Opinión

El “Sonmoixazo” y sus lecciones

Al Madrid le falta gol, el centro del campo se le ha hecho mayor echándose en falta a un Casemiro que jamás se debía haber ido y la defensa hace más aguas de las debidas por el inexplicable caudal de lesiones

Vinicius durante su partido ante el Mallorca
Vinicius durante su partido ante el MallorcaSergio G. CañizaresAgencia EFE

Cualquiera diría que el grande era el Madrid y el chico, el Mallorca. En Palma se vio a un equipo, el bermellón, que tenía las ideas no claras sino lo siguiente, y a otro, el blanco, desnortado a la hora de intentar agujerear el muro levantado en su contra en la medular y en la defensa. Por no hablar de una guerra psicológica en la que los de Aguirre dieron sopas con honda a los de Ancelotti antes, durante y después del partido.

Los mallorquinistas prepararon el choque a conciencia en las jornadas previas de la mano de un Raíllo central, capitán y caudillo, que provocó a modo y manera a Vinicius con sus declaraciones. Sus palabras –«nunca lo pondré de ejemplo para mis hijos»– provocaron una guerra dialéctica que distrajo a los merengues del verdadero objetivo, que no era otro que no perder el tren de la Liga en Son Moix. Se enzarzaron en un cruce de acusaciones en el que intervino hasta el propio cuarto capitán, el mucho más bregado y centrado Carvajal. Los de Chamartín cayeron como pichones perdiendo el partido antes incluso de que el balón echase a rodar. El objetivo de la cacería era, naturalmente, un Vinicius al que ya todos los equipos del mundo-mundial tienen perfectamente cogida la medida. Saben que la mejor manera de inutilizarle es inyectarle esa kryptonita que para él son esos duelos verbales.

Los baleares prosiguieron la batalla en el terreno de juego cometiendo diez faltas sobre el «20» del Madrid al que consiguieron sacar de quicio. A este respecto hay que recordar en su descargo que se trata del jugador más patadeado de Europa por culpa de la manga ancha arbitral. Ayer fueron exactamente ¡10!, que se dice pronto. Sea como fuere, no es excusa porque el extremo izquierdo tiene talento y recursos de sobra para sobreponerse a las coces de los adversarios. El lance en el que se vio a Raíllo invitándole a besar el escudo del Mallorca, como él había hecho con el del Madrid al retirarse a los vestuarios en el minuto 45, terminó por desencajarlo definitivamente. En lugar de pasar de futbolistas que ni en 50 reencarnaciones serán como él, entra al trapo, vaya si entra al trapo. Al punto que vio la quinta amarilla y se perderá el lance contra el Elche. Un mal menor, pero mal al fin y al cabo.

De lo particular vamos a lo general. Peor aún que la enésima pardillada de Vini es la mala pinta que tiene el equipo a tres días del Mundialito, a 15 de la cita en Anfield contra el Liverpool, a 20 del derbi contra los de Simeone y a mes y pico de esos dos encuentros contra el Barça que marcarán el devenir de esta temporada al menos en España. A este conjunto le falta gol, el centro del campo se le ha hecho mayor echándose en falta a un Casemiro que jamás se debía haber ido –es el jugador merengue más importante tácticamente de la última década– y la defensa hace más aguas de las debidas, entre otras razones, por el inexplicable caudal de lesiones. Sigo sin entender cómo no se fichó un «9» de repuesto en el mercado de invierno que supla en condiciones al treintañerísimo Benzema. No una estrella, eso es imposible en enero, pero sí un Adebayor de la vida que cumpla cuando salga y meta presión a unos titulares que parecen estar en la luna de Valencia. A Mariano le viene grande la camiseta, desde luego, mucho más de lo que se nos antojaba en el inicio de su carrera. El «Sonmoixazo» no es al Madrid lo que el Maracanazo representó para el Brasil de 1950 o el Mineirazo para el de 2014. Pero es un contundente aviso a navegantes. O se toman medidas o este año puede terminar en blanco y nunca mejor dicho. El Mundialito es una broma y conquistar la Copa es triste consuelo para un plantel acostumbrado a ganar siempre algo, Liga o Champions o los dos títulos. La pifia de ayer no debe llevar a los merengues a llorar por las esquinas. Hay que extraer conclusiones y poner remedio, algo que es mucho más sencillo en la depresión postderrota que en la euforia de la victoria. No está todo perdido. Ni mucho menos.