Madrid
«Si lo organizásemos nosotras, saldría todo mucho mejor»
La estrella de la marcha fue Paquita, la pensionista de 90 años que volvió a alzar la voz
La estrella de la marcha fue Paquita, la pensionista de 90 años que volvió a alzar la voz
Ni rojo ni negro, violeta. Ayer predominó el color del feminismo. Ya desde primera hora de la mañana, el violeta, al punto de parecer casi obligatorio, teñía camisetas, pañuelos al cuello, gorras y carteles. La pancarta de la cabecera permaneció sujeta, mayoritariamente, por mujeres sindicalistas. Agarradas por los brazos y cogidas de las manos, ellas también formaban parte del cordón humano que protegía la primera línea de la marcha.
Hacia las 12:30, a la altura del portal 22 de la calle Alcalá, la aglomeración se las vio y se las deseó para atravesar el embudo formado por los bloques de obra de la estación de metro Sevilla. Se vivieron momentos de tensión, de tira y afloja, de manos separándose de manera forzosa. Al final, algunos sindicalistas retiraron los bloques a patadas. «Para la próxima, que nos den unos 'walkie-talkies'», protestaba una de las sindicalistas de
CC OO que formaba ese cordón, y proseguía: «Es que esto no es organización, si lo organizásemos nosotras saldría todo mejor». Pero esto no sucede. Según denuncian, la representación femenina en las directivas de los centros sindicales sigue siendo escasa.
Con los ánimos restituidos tras el altercado, un hombre vaticina la llegada de una «celebridad» sindicalista: «Me han llamado», anuncia, visiblemente entusiasmado. «Va a venir Paquita». En efecto, no se trata de ningún líder de las centrales, sino de una pensionista de 90 años que ha hecho escuchar su voz en los programas de televisión. Hace su entrada rodeada por un séquito de mujeres de mediana y tercera edad y es recibida entre sus allegados con una estruendosa ovación: «Ella se merece todo, ¡menuda es la Paquita!».
Avanzada la mañana, la marcha comenzó a penetrar en la Puerta del Sol. A la cabecera, un sindicalista de UGT se desgañitaba coreando una y otra vez «que viva la lucha de la clase obrera». Pese a sus esfuerzos, el característico eslogan permaneció eclipsado, en todo momento, por las intensas y repetidas consignas feministas («no es no, lo demás es violación», «si tocan a una nos tocan a todas» y «no es abuso, es violación»).
«Quiero que estos mensajes calen en ella, ya desde pequeñita», refirió un manifestante a LA RAZÓN, con su hija, de apenas tres años, en brazos. Se llama Giovanni. «Somos italianos, pero considero que estos actos son importantes seas de donde seas». Lo suscribió Walter, de Ecuador. También acudió con su familia y portaron una bandera del país. «Lula libre», reclamaba, por su parte, un grupo de brasileños. «Fuera, Macron», aludían otros. «Petro presidente», vociferaba un colectivo colombiano. El primero de mayo se ha convertido en un crisol de culturas y protestas de todo tipo, con conexiones algo ambiguas.
De hecho, hubo quienes hicieron acto de presencia no para realizar reivindicaciones particulares, sino para vender «cerveza a 3 euros», tal y como rezaba la mala caligrafía garabateada en un cartón. Hubo quien esperó hasta el final de la lectura del manifiesto conjunto para este propósito, momento en el que algunos manifestantes se retiraron a los bares de la Plaza de Santa Ana y la Puerta del Sol, final de la movilización.
«Esto ya no va a ser nunca como fue», dice Unai Sordo, secretario general de CC OO. Y, en efecto, este año, el Día del Trabajo se ha presentado como una marcha más lúdica que reivindicativa, en la que han participado desde niños hasta perros que portaban lemas como «esta no es mi manada». Son otros tiempos. De recuperación.
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