Estreno
«Doce años de esclavitud»: La mirada frontal de Steve McQueen
Director: Steve McQueen. Guión: John Ridley, basado en el libro de memorias de Solomun Northup y David Wilson. Intérpretes: Chiwotel Ejifor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Brad Pitt. EE.UU-GB, 2013. Duración: 134 minutos. Drama.
Cuerpos enjaulados, mártires por una causa o por seguir a sus instintos, santos o pecadores que intentan buscar su dignidad en las heridas abiertas de su sacrificio o su penitencia. Así son los héroes del que fue célebre videoartista Steve McQueen. Que Solomon Northup, quien escribió sus memorias tras intentar redactar cartas con zumo de arándanos en dos plantaciones de esclavos, allá por las acaballas del XIX, se haya añadido a su nómina de personajes torturados, no puede resultar más lógico: como en «Hunger» o «Shame», su cuerpo sufrirá la violencia del mundo. McQueen no nos ahorra ni sangre ni vejaciones: quiere mantenerse fiel a los hechos, y siéndolo, evita todo asomo de sensacionalismo. Tener genes históricamente caribeños le da una empatía con el esclavo que compensa con la distancia de ser británico. Su mirada se traduce en un neoclasicismo que combina cierta austeridad formal con una completa frontalidad a la hora de retratar la crueldad de los terratenientes sureños, en especial del sádico Edwin Epps (magnífico Fassbender). Ese elegante ascetismo, que impregna los mejores momentos de la película –el «showroom» humano organizado por un vendedor de esclavos (Paul Giamatti), que parece robado del «Salò» pasoliniano; el plano fijo del ahorcamiento, en el que la víctima es golpeada por la indiferencia de los esclavos que reanudan sus actividades cotidianas–, sirve para recordarnos que la barbarie xenófoba está en las raíces del capitalismo. Podría acusarse a McQueen de haber embellecido demasiado la sordidez de su tema, de cuidar demasiado la composición del encuadre, pero ahí está Chiwetel Ejofor para despejar dudas. Su comedida interpretación sabe transmitir la rabia, la indignación y las ganas de sobrevivir de un hombre justo y sabio, el Primo Levi de ese monstruoso Holocausto que los libros de Historia norteamericanos deberían destacar con negrita.
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