Economía

El oro y la guerra chino americana

Trump, a punto de cumplir sus primeros cien días de su segunda presidencia, parece dar una cierta marcha atrás, pero no está claro que no sea un movimiento táctico

Donald Trump y Xi Jinping, en un encuentro en Osaka
Donald Trump y Xi Jinping, en un encuentro en Osakalarazon

Vladimir Illich Uliánov (1870-1924), más conocido como Lenin decía que «hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas». El hecho de haber sido un dictador sangriento no puede ocultar su perspicacia. Esa combinación, junto con su falta de escrúpulos, fue lo que lo condujo al poder.

Muchos años después, las palabras del tirano comunista vuelven a tener vigencia. El lunes pasado amaneció con el fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio (1936-2025), el Papa Francisco. Donald Trump mantenía su presión sobre el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, y anunciaba otra vuelta de tuerca sobre los aranceles chinos.

En España, Sánchez, catedrático en cambiar de opinión, explicaba que dedicaría otros 11.000 millones a gasto de defensa, mientras parte de sus socios de Gobierno se escandalizaban aunque, eso sí, Yolanda Díaz y Sira Rego descartaban abandonar el Gobierno, pasara lo que pasara.

El oro, dentro de su escalada, subía y bajaba entre los 3.500 y los 3.300 dólares la onza, casi al mismo tiempo que el presidente americano, del que ya se ha distanciado Elon Musk –el dinero es el dinero– rectificaba. Afirma ahora que no pretende moverle la silla a Powell y una marcha atrás en los aranceles disparatados a una China que parecía dispuesta a resistir a cualquier precio.

Francisco reposa ya en Santa María la Mayor de Roma y el mundo está pendiente de un Cónclave. Hay semanas en las que pasan décadas. Trump, a punto de cumplir los primeros cien días de su segundo mandato, iniciados como elefante en cacharrería, mantiene a todos en vilo. Al fondo, una guerra, por ahora comercial, nada larvada con la China de Xi Jinping.

«Las tensiones entre China y Estados Unidos se mantendrán», escribe Alicia Coronil, economista jefe de Singular Bank en su más reciente «Actualización del escenario geoeconómico». Añade que la administración Trump seguirá adelante con la presión al resto de las principales economías globales para que reduzcan «sus vínculos con la potencia asiática, sobre todo en la región Asia-Pacífico». Apunta también que «China podría romper el statu quo actual de Taiwan en el caso de mayores tensiones con Estados Unidos».

En esa hipótesis, hay analistas que no descartan un conflicto bélico más o menos limitado. Otros expertos, más osados, esbozan la teoría de que el inquilino de la Casa Blanca juega la baza de la reindustrialización estadounidense como una maniobra preventiva para un supuesto choque bélico con China.

Estados Unidos carece hoy en día de la capacidad de fabricar armamento en las cantidades que tuvo en otras épocas y y Trump pretende corregir esa situación. La obsesión "trumpiana" con China aparece por todas partes. Tyler Durden, en la web Zero Hedge, casi siempre alineada –con algún pequeño matiz– con las tesis del presidente americano, defiende que el país asiático tiene serios problemas económicos y que «ya no puede ocultarlos». «Los aranceles de la administración Trump a China –escribe Durden, pseudónimo que oculta a uno o varios radicales– no son el origen de los problemas de ese país; son más bien el punto y final de un proceso de decadencia que ya lleva años en marcha». «Las medidas arancelarias de Trump –insiste– son ampliamente criticadas por los medios de comunicación por ser erráticas o mal planificadas, pero lo que no comprenden es que la incertidumbre es la verdadera palanca, no los aranceles. Lo que parece una decisión improvisada o una capitulación repentina por parte de Trump puede ser muy eficaz para desestabilizar a gobiernos y corporaciones extranjeras. La globalización exige un statu quo perpétuo; cualquier cambio es como agua bendita para un vampiro».

La soflama "trumpista", porque suena a eso, de Zero Hedge, también podría interpretarse como un paso adelante en la doctrina del llamado documento de Stephen Miren, considerado como una especie de hoja de ruta económica de la nueva presidencia. Allí, Miren calificaba sin tapujos a los países competidores de Estados Unidos como «enemigos». Ahora, desde los terminales mediáticos –también los hay allí– de Trump se reclama nada más ni nada menos que la «desestabilización» de gobiernos.

Son palabras mayores que quedan ahí, por mucho que también la semana pasada el sucesor de Joe Biden pareciera recular y dejara un resquicio abierto a unos aranceles mucho más moderados para China, eso sí, al mismo tiempo que le proponía al presidente de Ucrania, Zelensky que renunciara a Crimea y se la entregara para siempre a Putin, junto con los territorios que han ocupado, «manu militari», los rusos. Es evidente que «hay semana que parece décadas», como percibió en su día Lenin.