Amarcord

Las 35 canastas sin fallo de Wilt Chamberlain

La primera superestrella de la NBA fijó el 28 de febrero de 1967 un récord de acierto en el tiro al que es prácticamente imposible aproximarse

Wilt Chamberlain es felicitado por fans y compañeros
Wilt Chamberlain es felicitado por fans y compañerosAPAgencia AP

Como cantó el rockero Silvio Fernández Melgarejo, «no busques más que no hay». La panoplia de récords que atesora Wilton Norman Chamberlain, el más fabuloso baloncestista de la historia hasta la irrupción de la Santísima Trinidad finisecular (Magic, Bird y Jordan), es insuperable e inconcebible también, si me apuran. Algunas fuentes hablan de más de setenta plusmarcas individuales todavía vigentes desde su retirada en 1973. Puede que exageren o quizás no. Lo que es seguro es que la expresión «pívot dominante» se acuñó para definir a este bigardo de 2,16 apodado «Wilt Stilt (Zancos, por sus piernas largas y delgadas)» que jugó una temporada con los Harlem Globetrotters antes de convertirse en la primera superestrella de la NBA.

Wilt Chamberlain repartió su carrera entre los Sixers de su Filadelfia natal y los Lakers de Los Ángeles, a los que condujo a su primer título en su sede californiana después de la mudanza desde Minneápolis. En su tercera campaña en la NBA, cuando era un pipiolo de 25 años, rubricó su actuación más legendaria: los 100 puntos que metió a los Knicks de Nueva York el 2 de marzo de 1962, pocas semanas después de un partido contra los Lakers en los que acreditó 78 puntos y… ¡¡43 rebotes!! A ese centenar de tantos, antes de la existencia de la línea de tres, quien más se ha acercado desde entonces ha sido Kobe Bryant, que metió 81 a los Raptors de José Manuel Calderón en 2006.

En la temporada 1966/67, la del anillo de los Philadelphia 76ers –sólo se coronó campeón dos veces, una con cada una de sus franquicias–, Chamberlain ya era un jugador más aposentado que priorizaba las victorias del equipo a su lucimiento personal. Una evolución que, veinte años más tarde, también experimentaría Michael Jordan. Su obsesión por acaparar el juego ofensivo había quedado atrás y sólo reclamaba el balón con su característico gritito agudo, «¡woo!», cuando se veía en posición favorable. Su porcentaje de tiros de campo subió hasta el 68% y promedió 7,8 asistencias por partido. La temporada siguiente, superó las 8 y es el único pívot de la historia de la NBA en haber liderado esta estadística en una campaña. Como si un base capturase más rebotes que nadie...

El 17 de febrero, en la victoria contra los Cincinnati Royals (127-118), Chamberlain anotó su último tiro antes de irse al banquillo a descansar y ahí comenzó una serie descomunal que lo llevó a los 35 lanzamientos de campo encestados de forma consecutiva. Dos días más tarde, Wilt metió sus once intentos en la pista de los Saint Louis Hawks y el 24, en la visita de los Baltimore Bullets al Civic Center, estableció un récord aún imbatido de 18 de 18. Los Royals volvieron a Filadelfia el último día del mes para volver a encajar los mismos 127 puntos (esta vez anotaron 107) y la estrella de los Sixers coló sus cinco primeros tiros, antes de fallar un gancho y cerrar la increíble serie en 35 lanzamientos de campo sin error. Esa misma temporada, firmó otras dos tarjetas impolutas: 16 canastas con un 100% de acierto de nuevo ante los Bullets y 15 contra los Lakers. Desde entonces, cuatro jugadores más han logrado encestar 14 veces sin fallar en un mismo partido. Nadie se ha acercado a aquellas tres marcas de Wilt.

En el arranque de la temporada 67/68, en la que los Sixers estrenaban su nuevo pabellón, el mítico Spectrum de Philadelphia, Wilt Chamberlain quiso demostrar que no era sólo una máquina de anotar y pasó un partido entero sin lanzar a canasta, pese a lo cual ganó su equipo a los San Francisco Warriors (117-110) con una contribución suya de dobles figuras: un escuálido punto (1 de 2 en tiros), 18 rebotes y 13 asistencias en 44 minutos sobre la cancha. El hombre que había pulverizado todos los registros de anotación dejaba para la posteridad una lección de altruismo, una virtud que los grandes baloncestistas no siempre han sabido cultivar.