crónicas atentas a varias capas. A la capa deportiva, a la capa histórica, a la capa social, a la capa cultural. Pero yo soy periodista, yo me considero periodista y ese es mi origen. Y ahí de lo que se trata en el fondo es de contar historias buenas. Algo tan sencillo como eso, luego ya la clasificación en géneros no me interesa tanto.

«El ciclismo no sólo es épica, también hay trampas, hay tragedias, hay muertes y hay comedia»

Algo de lo que habla en el libro es del uso de las anfetaminas en el pelotón sin ningún método.

Hay que tener un poco de perspectiva histórica con el dopaje. A veces nos sorprendemos de cosas porque no entendemos el contexto. Primero los ciclistas unos beben sangre de buey porque creen que les va a dar más fuerza. Binda decía que tomaba 30 huevos crudos durante el Giro de Lombardía. Tomaban lo que se les ocurría que les podía dar más fuerza y en un momento aparecen las anfetaminas y recurren a ellas, pero no está mal visto. No hay una ley que lo prohíba, entonces cada uno recurre a lo que puede. El dopaje no es un concepto moral, es un concepto legal. En un momento en que de repente hay una ley y te dicen «no puedes tomar esto», porque estaban viendo que era perjudicial para la salud, que se les morían los ciclistas, se muere Tom Simpson en el Tour. Y entonces empieza más en serio la ley antidopaje. Entonces empieza la trampa. Hasta entonces no había trampa porque no había una ley que lo prohibiera. Entonces no se puede juzgar. Es que tomaba anfetaminas para batir el récord de la hora, sí, pero es que no estaba prohibido. Otros tomaban huevos crudos, que era el paso anterior. Lo que pasa es que el dopaje se va haciendo cada vez más sofisticado y cada vez más peligroso y terminamos en historias terribles como la de Pantani, que es un grandísimo ciclista que acaba destruido y muere con 34 años. Es tristísima esa historia. Hay partes muy oscuras en los últimos años de Pantani y cuando te asomas a su historia y la conoces en profundidad es estremecedora. La de Pantani es una historia que me gusta mucho porque tiene muchas aristas, la del campeón adorado de una manera exagerada, Pantani sí que era Dios en Italia, luego le pillan haciendo trampa, él nunca reconoció que se había dopado y entonces es el gran tramposo, el gran mentiroso, queda marginado, se queda en absoluta soledad, desaparece durante temporadas, empieza a consumir drogas, está cada vez más solo y muere solo. De una sobredosis, en un apartamento con 34 años. Es una historia muy triste, los textos que dejó escritos muy incoherentes en las páginas del pasaporte cuando se fue a Cuba, ahí hay un desgarro de una persona que está destruida, con todas sus ilusiones por el suelo, que se siente despreciado, es una historia muy dura. Es interesante, cuando han pasado 20 años, ver todas las partes. Si tú ves ahora las crónicas de cuando estaba en lo más alto, había una veneración desmedida y dices bueno, si esto también fue exagerado y luego se llevó todo al extremo. A mí es una de las historias que más me gustan del libro, porque me gustan las que son un poco complicadas, las que tienen conflicto y tienen personajes que tienen grandes luces y luego grandes sombras también.

De esas hay varias en el libro. Nadie es blanco o negro totalmente.

Sí, a veces me parece que cuando escribimos de ciclismo escribimos de la épica y todo es grande y majestuoso y creo que eso es un poco falso, también hay trampas, hay tragedias, hay muertes, también hay comedia, historias muy divertidas. Toda esa variedad de comportamientos humanos es lo que enriquece la historia del ciclismo. Si nos quedamos sólo en que son héroes es un poco infantil. Y lo que lo hace interesante es ver las partes oscuras, las partes divertidas, es lo más humano. Lo otro yo creo que es un poco falso, lo de crear ídolos inmaculados.

El Giro se sobrepone a los años en que se traicionó un poco con Saronni y Moser.

A veces era una parodia, porque Torriani quería revivir la rivalidad Coppi-Bartali con Moser y Saronni, que eran grandísimos ciclistas de clásicas, pero no eran ciclistas de grandes vueltas. Distorsionaba los recorridos a su favor, se inventaba todo tipo de trucos para favorecerlos, eso desprestigió el Giro durante unos años. A la vez tiene su interés porque si ves toda la picaresca que hay detrás para echarles una mano, los piques que había, las polémicas entre ellos, era como un teatrillo muy divertido que nadie se acababa de tomar muy en serio. Son unos años curiosamente divertidos, por eso hay un capítulo que se llama «El peor Giro de la historia y otros igual de divertidos», porque eran Giros muy malos pero con muchas declaraciones y trampas y polémicas, el auxiliar que intenta echar un purgante en la sopa al rival, era como de ópera buffa. Como la versión baratilla de las grandes épicas.

¿Cuál es la historia que más ha disfrutado escribiendo?

Yo creo que la de Florinda Parenti, porque como fue una entrevista muy personal, estuve en su casa, la manera que tenía de contar las cosas era muy viva, a la vez era la más sorprendente o menos conocida. Estaba disfrutando de algo que no esperaba y pensaba «pues el lector tampoco va a esperar esto». Es una historia que está en los márgenes del ciclismo de Italia, del Giro porque no había Giro de mujeres, pero creo que esa, la de Magni y la de Pantani son las tres historias en las que estuve más implicado, que las que sentía más a fondo probablemente.