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Tour 2020

Grandioso Valverde: acaricia otra hazaña a los 41 años

El murciano no deja de sorprender y consigue un honroso segundo puesto en la meta de Andorra, en el primer contacto con los Pirineos de este Tour

Alejandro Valverde entra en meta en Andorra. Fue segundo en el primer contacto con los Pirineos
Alejandro Valverde entra en meta en Andorra. Fue segundo en el primer contacto con los PirineosCHRISTOPHE PETIT-TESSONEFE

Ainara Hernando

A estas alturas de la vida, 41 años y dos meses, casi todo ya ganado, todo vivido, todo visto, a Alejandro Valverde hay pocas cosas que le entristezcan. Incluso cuando cruza segundo la línea de meta de Andorra –otro tiro al poste del Movistar tras el de Erviti y Cortina–, sólo superado por un estratosférico Sepp Kuss que ha desatado sus piernas en las montañas que resguardan al país de los Pirineos, en la Collada de Beixalís, y solo en primera instancia le sigue, por segundos, el Bala, que luego no tiene otra que claudicar. Y aunque roza la épica entre las curvas del vertiginoso descenso y llega a ponerse a sólo 12 segundos del americano del Jumbo-Visma, Valverde ha sabido, perro que sabe más por viejo que por perro, que ésta no va a ser suya.

Por eso no se le vislumbra un vacío de pena cuando llega a la meta. Se acerca a su verdugo, hablan y sonríen. «Que es que ibas muy rápido, que así imposible cogerte porque has estado impresionante», le dice el Bala. Se chocan los codos y se admiran mutuamente y así se separan los caminos. El de Kuss es hacia el podio, el mismo que no pisa Valverde desde hace nueve años, que es cuando data su último triunfo parcial en la ronda gala. Ahora el camino del murciano tiene otra dirección y es hacia Tokio, a los que van a ser sus últimos Juegos Olímpicos, los mismos por los que ha decidido venir a este Tour que en un principio descartó. Los mismos por los que seguramente hoy se descolgará el dorsal de sus viejas espaldas.

No hace falta llegar hasta París. Valverde ya ha llegado todas las veces que tenía que llegar a la ciudad del amor en la persecución del suyo, que era ese podio de los Campos Elíseos que lo tenía enamorado desde pequeño y por el que desechó clásicas, triunfos de etapa y hasta un estilo de correr que muchos le reclamaban. No. Él siempre fue fiel a su predilección. Una vez lo logró, en el 2015, y tres años después su ansiado arcoíris, ahora corre liberado. Divirtiéndose. Haciendo, además, lo que le da la gana.

Nadie se lo merece como él. 41 años, dos meses y toda una vida dedicada a la bicicleta, a correr. A ganar. El Imbatido. Eso es lo que mueve su corazón y le hace querer seguir aquí, sufriendo y desgastándose. La ilusión de un juvenil en el cuerpo ajado de alguien que ha vivido de todo y que lo ha ganado prácticamente todo. Una grande, carreras de una semana, grandes clásicas. Un monumento de corredor. Ahora que su último sueño, su última frontera es Tokio, el Movistar le deja que se divierta. Porque en ese camino una cosa es segura: su entrega total, por él y por todos.

Hasta ayer, sus piernas y su experiencia estaban entregadas al servicio de Enric Mas. Sólo en la octava etapa, en los Alpes, le dejaron vía libre para buscar la fuga. En medio del frío y la lluvia. Tiritona. Valverde es murciano, odia como nadie en el pelotón el frío. Pero también es un profesional como la copa de un pino. Se cuida como nadie y a este Tour ha llegado fino hasta el extremo. Congelado, «me tuve que parar en la orilla», recordaba. Y claudicar, desaparecer. Simplemente sobrevivir hasta la meta.

Este domingo, camino de Andorra, el Movistar le volvió a dar carta blanca. A disfrutar. Y a hacer disfrutar. Se metió en la enorme fuga con nombres grandiosos: Kuss, Quintana, Nibali, Ion Izagirre, Alaphilippe... Sus eternas piernas le llevaron a coronar Envalira y llegar a las primeras rampas del duro Beixalis con los mejores. A 20 kilómetros, Kuss, americano residente en Andorra que se conocía la bajada, arrancó. Valverde fue capaz de seguirle unos instantes, pero tuvo que rendirse. «Ha sido el más fuerte».

En ese descenso Valverde y su clase pusieron a todos el corazón en un puño llegando a acercarse hasta los 12 segundos. Pero el asfalto se agotaba. 4 kilómetros. Tres, dos, uno. No pudo ser. «Ha faltado muy poco. Kuss ha sido justo ganador. He hecho segundo, y eso esta bien, pero mejor hubiese estado ganar», se critica el ciclista que nada tiene que reprocharse, pues todo lo que viene haciendo desde hace años es un regalo para la historia del ciclismo. Eterno y grandioso Bala.