Papel
Un año positivo
Estamos todos obligados a ser claros cuando describimos lo que ha ocurrido en cualquier ámbito, especialmente si hablamos del pasado y contamos con datos fiables. También en materia de empleo. Sin necesidad de valorar el dato mensual de diciembre, que como todos los de corto espacio de tiempo nos ofrecen menos claves, lo relevante sin duda es que el conjunto del año 2015 termina con 350.000 parados menos y 533.000 afiliados más a la Seguridad Social. Así que el año en términos de empleo no puede ser calificado más que como positivo, sobre todo si tenemos en cuenta que en el año 2012 superamos los cinco millones de parados y ahora estamos sólo un poco por encima de los cuatro. Naturalmente que se podría profundizar distinguiendo entre empleo temporal y estable, a tiempo completo o parcial, con perspectivas o no de consolidación, de brecha salarial entre nuevos y viejos empleos y otras muchas variables que suelen incluirse en lo que muchas veces llamamos «calidad» del empleo. Son variables relevantes pero que, si nos fijamos de dónde venimos, nos exigen recordar que la primera línea de cualquier balance neutral es la que separa la destrucción de empleo (ahí estuvimos instalados durante más de cinco años, hasta 2012) de su creación, en la que entramos en el año 2013 y que ha ido cogiendo ritmo desde entonces.
Ocurre sin embargo, y conviene no olvidarlo, que todavía existen cuatro millones de ciudadanos que quieren trabajar y no pueden, en una población activa de menos de veinte millones, lo que desde cualquier perspectiva es negativo y, sobre todo, socialmente perturbador, porque responde en muchos casos a un desempleo de larga duración y con difíciles perspectivas de reincorporación al mercado de trabajo, cuando no a personas que no han llegado a incorporarse al mismo.
El clima social que genera esa enorme cantidad de personas, que quieren y no pueden trabajar, explica en alguna medida también la aparición de fenómenos populistas que, sin ofrecer solución alguna, encuentran en el descontento un motor de rechazo a todo lo establecido.
El tiempo de los balances es siempre efímero, y sirve, sobre todo, para encarar el futuro sin saltos al vacío. El Gobierno que salga tras los resultados de las pasadas elecciones generales, que dibujaron un panorama complicado, debe entender que el empleo se crea o se destruye, en función de decisiones que toman otros: las empresas, los inversores nacionales e internacionales y los ciudadanos que emprenden o dejan un negocio. Pero esas decisiones están condicionadas por el marco de seguridad y confianza que, en buena medida, sí es responsabilidad del Gobierno crear a través de medidas que incentiven, y sobre todo no penalicen, la actividad económica.
Si el nuevo Gobierno sigue el camino de las reformas, de acuerdo con una política económica clara, y ofrece a todos, especialmente a los agentes económicos, reglas de juego claras, seguridad jurídica y libertad de creación y desarrollo empresarial no hay por qué dudar que el empleo siga una senda positiva. Si, por el contrario, nos embarcamos en un proceso de destrucción apresurada de lo hecho en los últimos años, de desajuste en las cuentas públicas y de medidas pretendidamente sociales sin el necesario respaldo económico, entraremos en una fase preocupante, que ya han sufrido otros, cuando los eslóganes de justicia e igualdad se transforman en decisiones populistas que terminan destruyendo empleo y perjudicando a quienes debían ser sus beneficiarios.
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