Macroeconomía

Argentina, otra vez

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El fantasma del corralito resucita en el país por la falta de divisas. Los mercados rechazan un posible gobierno peronista encabezado por Alberto Fernández, muy ligado a los Kirchner. Las soluciones que se plantean son inviables o demasiado drásticas

Mañana se cumplirán dos meses del fallecimiento del expresidente de Argentina Fernando de la Rúa. La muerte a veces es generosa y a él se lo llevó antes de que el país volviese a acercarse a la drástica situación que él mismo declaró en 2001, el corralito, es decir, aplicar restricciones extremas para obtener dinero en efectivo ante la ausencia de reservas. Ese mal recuerdo lo repiten una y otra vez los medios argentinos después de que el Gobierno reconociese la falta de divisas. Lo ha hecho con una acción, exigir una autorización previa, tanto a empresas como particulares, para comprar más más de 10.000 dólares al mes y realizar transferencias al exterior superando dicha cantidad.

La intención es que los ciudadanos no adquieran dólares porque, de esa manera, el peso seguiría depreciándose. Y ya se encuentra en mínimos históricos tras un agosto fatídico en el que se devaluó un 26%. Otra de las medidas para paliar la caída del peso es que los bancos que operen en el Estado deberán pedir un permiso para obtener los dividendos, lo cual afecta al BBVA y al Santander.

Las entidades financieras están viviendo días de turbulencias. No sólo por los efectos que las circunstancias tienen sobre sus negocios, sino porque los ciudadanos están haciendo enormes colas para cambiar sus pesos por dólares, al menos hasta lo que le permitan. Ése es el pulso de la calle, mientras en las oficinas gubernamentales se juega el futuro próximo de la nación, intentando regatear la debacle.

Alberto Fernández, el candidato peronista a la Presidencia del país, ha afirmado que Argentina se encuentra en una «suspensión de pagos virtual». Y razón no le falta porque, «con el calendario actual de compromisos financieros puede tener dificultades para cumplirlos»,cuenta el profesor de Economía Internacional y América Latina de la Universidad de Comillas, Alfredo Arahuetes. En septiembre tiene que hacer frente a un pago de más de 5.000 millones de dólares de deuda. No tiene las reservas para poder abonarlo, así que está negociando con el Fondo Monetario Internacional (FMI) reestructurar su deuda, o lo que es lo mismo, pagarla a más largo plazo.

En definitiva, se trata de ganar tiempo. De rectificar en menos de un mes uno de los males que Argentina ha cosechado desde 2011. Desde ese año, la deuda pública no ha parado de crecer desde el 38,9% del Producto Interior Bruto (PIB) hasta el 57,1% en 2017. Y en 2018 se disparó, alcanzando un 77,4%, a causa de la depreciación del peso, que supuso un recorte importante del PIB, y a los intentos de controlar la inflación reduciendo la financiación monetaria del déficit, lo cual generó más endeudamiento.

A los argentinos solo les queda la esperanza de un futuro mejor. Y, si no hay sorpresas, estará en manos de Alberto Fernández, quien obtuvo un 47% de los votos en las elecciones PASO del 12 de agosto, una especie de primarias entre todos los partidos que resultan bastante fiables para que nadie se sobresalte (tampoco los mercados) cuando meses después se lleven a cabo las elecciones oficiales.

Fernández presenta un perfil serio, sosegado, con una actitud muy diferente al exaltado kirchnerismo con el que rompió en su momento. Precisamente por eso ha sido rescatado por Cristina Fernández de Kirchner, porque es un hombre alejado de lo que ella representa, de lo que los ciudadanos rechazan del kirchnerismo puro y duro que, sin duda, es parte del germen del desastre actual de la economía.

No obstante, si bien los argentinos han entendido esas diferencias y son la justificación para votarle, los mercados temen que Fernández resucite el kirchnerismo. «Es un error en el que se ha caído», señala Arahuetes, «porque tendrá su propia agenda, no se va a dejar dominar y, si acaso, se puede decir que es peronista».

Cepo cambiario

Pero es difícil convencer de esto a los mercados que, ante situaciones como la de Argentina, son muy conservadores, lógicamente. No se fían de que Fernández no aplique el agresivo cepo cambiario que perduró durante casi todo el anterior mandato del kirchnerimos (octubre de 2011 a diciembre de 2015). Si Macri ahora no permite sacar más de 10.000 dólares sin permiso del banco central, en aquella etapa el límite llegó a situarse en los 2.000 dólares.

Además, los consumos con tarjetas de crédito y débito en el extranjero al principio sufrieron un recargo del 15%, y más tarde se amplió un 35%, incluyendo la compra de pasajes y paquetes turísticos. Tampoco se permitía la compra de dólares para el ahorro, reduciéndose con fuerza el consumo de bienes para los que se necesitan grandes cantidades de dinero, como las viviendas o los coches. En definitiva, sectores a los que pertenecen grandes empresas e inversores como el de de la automoción, el inmobiliario y el turístico fueron muy perjudicados. Por lo tanto, no quieren que se repita una restricción agresiva que recorte sus beneficios.

Sin embargo, el investigador de la escuela de negocios de Columbia University, especialista en macroeconomía y deuda pública, Martín Guzman, sostiene que «las primeras pistas que ha dado Alberto Fernández sugieren que partirá de premisas que difieren sustancialmente de las del Ejecutivo actual», pero también de «las del anterior en su última etapa». Es decir, de los cuatro años del kirchnerismo marcados por esta política en materia de divisas.

Así, Guzman añade que «se ha resaltado la importancia de la consistencia macroeconómica, la necesidad de lidiar con la inflación pero de forma gradual dadas las restricciones que se enfrentan, y los objetivos de recuperar los superávits de cuenta corriente y fiscal».

Por su parte, Delphine Arrighi, gestora del fondo Merian Emerging Market Debt de Merian GI, comenta que las promesas electorales del candidato peronistas «apuntan a objetivos más amplios de déficit fiscal y una reestructuración de la deuda externa». Este camino parece ser la ultima bala que le queda a los argentinos para salir del eterno pozo en el que se encuentran.

Soluciones

Leer la prensa argentina durante estos días supone encontrarse miles de recetas para recuperar la economía del país. Los más agresivos optan por una nueva «dolarización». En definitiva, consiste en admitir que el peso está tan devaluado que está muerto como divisa, y hace falta cambiarla por una que tenga verdadera fortaleza, el dólar. Pero los mandatarios norteamericanos debería naceptarlo, y no parece estén dispuestos. Además, Argentina pasaría a ser dependiente de la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos.

Arahuetes mantiene que la «dolarización es imposible porque se necesita llegar a un acuerdo con EE UU, que no lo quiere, como ya ocurrió en 1999 durante la Presidencia de Carlos Menen, que intentó lo mismo. Tampoco creo que a Argentina le interese convertirse en un apéndice económico de ese país y perder su soberanía monetaria. Por ejemplo, si en algún momento necesitara liquidez, puede que Estados Unidos no se la diera».

En definitiva, a Argentina le quedan pocas salidas y a no ser que Fernández descubra a un Maradona de la economía, será difícil que se libere del abismo en los próximos años.