Economía
Un mundo de contenedores
El contenedor revolucionó el comercio mundial hace 63 años. Partió de una idea de un transportista de EE UU, que con su invento, y sin saberlo, puso en marcha la llamada globalización
Los hermanos McLean no tenían grandes posibilidades económicas. Corrían los años 30 en Carolina del Norte (EE UU), una época dura en plena Gran Depresión, y la Universidad no entraba en sus planes ni de lejos. Lo que sí tenía este clan familiar era cabeza para los negocios y algo de dinero para comprar un camión de segunda mano y hacerse así un hueco en el mundo del transporte de mercancías. Hasta aquí todo normal. Un retrato típico del americamo emprendedor, el hombre hecho a sí mismo, que sale adelante imponiéndose a las dificultades. Sin embargo, uno de los tres, Malcom, tuvo una idea genial mientras observaba cómo se descargaba la mercancía de uno de sus camiones en un puerto de Carolina del Norte. Luego debían subirla a uno de los buques de carga, donde tendría que almacenarse en la bodega hasta llegar al destino, cuando sería descargado, de nuevo, para subirlo a otro camión. ¿Y si se inventaba una gran caja metálica que se acoplara al vehículo y pudiera ser transportada en el barco? De esta forma en apariencia casual, el joven McLean acababa de inventar el contenedor marítimo, un concepto que reovolucionó de arriba a abajo el comercio internacional durante décadas. Un descubrimiento que con los años sería clave para la tan cuestionada «globalización» y el «made in China» al facilitar asombrosamente el transporte por mar.
Un barco llamado «Ideal X» tuvo el honor de realizar el viaje inaugural con este tipo de carga el 26 de abril de 1956 entre las ciudades estadounidenses de Nueva Jersey y Houston. Llevaba 58 contenedores a bordo de un tamaño que, por entonces, era menor que el actual. Las dimensiones se han ido aumentando paulatinamente hasta llegar a las medidas estándar actuales, 20 o 40 pies. También cuentan con una unidad de cálculo propia, los TEU (en español, Unidad Equivalente a Veinte Pies).
Poco sospecharía el intrépido McLean que desde su brillante idea nadie volvería a tener una ocurrencia tan disruptiva. Murió en la isla de Manhattan en 2001 prácticamente en el anonimato.
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