Carlos Sainz Jr

La mala suerte de Sainz

La Razón
La RazónLa Razón

«Ojalá tenga la misma mala suerte que mi padre», suele decir Carlos Sainz Jr. cuando aseguran que su padre es gafe, cenizo, de suerte esquiva. Una cantinela que ha tenido que escuchar y leer de nuevo estos últimos días tras ver cómo su progenitor se despeñaba por un barranco de 20 metros, daba varias vueltas de campana y decía adiós al Dakar 2017. Lo hacía a regañadientes, eso sí, porque pese a perder dos horas, estar descartado para la clasificación general y tener la carrocería destrozada, Carlos Sainz, el ídolo, el de toda la vida, quería continuar en carrera «para probar cosas», afirmaba cariacontecido en su temprano regreso a Madrid. Esta actitud rebelde nos define a un deportista ambicioso, inconformista y competitivo hasta extremos que asombran. Porque, ¿qué pinta un tipo de 54 años, con un palmarés que incluye un Dakar y dos campeonatos del mundo de Rallys, con un hijo piloto de Fórmula Uno y con la luz pagada el resto de su vida, jugándose el pellejo en lugares inhóspitos? La respuesta es muy simple, sencilla: disfrutar de la vida. De su vida.

Siempre al volante

Carlos Sainz podría vivir el resto de su existencia de las rentas, gestionar sus negocios o contemplar con orgullo cómo su hijo progresa en la exclusiva F-1, donde ya es uno de los grandes. Pero es incapaz. No le sale. Si no son los Rallys, es el Dakar, pero necesita un volante en las manos, la adrenalina de la velocidad. Sainz forma parte del paisaje deportivo español desde hace más de tres décadas, es un clásico, algunos hemos crecido con él, con sus éxitos y fracasos, con el «trata de arrancarlo» y con aquel mítico Toyota Célica ganador, con y sin Luis Moya al lado. Sólo espero que en 2018, dentro de un año, vuelva a competir. Y si otra vez no le salen las cosas y algunos se mofan de su supuesta mala suerte, que les aproveche. Que me la den a mí.