Análisis

Podemos, en guerra contra los superricos

Su plan para subirles los impuestos parte de la irreal premisa de que aligerará con ello el yugo fiscal de las clases medias

La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra; y el dirigente y diputado del Partido Laborista de Reino Unido, Jeremy Corbyn
La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra; y el dirigente y diputado del Partido Laborista de Reino Unido, Jeremy CorbynMarta Fernández JaraEuropa Press

La nueva estrategia de Podemos para adquirir un perfil propio dentro del Gobierno de coalición es hablar de la necesidad de subir impuestos a los superricos. No es casualidad: durante los próximos días, el PSOE presentará el informe para la reforma del sistema tributario elaborado por su comité de expertos. Dado que los socialistas se agarrarán a la textualidad de ese documento para plantear su sablazo fiscal a los contribuyentes, los morados no pueden permitirse ir a remolque de la agenda socialista, de ahí que hayan contraprogramado anticipadamente a sus socios de gabinete.

Así, el partido de Ione Belarra ha presentado un plan donde plantea subidas en el impuesto sobre Sociedades para las grandes empresas, un nuevo impuesto sobre el Patrimonio que grave sobremanera a las grandes fortunas o aumentos en los tramos más elevados del IRPF. El paquete de medidas podrá gustar más o menos –como liberal no me gusta nada– pero al menos guarda cierta coherencia con lo que sería un programa fiscal de extrema izquierda (como el de Bernie Sanders en EEUU o Jeremy Corbyn en Reino Unido).

El problema ya no es tanto si se trata de un programa económico más o menos atractivo para la libertad y la prosperidad a largo plazo de un país, sino que se fundamenta en la muy irreal premisa de que los superricos pueden terminar pagándolo casi todo y que, merced a ello, las clases medias y las rentas bajas verán aligerado el yugo fiscal que recae sobre sus cabezas. Y no: ése escenario no es factible.

Reparto

El peso del sector público en España oscila entre el 40%-45% del PIB y a Podemos le gustaría elevarlo al menos hasta el 50% del PIB: es decir, que el objetivo consistiría en que uno de cada dos euros de riqueza generada en nuestro país pase por las manos del Estado para que luego éste escoja arbitrariamente cómo distribuirla. Si siguiendo el imaginario comunista, los superricos estuvieran recibiendo actualmente más de la mitad del PIB, la operación encajaría como un guante en el discurso redistribucionista de Podemos: se les quitaría la mayoría de su riqueza a unos pocos para repartirla entre unas masas sociales. Pero es que la realidad no es esa.

De acuerdo con la World Inequality Database (elaborada por el nada sospecho equipo de Thomas Piketty), el 1% de familias más acaudaladas del país (ingresos familiares brutos de más de 150.000 euros anuales) recibe anualmente alrededor del 15% del PIB. Es decir, que si les expropiáramos absolutamente todo al 1% más rico del país (casi 200.000 familias, ahí es nada) apenas obtendríamos recursos suficientes para financiar un tercio del gasto público actual (en realidad no obtendríamos nada porque, si se les pretendiera arrebatar todo, simplemente dejarían de producir y de pagar impuestos). ¿Y los otros dos tercios de ingresos? Pues lógicamente la mordida seguiría recayendo sobre el resto de la sociedad.

Todavía peor: si en lugar de concentrar la rapiña fiscal en el 1% más rico de España lo concentráramos en el 0,1% (unas 20.000 familias con ingresos brutos de unos 500.000 euros anuales), nos daríamos cuenta de que todas sus rentas actuales apenas equivalen al 5% del PIB. Por consiguiente, expropiándoles absolutamente todo lo que generan, tan sólo financiaríamos una décima parte de lo que Podemos desearía gastar. El resto… a cargo del resto de la sociedad.

En suma, estas llamadas de nuevos impuestos contra los superricos que plantea Podemos son sólo la excusa para justificar la perpetuación de los enormes sablazos tributarios contra el conjunto de la ciudadanía.

Inflación en Estados Unidos

La inflación de EEUU no frena: en este primer mes de 2022, la tasa de variación interanual de los precios se elevó hasta el 7,5%, la más elevada de los últimos 40 años. No se trata, además, de un dato que guarde relación alguna con el famoso «efecto base»: la tasa de inflación intermensual (de diciembre a enero) se ubica en el 0,6%, lo que si se mantuviera ininterrumpidamente a lo largo de los doce meses de 2022 arrojaría una tasa anual acumulada de aproximadamente ese 7,5%. Todavía peor: la tasa de inflación subyacente (la que no tienen en cuenta ni los precios de la energía ni de los alimentos) escaló hasta el 6% en términos interanuales, lo que muestra lo generalizada que se encuentra esta elevación de los precios. No es sólo una cuestión de la energía.

Impopularidad de Biden

La inflación en EEUU es uno de los principales factores que está minando con rapidez la credibilidad de Joe Biden. Quien alcanzó el poder prometiendo coser la sociedad estadounidense tras las heridas abiertas por Donald Trump, es ahora mismo menos popular que el republicano a estas alturas de su mandato. Y es que, por esas mismas fechas (poco más de un año después de iniciar la presidencia), Trump contaba con un porcentaje de aprobación del 41,1% mientras que Biden se ubica en el 40%. Por desgracia, cuando los políticos se sienten acorralados en la impopularidad, especialmente si hay elecciones cerca (como las hay en EEUU en noviembre), suelen tomar decisiones desesperadas que pueden ser muy negativas para los ciudadanos y para sus economías.

Subida de tipos en la Eurozona

Este mismo repunte inflacionista –que en la Eurozona alcanzó el 5,1% interanual, la más elevada de toda su historia–, es el que ha forzado al BCE a replantear hace diez días su política de tipos de interés para 2022: así, el 4 de febrero, el BCE nos alertó de que, a la vista de la evolución de los precios, tal vez no tendría que subir los tipos este año para intentar estabilizar las expectativas. E inmediatamente después de estas palabras, los tipos en los mercados reaccionaron: el coste de la deuda pública de la Europa periférica se disparó (en España, por ejemplo, pasamos de un coste financiero de la deuda pública del 0,7% al 1,1%) y el coste del Euribor también lo hizo. Obviamente, los tipos siguen todavía muy bajos, pero si el BCE consuma sus palabras, subirán bastante más.