Real Madrid
El motivo por el que a Rüdiger le llamaban Rambo
El central del Real Madrid es agresivo, pero no violento y, como se vio contra el Shakhtar en la Champions, valiente
Cuando los aficionados más veteranos del Real Madrid ven a un futbolista con sangre durante un partido en quien piensan es en Camacho. Su imagen con una venda en la cabeza, con manchas de sangre, aunque fuese vistiendo la camiseta de la selección, ha quedado como ejemplo de lo que es jugar contra todas las adversidades, el no tener miedo contra nada para ayudar a tu equipo. Algo parecido a lo que hizo Rüdiger contra el Shakhtar: fue a por el balón aunque el portero salía ya con los puños por delante para arrasar con todo. Quería llegar a la pelota, pero sólo encontró la cabeza del central madridista: el balón ya estaba en la portería. Así se ha ganado el corazón de los madridistas.
«Escucha, he pasado por todo en la vida: pobreza, discriminación, abusos, gente que duda de mí, gente que me convierte en chivo expiatorio», contaba el central alemán en la carta que escribió para despedirse del Chelsea en Theplayerstribune. Contaba por qué es como es. Tuchel, al llegar al equipo, le pidió que le contara quién era y Rüdiger lo hizo: «Quería saber de dónde venían mi agresividad y mi hambre, y le conté que crecí en Berlín-Neukölln y que solía jugar tan duro en los campos de cemento que todos los niños mayores empezaron a llamarme “Rambo”», escribía. Y lo ha demostrado en cuanto la ocasión se le ha presentado. «No sé si le doy miedo a alguien, a mí lo que me gusta es ser agresivo, pero con justicia y de una manera limpia», decía hace semanas cuando hablaba de sí mismo en una conferencia de Prensa.
Ha caído bien en el Madrid. Ancelotti fue a su casa a buscarle, comió con él en una barbacoa y le convenció para que fichase por el equipo español por delante de otros. Y eso que el reto era enorme. La pareja que forman Militao y Alaba fue fundamental para los éxitos de la temporada pasada. Rüdiger sabía que llegaba a un equipo hecho, pero ni tuvo miedo ni le pudo la presión. «La primera vez que volví a Sierra Leona con mis padres después de la guerra civil, íbamos en un taxi desde el aeropuerto y nos quedamos atrapados en el tráfico. Estábamos sentados, sin movernos, y yo miraba por la ventana toda la pobreza y el hambre (...) Un tipo se acercó a nuestro coche vendiendo pan, y parecía realmente desesperado. Le dijimos: “No, no. Estamos bien”. Luego, otro tipo se acercó a nuestro coche vendiendo pan, y trató de vendérnoslo aún más. Hablaba de lo fresco que era. “No, no. Gracias”. Entonces un tercer tipo se acercó a nuestro coche vendiendo pan, y estaba realmente presionando. Hablaba de que era el mejor pan de la ciudad, y que por favor, por favor, le compráramos el pan a él (...). Una de esas familias tendría un plato de comida en la mesa. Las otras dos, tal vez no. Eso es presión. Eso es la vida real», escribía.
En el campo no se calla. Habla con los compañeros, con el árbitro, pero también con los rivales, a los que les dice que no se atrevan a hacer nada, porque no les va a dejar. Ha jugado de lateral derecho, izquierdo y de central. Ya había marcado de cabeza contra el Mallorca. Pero no a cambio de los 20 puntos de sutura con los que volvió de Varsovia.
No como Rambo.
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