Opinión

Kjaer-Eriksen y la contenida coreografía vikinga

El protocolo para salvar la vida al jugador danés se puso en práctica con total precisión y con una asombrosa mesura

Kjaer consuela a la novia de Christian Eriksen.
Kjaer consuela a la novia de Christian Eriksen.Stuart Franklin / POOLAgencia EFE

El doctor Benito de Valle, eminente neurocirujano y agudo analista político, tiró la toalla hace años: «La socialdemocracia escandinava es inviable en España por... falta de población escandinava». El Dinamarca-Finlandia de Copenhague, deparó un suceso dramático que mostró con claridad las diferencias entre los pueblos del Viejo Continente: un ejercicio de contención septentrional que fue decisivo en el feliz desenlace del accidente cardiaco sufrido por Christian Eriksen cuando se aprestaba a controlar un balón. Contra el desgarro barroco que se habría presenciado en cualquier campo latino, allí cada uno de los presentes interpretó el rol que le estaba asignado en la medida exacta, sin un miligramo de sobreactuación.

El visionado, con unos días de distancia, de la secuencia del (casi) drama que se vivió en el Parken Stadion permite que nos fijemos en algún detalle asombroso, el más llamativo de los cuales es que nadie corrió y ni siquiera apretó el paso de la marcha. Cada uno de los actores, en milagrosa coreografía, acudió a su marca para activar el protocolo de reanimación mientras el público ayudaba al futbolista caído –oraciones, energía positiva... según la creencia de cada cual– en medio de un silencio estremecedor que, con los minutos, derivó en un estribillo casi susurrado: «¡Christian!», se oía en la grada local. «¡Eriksen!», replicaba la hinchada finesa.

Simon Thorup Kjaer, capitán danés, actuó como un impecable maestro de ceremonias. Cuando termine la Eurocopa, UEFA distinguirá a algunos jugadores con sus premios de rigor, pero el mejor del torneo, pase lo que pase de aquí a la final, ha sido él. Es curioso, porque el defensa del Milan tuvo un paso decepcionante por la Liga española. Sin el ojo clínico de Monchi, que estaba de comisión de servicio en Roma, el Sevilla pagó por él una millonada al Fenerbahçe y su figura de semidiós nibelungo todavía envenena las pesadillas del sevillista, al que se le aparece persiguiendo en vano a Iñaki Williams, con la cintura quebrada frente a Guedes o perpetrando un ridículo autogol en Praga en una prórroga.

Con Kjaer al mando, la defensa del Sevilla padeció un bienio de humillaciones y goleadas vergonzantes. El sábado, sin embargo, su decidido liderazgo provocó la admiración del orbe. Sin perder la calma, atendió a su amigo colocándolo en posición segura para evitar que se tragase la lengua mientras llegaba el operario con el desfibrilador y, una vez el paciente en buenas manos, ordenó a sus compañeros que lo rodeasen para preservar su intimidad en tan dramático trance. Mientras los médicos trabajaban, acudió a la banda a confortar a la novia de Eriksen, y todo sin dejar escapar una lágrima, con el rictus de concentración de quien sabe que no puede dispendiar un ápice de energía en sentimentalismo.

Vaya crack el tal Kjaer. ¡Qué capitán! ¡Qué tío! Papu Gómez, hoy también en el Sevilla, pero que coincidió con él fugazmente en el Atalanta, le ha escrito el mejor de los elogios: «Un hombre de verdad». Al lado de una actuación como ésta, ¿qué importancia tienen un marcaje mal ajustado o una pifia en un córner? Pues eso. «Aquel que salva una vida es como si salvara un universo entero», reza la Medalla de los Justos que concede Israel a los héroes del Holocausto, citando la Torá.

Resulta imposible no acordarse en un momento así del pobre Antonio Puerta, fallecido tras sufrir un episodio parecido en agosto de 2007 y que jugó su único partido como internacional absoluto frente a Suecia, el rival contra el que España ha abierto la Eurocopa en Sevilla, su ciudad. Catorce años después, sabemos que su muerte habría sido evitable si entonces hubiera habido la concienciación que existe en la actualidad, cuando hasta la más modesta canchita de barrio cuenta con una mochila de reanimación y personal adiestrado en su utilización. Sería deseable, al menos durante el mes corto que queda de Eurocopa, que los periodistas nos contuviésemos en el empleo de expresiones como «final de infarto», «partido a vida o muerte» y lugares comunes por el estilo. Una buena intervención de un central, por ejemplo, suele ser calificada hiperbólicamente como «providencial», que significa «enviado por la divinidad». El único de esa condición, hoy, es Simon Kjaer.