Opinión

Cisnes negros y cisnes blancos

La pandemia parecería «el cisne negro» perfecto, por lo imprevisible y sus consecuencias, pero hay quienes creen que no cumple los requisitos y prefieren la expresión «rinoceronte gris»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al líder de Unidas Podemos, Pablo IglesiasJuan Carlos HidalgoEFE

Decimo Junio Juvenal (Aquino, 60–Roma, 128), poeta romano, escribió sobre «un ave rara en la tierra y muy parecida a un cisne negro», en n tiempo en el que existía el convencimiento de que no había cisnes negros. La certeza duró todavía alrededor de 1.500 años hasta el punto de que en Londres, en el siglo XVI, la expresión «cisne negro» se generalizó para señalar algo imposible. Todo se vino abajo, en un episodio que avala las tesis de la «falibilidad» de Popper, cuando en 1697, el holandés Willem de Vlamingh tropezó con un auténtico «cisne negro» en el río Swan, en Australia Occidental. Hace unos años, en 2007, el americano-libanés Nassim Nicholas Taleb desarrolló con éxito de público su propia teoría de los «cisnes negros», que serían algo inesperado, de gran impacto socioeconómico y que, con el tiempo, se puede racionalizar e incluso hacer que parezca explicable o predecible. Taled se fijaba como grandes «cisnes negros» modernos la I Guerra Mundial, la aparición y desarrollo de Internet o los atentados de 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York.

La pandemia de la COVID-19 y «el año de la plaga», como acaba de definir «The Economist» a 2019, parecían en principio el paradigma de un «cisne negro». Sin embargo, el propio Taleb rechaza esa posibilidad porque dice que la pandemia no cumple con los requisitos de su teoría, lo que enseguida ha permitido a otros analistas tildarla de «rinoceronte gris», porque era predecible. Una tesis que recuerda al chiste que caricaturiza a los economistas como «expertos en predecir el pasado». La COVID-19 ha constatado la fragilidad de las previsiones, no solo económicas, porque nadie, a finales de 2019, ni los profetas habituales de las catástrofes, como Roubini, cuando el virus ya estaba en Wuhan y había vagas noticias sobre sus efectos, imaginaron su impacto y sus consecuencias. Los gobiernos, desde el de Sánchez a los de Macron y Merkel, y por supuesto el que encabezará Joe Biden, tras el cuatrienio populista de Trump, esperan que escampe gracias a las nuevas vacunas, pero la mutación surgida en el Reino Unido aislacionista de Boris Johnson ha levantado otra vez todas las alertas.

«Papeles de Economía», la revista trimestral de Funcas (Fundación de las Cajas de Ahorros), dedica su último número, dirigido por Eduardo Bandrés y José Félix Sanz, a los Ciclos Económicos y apunta que «la crisis de coronavirus no es una recesión sistémica, sino una recesión impulsada por los acontecimientos y, por ende, existe una elevada incertidumbre en torno a su duración y magnitud y los hechos estilizados que presentará la posterior recuperación».

Alicia Coronil, ahora economista jefe de Singular Bank, la entidad que preside Javier Marín, en sus años en el Círculo de Empresarios, la organización que encabeza John de Zulueta, elaboraba, con datos de Saxo Bank, una lista de «cisnes grises» para el siguiente ejercicio, es decir, «eventos imprevistos pero con un elevado impacto sobre la economía». Por ejemplo, a finales de 2019, se consideraba como «cisne gris», aunque no figuraba entre los favoritos, la posibilidad de que Trump perdiera las elecciones. Ahora, tras diez largos meses de pandemia, sin que el horizonte esté todavía despejado, gobiernos y ciudadanos sueñan con un futuro repleto de cisnes blancos, como expresión de una vuelta a la normalidad que será muy diferente a la anterior.

El gran cisne blanco, para muchos, vendría de la mano del éxito de las distintas vacunas que empiezan a administrarse. En Europa, la utilización efectiva y cabal de los fondos de ayuda, aunque supongan más impuestos a la larga, serían otro síntoma de la llegada de nuevas oleadas de cisnes blancos, que España no debe limitarse a contemplar cómo pasan. La gran incógnita española, más allá de la evolución de la pandemia, es el derrotero que seguirá el Gobierno de Sánchez, un presidente al que incluso sus votantes, según el CIS de Tezanos, consideran bastante mentiroso, aunque no parece importarles . El inquilino de la Moncloa ha desconcertado tanto y a tantos que, en su caso, todo es posible, desde que haga de reclamo a su propio cisne negro, de consecuencias insospechadas, a que abrace la normalidad aburrida, previsible y estable de un cisne blanco.

BBVA: Objetivos para los beneficios del PNC estadounidense

El BBVA, el banco que preside Carlos Torres, afronta ahora el reto de donde destinar los beneficios de la operación de venta del PNC estadounidense, sobre todo después del fiasco del proyecto de fusión con el Sabadell. Los responsables del BBVA, incluido en consejero delegado, Onur Onç, nunca pusieron mucho empeño en ese proyecto. Ahora querrían remunerar más al accionista, aunque necesitan el visto bueno del BCE, que recomienda prudencia con el dividendo.

Pensiones: la táctica del ministro Escrivá y sus precedentes

El Gobierno de Pedro Sánchez encara, aunque lo intente eludir, el problema de la sostenibilidad de las pensiones, mejor dicho del mantenimiento de su poder adquisitivo, y de las recomendaciones, sugerencias, exigencias de la Unión Europea de que adopte reformas cuanto antes. El ministro Escrivá, consciente de los agujeros del sistema, recurre, como tantos de sus predecesores, a la táctica de ampliar el periodo que se tiene en cuenta para calcular la pensión para mejorar las cuentas. En la práctica supone, como ahora casi todo el mundo sabe, reducir en un porcentaje las nuevas pensiones. Lo que algunos olvidan que quien primero adoptó esa medida en los años ochenta fue Joaquín Almunia y que al gobierno de Felipe González le costó la primera huelga general que le organizó la UGT de Nicolás Redondo.