Amarcord

Mujer, española y medallista olímpica... al fin

La malograda Blanca Fernández Ochoa fue, en Albertville, la primera deportista nacional en subirse al podio en unos Juegos. Se cumplen 31 años de un logro legendario

Blanca Fernández Ochoa, en el podio de Alberville
Blanca Fernández Ochoa, en el podio de AlbervilleAgencia EFE

La explosión del deporte olímpico español, advenida en el inolvidable año de 1992, no comenzó con el oro en el kilómetro contrarreloj que ganó el chiclanero José Manuel Moreno Periñán en el Velódromo de Horta aquella segunda tarde de competiciones en los Juegos de Barcelona. Cinco meses antes, en la estación alpina de Méribel, Blanca Fernández Ochoa se colgaba una medalla de bronce histórica, la primera para una mujer española en casi un siglo de Juegos –incluidos los de verano– y la segunda para la delegación nacional en las citas invernales, veinte años después del triunfo de su hermano Francisco, el legendario Paquito, en Sapporo.

Los Juegos de Albertville, los últimos de invierno celebrados en año bisiesto antes de que en Lillehammer 94 se quebrase la coincidencia con los de verano, eran los de la última oportunidad para Blanca Fernández Ochoa, que se retiraría al final de esa temporada. Frisaba la treintena la esquiadora de Cercedilla, llevaba acumulando 18 podios (4 primeros puestos) en la Copa del Mundo desde hacía un decenio y se le resistía la gloria olímpica. Tras la enorme decepción de Calgary 88, donde una caída en la segunda manga la privó de un oro que le tendía los brazos en el eslalon gigante, fue a los Alpes franceses en busca de su última oportunidad.

Nuestra Blancanieves, con el dorsal 8, se tiró desde portillón como un torpedo, quizás para probar que su maltrecha rodilla izquierda no iba a frenarla. Firmó el segundo crono de la primera manga, tres centésimas por detrás de la estadounidense Julie Parisien y con otras tres de ventaja sobre la gran favorita, la austriaca Petra Kronberger. En la segunda bajada, reguló consciente de que el oro sería para la centroeuropea, pero se quedó corta con respecto a su casi homónima, la neozelandesa Annelise Coberger, que se cascó un tiempo estratosférico en la segunda manga para aventajarla en el global por un cuarto de segundo. Subirse o no al podio olímpico quedaba a expensas de la norteamericana.

La gloria o la frustración eternas moraban a sólo 480 metros colina abajo. Parisien clavó el tiempo parcial de Blanca, como para añadirle suspense al momento. Cuando la realización paró el reloj en 1:33.40, cinco centésimas más lenta que la española, toda la familia Fernández Ochoa corrió por la pista a abrazar a la benjamina. El día de su mayor triunfo, ella lo ignoraba, comenzó a cimentarse su posterior y fatal fracaso.

Blanca Fernández Ochoa, que ya había coqueteado con la idea de la retirada al final del invierno de 1991, sólo compitió después de ganar su medalla en otras dos pruebas de la Copa del Mundo. En Narvik (Noruega) y, el 20 de marzo, en la estación italiana de Crans-Montana, donde se despidió del Gran Circo Blanco con una segunda plaza en el eslalon gigante. En vísperas de Semana Santa, anunció su abandono de la alta competición en Baqueira Beret, donde se celebraba el Campeonato de España. Ningún esquiador español, hombre o mujer, se ha acercado en estos treinta años al palmarés de la deportista de Cercedilla.

Como a tantos deportistas de élite, le resultó harto complicada su readaptación a la «vida civil» y fue víctima de recurrentes depresiones, que alternaba con periodos de actividades profesionales desordenadas: desde negocios con socios poco fiables hasta participaciones en reality shows. La muerte por cáncer en 2006 de su hermano Francisco, que era su auténtico sostén anímico, agravó los problemas. Blanca Fernández Ochoa fue vista por última vez con vida en Cercedilla el 24 de agosto de 2019. Su desaparición se denunció el 29 y, tras varios días de búsqueda, su cadáver fue hallado cerca de la cima del pico de La Peñota, en su querida sierra de Guadarrama, adonde había elegido irse a morir.