Opinión
El Madrid o el equipo que para ganar tenía que empezar perdiendo
Más allá de las quejas del Atlético hay que subrayar el ejemplo moral de superación que el Real Madrid da a la población en general, especialmente a los más jóvenes
Lo de Miguel Ángel Gil Marín clamando contra los árbitros es ridículo. Y lo dice alguien que, como un servidor, le tiene afecto personal y admiración profesional porque gracias a él el Atlético está donde está, factura lo que factura, ha conquistado dos Ligas, una Copa y tres Europa League y ha sido dos veces finalista de Champions. El Atlético perdió el pasado jueves una eliminatoria que tenía ganada por culpa de un equipo que no supo amarrar un encuentro que todos los madridistas dábamos por perdido. Dejar entrar a Rodrygo en el área como Pedro por su casa no es culpa del árbitro, Soto Grado, menos aún del presidente del Comité Nacional, Medina Cantalejo, ni tampoco de un Luis Rubiales al que Tebas y sus periodistas a sueldo culpan de todos los males habidos y por haber. Que Rodrygo se metiera hasta la cocina de Oblak tiene tan sólo dos responsables: la genialidad del protagonista que endosó al enemigo un gol maradoniano y la falta de pericia de los defensas colchoneros que, dicho sea de paso, normalmente están a la altura. La no segunda amarilla a Ceballos fue seguramente tan cantosa como las naranjas y rojas que previamente Soto Grado perdonó a varios discípulos de Simeone.
Más allá de todo eso, también de las coces que se llevó el jugador más pateado de Europa, Vinicius, hay que subrayar el ejemplo moral de superación que el Real Madrid da a la población en general, especialmente a los más jóvenes, y a sus seguidores en particular con esas victorias imposibles. Tan cierto es que en el ámbito deportivo mundial hay conjuntos con mayor porcentaje de victorias que los merengues, caso de los All Black neozelandeses que históricamente han ganado el 77 por ciento de los duelos en disputa, como que nadie, ni siquiera los Bulls de Michael Jordan, pueden presumir de semejante número de remontadas. Lo del jueves fue tremendo. Todo el madridismo daba por descontado que los de Ancelotti acabarían en la cuneta. Unos, con cabreo por el regular estado del equipo; otros, como el arriba firmante, porque la Copa despista al Madrid de lo único que de verdad importa: esa Champions que se reanuda el 21 de febrero en un infierno llamado Anfield.
Ya lo advertí aquí: los entrenadores blancos, desde Mourinho hasta Ancelotti pasando por Zidane o en tiempos don Vicente del Bosque, planifican la temporada forzando un valle físico en enero para coger fuerzas cara a ese febrero en el que te quedan siete partidos para ganar La Orejona. Lo que a mí me fascina es esa capacidad de levantarse cuando está KO, superior a la del ficticio Rocky Balboa en esa saga de nueve películas que figura ya por derecho propio en la historia del cine.
A Gil Marín habría que recordarle que algo idéntico, sólo que en el minuto 93, les sucedió en la final de Lisboa. Descuidarte con el Real Madrid es tan letal como era hacerlo en el Lejano Oeste con Billy El Niño, el pistolero entre los pistoleros. Y eso no es achacable al trencilla sino más bien al míster argentino, que cumple su undécima temporada con los del Metropolitano y cuyo ciclo se antoja agotado.
Más allá de excusas de mal pagador, hay que preguntarse qué tiene la camiseta blanca que provoca gestas como la del Anderlecht, la del Borussia, la del Inter, ese testarazo de Ramos en el estadio de La Luz, la del PSG, la del Chelsea, la del City o la de hace cinco días. Material para las facultades de Educación Física, para los aspirantes a entrenador e incluso para los expertos en fenómenos paranormales hay de sobra. Un mito que se acrecienta año a año y que provoca que los rivales salten al césped más acongojados de la cuenta y que se vengan abajo cuando los merengues les meten el primer gol en partidos del KO. Que, como vemos, ya no es algo excepcional sino la mismita normalidad. Tal vez dentro de 100 años el fútbol no exista, pero en los libros se recordarán las prodigiosas hazañas del equipo que para ganar tenía que empezar perdiendo.
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