Opinión

Democratizar el turismo de calidad

El reto pasa por instruir a las nuevas generaciones en la experiencia de viajar, un arte activo y también contemplativo.

Decenas de turistas hacen cola para acceder a los Reales Alcázares de Sevilla
Decenas de turistas hacen cola para acceder a los Reales Alcázares de SevillaJulio MuñozAgencia EFE

Escribo estas líneas en la desembocadura del Tajo, en Lisboa, junto a un montón de turistas llegados de todas partes del mundo. Mientras me dejo mecer por las corrientes, caigo en la cuenta de las decenas de pasajeros que dedican su tiempo a bordo a revisar el móvil o a tomar cientos de fotografías en bucle en lugar de contemplar la belleza del atardecer. Y descubro que en la vida no solo importa la cantidad de experiencias que uno atesora, sino la intensidad con la que son vividas. Cierto es, lo admito, que también anda uno ajetreado tecleando aunque sean los bosquejos de esta columna, pero con la necesaria pausa para levantar la vista de la pantalla y deleitarme con la realidad.

Y es que uno de los mayores pecados de nuestros tiempos es la vanidad. Ahora que andamos de vacaciones he vuelto a observar cómo nos han acostumbrado a hacer público cada segundo de intimidad en las redes sociales. Tampoco ha hecho falta que insistieran, porque si hay algo de lo que disfrutan hombres y mujeres por igual en estos tiempos es de la frivolidad que nos empapa. Una superficialidad tan vacía que hasta hay aplicaciones y filtros para móvil que lo convierten a uno en un Discóbolo aunque esté hecho un ectoplasma.

Así, la mayoría de personas anda haciéndose autorretratos y vídeos absurdos durante sus vacaciones en vez de deleitarse con los bocados familiares, con la sensación de la brisa y sol sobre la piel, o con las tardes de lluvia y las arreboladas invernales. Por eso, ahora que las naciones se pelean por atraer más y más turistas, es el momento de buscar a los viajeros. Lo he comentado en alguna ocasión con Julia Simpson, la presidenta del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), que el reto de hoy está en «democratizar» la calidad del turismo. Sin que se pierda un gramo de excelencia. Sin masificaciones. Un trabajo que pasa por instruir a las nuevas generaciones en la experiencia de viajar, un arte activo y también contemplativo. Y es que viajar es casi una vocación que tiene más que ver con el descubrimiento que con el consumo masivo y voraz de experiencias. Viajar no es «fast food» es cocinar a fuego lento y, quizá por ello, la WTTC distingue ambos conceptos en su nombre.

Al fin, el viajero es esa rara especie en peligro de extinción que observa en silencio y pasa inadvertida. Capaz incluso de mimetizarse con el entorno de millones de turistas armados de móviles, bermudas, chanclas y tarjetas de crédito. Democratizar el turismo de calidad debería de tener un ministerio propio en España, potencia del sector, en vez de otro dedicado a legislar leyes que liberan criminales. Dicho lo cual, paso a modo avión.