Opinión

El brazalete y el inmutable aforismo de Azuara

«Entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero». El apotegma del recién fallecido periodista atañe igual a la FIFA que a los gobernantes occidentales

Kjaer, capitán de Dinamarca, con el brazalete "No discrimination"
Kjaer, capitán de Dinamarca, con el brazalete "No discrimination"Friedemann VogelAgencia EFE

Ni ayer el defensa Simon Kjaer ni hoy el portero Manuel Neuer, capitanes de las dos selecciones más beligerantes con los usos y costumbres de la teocracia catarí, osaron portar el brazalete con la inscripción «One Love» para solidarizarse con el colectivo homosexual, que lleva una vida asaz aperreada en los países donde rige la sharía. Se ha comparado la tibieza de Dinamarca y Alemania en la defensa de ciertos principios, allanados por la tenue amenaza de una tarjeta amarilla, con el coraje cívico de los futbolistas iraníes, que se mantuvieron callados durante la interpretación de su himno en los prolegómenos del partido contra Inglaterra.

Excusarán que no les explique por qué el gesto subversivo de Ehsan Hajsafi y sus compañeros, que explicitaban así su oposición al régimen criminal de los ayatolás, puede costarles algo más que una amonestación: se juegan, literalmente, la vida, la hacienda y el bienestar de sus familias, pero su heroísmo no debe exigírsele a Kjaer ni a Neuer –ni al inglés Kane o al francés Lloris, quienes tampoco lucieron el brazalete arcoíris–, que no son sino muchachos con la habilidad de patear un balón. ¿Por qué deberían mostrar los futbolistas el compromiso del que rehúyen la reina Margarita II, el canciller Scholz, el primer ministro Sunak o el presidente Macron?

Algunos medios españoles, por ejemplo, reclaman en cada rueda de prensa de Luis Enrique y de sus jugadores algún guiño solidario con los colectivos discriminados en Qatar, pero ellos se ciñen al estricto guion dictado por FIFA: «Hemos venido a jugar un Mundial, no a hablar sobre Derechos Humanos». La Real Federación Española de Fútbol depende del Consejo Superior de Deportes, organismo adscrito al Ministerio de Cultura. Su titular, Miquel Iceta, es un notorio activista gay… que tampoco ha abierto la boca. Sería prerrogativa suya ordenar a la selección cualquier medida de protesta, incluido el boicot, pero le sale más a cuenta que se achicharren los futbolistas en la marmita de la opinión pública.

El silencio de Iceta es atronador, en consonancia con el recibimiento que el Gobierno dispensó en mayo al emir Tamim bin Hamad Al-Thani, que prometió en el Palacio Real, ante Felipe VI, cuantiosas inversiones cataríes en España. ¿En qué se diferencia, entonces, Pedro Sánchez de Gianni Infantino? ¿No se zampan ambos sus escrúpulos, si los tuvieren, ante los petrodólares del sátrapa? El recientemente fallecido Alfonso Azuara solía decir que «entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero». Descanse en paz, maestro (de periodistas lenguaraces), el que tanto incomodó a todos con su apego a las verdades imperecederas.