Opinión

En la hora del adiós

Todos coincidimos en resaltar la capacidad de trabajo, el saber enciclopédico y la bondad del profesor Velarde

Juan Velarde
Juan VelardeÁlvaro GarcíaLa Razón

Hace muchos años que me encontré con Juan Velarde y menos de dos que me desencontré. Ambos momentos me afectaron emocionalmente en gran medida. Durante más de tres décadas compartimos múltiples proyectos y un profundo sentimiento de amistad, a la manera que señalaba Epicuro: «No necesitamos tanto la ayuda de nuestros amigos, como de la confianza en esa ayuda». Con su magisterio, intentamos demostrar que el saber era factor imprescindible, para construir un país mejor. Tal vez esta herencia ilustrada provenía de su siempre admirado paisano Don Gaspar Melchor de Jovellanos. En los incontables obituarios que se publiquen estos días, sobre el profesor Velarde, aparecerán notas más o menos exhaustivas de carácter biográfico. Mencionaré alguna.

Nació en Salas (Asturias) el 26 de junio de 1927 y, como tantos niños, sufrió los avatares de la Guerra civil. En el verano de 1942 su familia se trasladó a Madrid y aquí, en el Instituto Ramiro de Maeztu, cursó el 7º y último año del Bachillerato. El acceso a la universidad y su llegada a la nueva Facultad de Ciencias Económicas y Políticas, se vieron marcados por cuestiones burocráticas, menores pero definitivas. Su formación como economista, estuvo más o menos influida por profesores como Valentín Andrés Álvarez, Manuel de Torres, Román Perpiñá, Luís Olariaga, José Castañeda y otros. En el viejo caserón de San Bernardo, coincidió con otro alumno excepcional: Enrique Fuentes Quintana.

Inició su andadura docente como profesor ayudante de clases prácticas, y llegaría a la cátedra de la Universidad de Barcelona en 1960. Volviendo luego a la de la Complutense en 1963. Fue Decano de su Facultad entre 1967 y 1973. Aquí se jubilaría en 1992, permaneciendo como Profesor Emérito. Rector de la Universidad Hispanoamericana de Santa María de la Rábida 1974-1977. En ese último año, pasó a formar parte como Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la cual ha ocupado entre otros cargos, el de presidente, desarrollando una enorme labor. Sería interminable la simple relación de títulos, premios y distinciones recibidas: Doctor Honoris Causa por las Universidades de Oviedo, Sevilla, Alicante, Pontificia de Comillas, Valladolid, UNED, Rey Juan Carlos. Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1992, etc.

Como me temía, apenas he enunciado una mínima parte de sus actividades y reconocimientos y he consumido la mitad del espacio disponible. Mi aportación en recuerdo y homenaje a Juan debo hacerla desde el conocimiento de la persona y el extraordinario ser humano que fue. He tomado parte en dos libros donde se destacan algunos de sus principales rasgos. El año 2007 edité y prologué un «Liber Amicorum» titulado «La búsqueda del saber». Cumplía entonces el profesor Velarde 80 años. Parece que fue ayer. A pesar de las limitaciones, por razones de espacio, el número de participantes en la obra superó ampliamente los cuarenta. Muchos han fallecido ya, pero basta citar el nombre de algunos, no lo tomen a mal los otros, para apreciar la categoría del homenajeado: González de Cardedal, Fraga Iribarne, Robles Piquer, Lago Carballo, Gonzalo Anes, Sánchez Asiaín, Fernando Sebastián, Sabino Fernandez Campo, Teodoro López-Cuesta, José María Segovia de Arana, Fabián Estapé, Joaquim Verissimo, Manuela Mendonça, Ramón Tamames...

Mantengo plenamente las palabras que escribí en aquel prólogo: «Muchos motivos de admiración y afecto se recogen en este libro, hacia el hombre que reúne en la mirada un punto de ironía e ingenuidad: La experiencia del sabio y la curiosidad del niño». Todos coincidimos en resaltar la capacidad de trabajo, el saber enciclopédico y la bondad del profesor Velarde.

El otro libro que edité, con el patrocinio de Don Francisco Rodríguez, escrito por la Doctora Aladro Majúa, se publicó en 2019: «La Granda (1979-2019) Un estilo de aprender». Juan escribió el prólogo de este texto que recoge cuatro décadas de esfuerzo por una empresa cultural incomparable. La Granda un espacio mágico, entre la geografía y el corazón, acogió el espíritu de La Rábida y con el esfuerzo impagable de Teodoro López Cuesta y Juan Velarde, llegaron allí Severo Ochoa, algún otro Premio Nobel, Santiago Grisolía, Cesar Nombela, y cientos de ilustres profesores y personajes de la vida cultural económica y social de todo el mundo.

He recorrido casi todos los caminos de España y Portugal de la mano del profesor Velarde. Tuve la suerte de compartir con él un tiempo y un espacio grande, desde la Universidad Marqués de Santillana, de la que también fue Rector. Admiré al hombre incansable, que llegué a considerar como un padre, acaso por su enorme capacidad de trabajo que también el mío desplegaba. No fui alumno universitario del Profesor Velarde, pero me impartió desde su magisterio impagable, no pocas lecciones de vida, y hoy he querido recordar al hombre, al economista, al pensador, al maestro, al amigo… Hasta siempre Juan.