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Ricky Rubio, el niño que quería ser negro y jugar en la NBA

Ricky Rubio
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«Fuera del parquet es muy tímido. Le gusta pasar desapercibido», asegura a LA RAZÓN Esteve Rubio, el padre de Ricky. Once años después de debutar en partido oficial con la selección en el mismo país en el que se celebra la Copa del Mundo, Ricky es el líder del equipo nacional. Con mucho más pelo, con barba y un brazo repleto de tatuajes, el base de los Suns de Phoenix es el jugador franquicia de la selección en el torneo. «Cuando entra a la pista se transforma. Ahí tiene madera de líder. Lo lleva innato. Recuerdo que ya cuando empezó en el Joventut, que tenía 14 años cuando subió al primer equipo, ya los americanos y todos le hacían caso», cuenta el padre del base, que no ha podido viajar a China por un problema en el visado.

Ricky cumplirá en octubre 29 años. Ya no es aquel niño que en 2008 se colgó la medalla de plata en los Juegos de Pekín. Ahora, como él mismo reconoció después del partido de cuartos de final ante Polonia, ya es un hombre. Su padre lo matiza. «El otro día después del partido frente a los polacos me comentaba que tiene las mismas sensaciones que cuando era cadete. Que se veía muy superior a los demás y eso lo transmite a la pista. Se siente con mucha confianza», dice Esteve. Aquel «cuando era cadete» nos lleva a un Eurobasket de la categoría en Jaén. Fue en 2006, semanas antes del oro de la absoluta en Saitama. Ricky ganó la final de aquel torneo casi él solo. Ante Rusia anotó 51 puntos, atrapó 24 rebotes, repartió 12 asistencias y robó 7 balones. Además anotó una canasta en el último segundo desde el centro de la pista que llevó el partido a la prórroga. «A lo de la confianza actual le ha ayudado mucho Raúl López. Coincidió con él en Utah y los veranos entrena con él. La confianza lo es todo y Ricky ahora ha dado un paso adelante», añade.

El niño que de pequeño quería ser negro y jugar en la NBA –«lo primero todavía lo tiene difícil», señala entre risas Esteve–, dio sus primeros pasos en el equipo de su pueblo, El Masnou. Allí bajo la atenta mirada de su padre, que ejercía como entrenador en el club, Ricky no tardó en destacar. El chico tímido que soñaba con ser como Michael Jordan y que tenía un póster gigantesco del «23» de los Bulls en su habitación, era puro talento. «De pequeño se le veía que tenía algo especial. Cada partido te hacía una cosa diferente. En categorías inferiores, cuando cogía el balón, en medio minuto te hacía ocho puntos. Era muy rápido y podía cambiar el partido en treinta segundos. Tenía un don», cuenta su padre. El chaval que con 20 años decidió emigrar a Estados Unidos para enrolarse en los Minnesota Timberwolves se convirtió ante Polonia en el mejor pasador de la historia de los Mundiales, pero él sigue teniendo los pies en el suelo. «Que juegue bien al baloncesto en realidad no significa nada. Lo importante de todo esto es que sea buena persona y que pueda ayudar a los demás. Esta gente que son privilegiados haciendo una cosa que les gusta y que además cobran mucho, tienen que ayudar a la sociedad y devolverle lo que ésta les da», asegura Esteve.

Y eso es lo que hace Ricky. Su madre, Tona, falleció hace tres años y medio por un cáncer y el base creó el año pasado una Fundación de lucha contra el cáncer de pulmón. «Es una persona muy solidaria. Lo de su madre lo marcó mucho porque estaban muy unidos. Todos lo sufrimos, pero él tuvo el problema de que lo vivió desde la distancia y eso fue muy duro para él. Lo de la Fundación fue una promesa que él hizo a su madre y quería cumplirla. Seguro que su madre ahora está orgullosa de él», dice el padre.

Hoy frente a Australia, Ricky está obligado a volver a ser decisivo para que España dispute su segunda final de un Mundial. Enfrente estará el jugador clave de los oceánicos, Patty Mills, base de San Antonio Spurs. Ricky es el mejor anotador de España (15,3 puntos por partido), el mejor pasador (5,5 asistencias), el más valorado (16,3) el segundo mejor «ladrón» (1,3 robos), el segundo que más juega (25 minutos) y el jugador con mejor balance de la selección cuando está en cancha (+14 con él en pista). El niño que con diez años se planteó durante tres meses que quería cambiar el balón de baloncesto por el de fútbol se ha empeñado en que quiere ganar la medalla de oro en la Copa del Mundo. «Soy de una generación que no ha probado el oro mundial, pero sí el europeo y las medallas olímpicas. Estamos aquí para ganar el oro», asegura.