Fútbol
River gana la Copa Libertadores tras vencer a Boca en la prórroga (3-1)
Ni Pavón ni Exequiel; Juanfer Quintero fue el héroe
Quintero decidió la Libertadores en la prórroga. Boca fue mejor la primera mitad, pero Gallardo varió la dinámica con los cambios y logró en el Santiago Bernabéu el título más deseado.
El plan de los aficionados era celebrar si ganaban y aprovechar para conocer Madrid si se perdía. Así que anoche ninguna de las dos hinchadas quería hacer turismo y pasear la decepción. Preferían la celebración de la Copa Libertadores 2018, la final más larga de la historia y que finalmente fue para River. Y lo fue con Quintero vestido de héroe, y desde ya en el Olimpo millonario. El colombiano entró en el campo cuando los suyos perdiendo y terminó evitando los penaltis con un golazo cuando Boca agonizaba con diez futbolistas por la expulsión de Barrios. Casi hasta el final de la final duró una igualdad que parecía eterna y que los cambios de Gallardo y la expulsión de Barrios empezaron a borrar.
Sentirse inferior puede ser una virtud y no un problema. Este Boca sabe que River juega mejor y que, últimamente, cuando había ido de cara contra él había salido derrotado. Era mejor ser inteligente y tener un plan que volver a tropezar en el mismo sitio. Lo tuvo el mellizo Barros Schelotto y en el primer tiempo le salió perfecto. Se jugó a lo que él quería o, al menos, a lo que él había imaginado. Los suyos estuvieron más cómodos desde la puesta en escena. La Libertadores aumenta la presión, que se multiplica si se trata de una final sin posibilidad de revancha ante el eterno rival, y el escenario, el imponente Chamartín, hace el resto. Entraron al partido de sus vidas los dos equipos con las piernas temblorosas y titubeantes sobre un césped que no conocían. Una hierba mixta, que combina la artificial y la natural y está muy cortita, mucho más de lo que se acostumbra en Suramérica. Les costó a los dos acostumbrarse a jugar sobre una alfombra, mucho más rápida que los campos argentinos y en la que la pelota está muy viva. Un mal control te deja en evidencia y hace que jugar bien sea más difícil.
No enamoraron en cuanto al juego ni Boca ni River en un día en el que el mundo entero los miraba. Pero partidos así siempre merecerán la pena al aficionado. Primero por el espectáculo de la grada y después por el dramatismo de lo que hay en juego. Cuando marcó Benedetto, todo el Fondo Sur se levantó a cámara lenta mientras su futbolista avanzaba hacia el portero Armani. Cuando el delantero definió poniendo el balón pegadito al palo, estalló el universo amarillo que supone la mitad más uno de toda Argentina. Boca estaba por delante en la gran final y sus hinchas se rascaban la cabeza sin creerse lo que sucedía. Había merecido antes la ventaja el xeneize, porque el partido estaba donde ellos querían. Robaban muy arriba y asfixiaban el juego de toque de River. Enzo Pérez quería ser el primer eslabón de la cadena, pero al levantar la cabeza no veía cerca ninguna camiseta amiga. Palacios, futuro jugador del Real Madrid, y Pity Martínez estaban apagados. Sin ellos, Pratto, el delantero centro, es un elemento decorativo.
Pocas veces encontraba ventaja River y cuando lo consiguió le pudieron las prisas o los nervios. Por el costado izquierdo tuvo algo de luz, pero no suficiente. Desperdiciaron una buena con un tiro demasiado alto y en la segunda, además de perder la ocasión se condenaron. Palacios llegó a línea de fondo y centro atrás... demasiado. Le cayó al uruguayo Nández, que dejó su pelea habitual para ponerse el frac y meterle el balón en profundidad a Benedetto. El resto lo hizo el delantero, seguramente ayudado por su calidad y por el recuerdo de su madre fallecida, que siempre le saca de los momentos difíciles. Controló de lujo y pudo con Armani, que en la ida le negó en el mano a mano la victoria de Boca.
No se esperaba su presencia en el once, pero Schelotto sorprendió poniéndolo por Abila, al que llaman Wanchope aunque su nombre es Ramón, y que es capaz de rematar una lavadora si cae dentro del área. Apareció el «9» pronto tras el descanso, cuando los técnicos empezaron a mover sus banquillos. Gallardo, por su parte, el cid campeador de este River, porque la fe en él es infinita, ordenó que entrara Quintero por Ponzio. Le sobraba músculo en el centro y le faltaban neuronas a River así que era el momento del mediapunta colombiano, genio del último pase. Ahí comenzó a cambiar la final de forma irremediable. Con «Quinterito» los millonarios eran más afilados, mientras Boca quería esperar para salir a la contra. Palacios y el Pity Martínez, los señalados del primer tiempo, se inventaron la jugada por la derecha y este último se la puso en el área a Pratto para que empujara el empate con veinte minutos por delante. La final eterna, la que empezó hace casi un mes, estaba otra vez equilibrada, y el trofeo, sin dueño. Todo quedaba reducido a un pequeño partido de cincuenta minutos, porque la prórroga fue inevitable. En ella vio la segunda amarilla Barrios y Boca ya sólo podía buscar un milagro. Querían los penaltis y lo que llegó fue el obús de Quintero, que tocó el larguero antes de entrar. Los xeneizes buscaron la igualada con el corazón, pero no les alcanzó. Martínez certificó la gloria de River, campeón de América por cuarta vez, ésta será inolvidable.
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