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Mundial de Qatar 2022: Infantino ya ha elegido a sus favoritos

A Mateu Lahoz le faltó abrazarse a Messi y al resto de los argentinos cuando eliminaron a los Países Bajos. La guerra entre FIFA y UEFA perjudica a los equipos europeos

Lionel Messi habla con Mateu Lahoz durante el Países Bajos-Argentina de los cuartos de final del Mundial
Lionel Messi habla con Mateu Lahoz durante el Países Bajos-Argentina de los cuartos de final del MundialAlberto EstevezAgencia EFE

Mateu Lahoz, que cuando se olvida de las candilejas que lo atraen como al cochino las trufas es un magnífico árbitro, perpetró una disparatada dirección del Argentina-Países Bajos y el estado de locura en el que se ha instalado la selección albiceleste se demuestra en los reproches que le dedicaron, con Leo Messi a la cabeza, a pesar de la amabilidad que les dispensó: definitivamente, FIFA desea sobre todas las cosas que el astro rosarino levante la copa, aunque será complicado complacerla porque la excesiva emotividad del equipo de Scaloni es contraproducente. Por los hombres de negro, desde el penalti chistoso frente a Polonia hasta el recital del valenciano, no va a quedar.

La actuación parcial de Mateu no habría pasado de anecdótica –rigurosísimo penalti señalado sobre Acuña, amonestación perdonada a Messi por mano alevosa, señalización de media docena de faltas en ataque en centros sobre el área argentina, compadreo permanente con los futbolistas sudamericanos…– si no hubiese venido acompañada de un hecho muy relevante sucedido dos minutos después del 2-0 y el contacto apenas perceptible en una jugada sin peligro que lo originó: Gakpo incurría en el área con el balón controlado, lo derribó Nahuel Molina, ignoró la falta el colegiado español sin que lo sacara del error el canario Hernández Hernández, su asistente de vídeo. Una polémica de lo más corriente de no haber sido por un pequeño detalle. La realización no ofreció la jugada repetida. ¡Ni una vez!

En la época del VAR y de las retransmisiones 360º, con centenares de cámaras de altísima definición desmenuzando hasta el detalle más nimio, al mundo le es hurtado la menor repetición de una jugada de máxima relevancia. Que no es sólo, ojo, que los dos árbitros españoles hayan escamoteado un posible penalti a Países Bajos, es que se hurtó a todo el mundo la posibilidad de opinar sobre la acción. Una pulsión totalitaria que haría palidecer de envidia a la mismísima Cristina Kirchner. Gianni Infantino, a quien su guerra con UEFA lo llevó a perpetrar en la inauguración un discurso antieuropeo preñado de vomitiva demagogia, no ha elegido ganador porque no tendrá tan poquísima vergüenza, pero el cuerpo arbitral que pastorea conoce sus preferencias por el relato almibarado: la estrella que levanta en su otoño el único título que le falta o la epopeya marroquí que alimenta los sueños del continente africano y del mundo árabe, dos pájaros poscoloniales abatidos con el mismo perdigonazo.

Este Mundial no puede sacudirse el tufillo a corrupción que desprende desde la elección de la sede hace más de un decenio y cada cosa fuera de lo común que sucede alimenta a los suspicaces. Argentina y Marruecos, dos países con los que es imposible no simpatizar a nada que uno los conozca o los visite, celebran su presencia en semifinales con nacionalismo exacerbado y un sentimentalismo torrencial impropio de sociedades adultas. El torneo no sólo está sirviendo para taparle las vergüenzas al riquísimo organizador, sino que también es aprovechado por los gobernantes desaprensivos de las selecciones exitosas para legitimarse ante unos pueblos anestesiados. Es el eterno retorno del «panem et circenses».