Análisis
El mundo, entre la inflación y la desinflación
De la noche a la mañana, se ha pasado del miedo a la primera al pánico a la segunda por la variante Ómicron
La economía mundial se mueve entre el riesgo de inflación y el riesgo de desinflación. Si hace una semana reflexionábamos sobre cómo estábamos inmersos en una crecientemente y preocupante espiral alcista de precios, este viernes los mercados mundiales entraron en pánico por la aparición de una nueva variante del coronavirus –la Ómicron– que parece ser mucho más contagiosa y, por tanto, abre la puerta a que los gobiernos se lancen a restablecer restricciones a los desplazamientos y a las actividades.
¿Cómo es posible que de la noche a la mañana pasemos del miedo a la inflación al pánico por la desinflación? Pues porque la clave de la inflación que estábamos experimentando, por mucho que se nos dijera lo opuesto, está en el lado de la demanda, no de la oferta. La oferta de muchos de los inputs que están experimentando cuellos de botella se halla en máximos históricos. No es que su producción se haya hundido y, en consecuencia, no dispongamos de un suministro regularizado de muchos de los componentes que habitualmente empleamos. No, es que la demanda hasta ahora se había disparado como consecuencia no sólo de la reapertura económica, sino también de los planes de estímulo fiscales y monetarios.
El fenómeno es global y, precisamente por ello, importa poco que el gasto en la Eurozona no se haya multiplicado tanto como en otros lugares del mundo. Lo que cuenta es que la oferta global de ciertos inputs (como petróleo, gas, semiconductores, etc.) está tensionada desde el lado de la demanda y, en consecuencia, sus precios internacionales se han incrementado de manera muy notable durante el último ejercicio. De ahí que, al importar a nuestra economía muchos de esos factores productivos, los precios en la Eurozona también se estén disparando.
Este jueves, por ejemplo, conocimos en España el preocupante dato del Índice de Precios Industriales(los precios a los que se les venden las mercancías a los distribuidores, como paso previo a que las compremos los consumidores), que marcó una subida interanual del 31,9%. Se trata de un posible anticipo de lo que está por venir. Si los distribuidores no repercuten esos sobreprecios a los consumidores, entonces sus márgenes de beneficio se estrecharán (incluso se volverán negativos); si, en cambio, los repercuten, el IPC se disparará en línea (aunque no tan intensamente) como el Índice de Precios Industriales y cada vez más trabajadores reclamarán un alza de sus salarios, exponiéndonos a una espiral precios-salarios que desancle las expectativas de inflación.
Pero, al mismo tiempo que nos enfrentamos a ese riesgo si seguimos creciendo, también cabe la posibilidad de que volvamos a las andadas de 2020, es decir, a una economía global estancada y paralizada por la pandemia. Aunque las probabilidades de que se repita ese escenario son muy bajas (y, por tanto, el escenario central debería seguir siendo el de la inflación), parecen haber asustado lo suficiente a los mercados como para que este viernes se produjera una muy intensa liquidación de activos financieros y para que el precio del petróleo se desplomara. Si dejáramos de expandirnos, la demanda se hundiría y con ello los precios.
Por ello, en suma, nos movemos entre la inflación y la desinflación: si crecemos, inflación; si nos estancamos o retrocedemos, desinflación. La clave está en cómo evolucione la demanda.
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