Opinión

La izquierda y la calumnia preventiva

Representa un ejercicio de patriotismo que el Partido Popular exprese su sincera preocupación por que el dinero de Europa se emplee en inversiones en altas tecnologías que proyecten el mejor futuro para España.

Hace muy bien el Partido Popular cuando plantea que las instituciones comunitarias establezcan mecanismos de control sobre el uso y resultados de los fondos de reconstrucción europeos que puedan ser destinados a España y que, en principio, se estiman en unos 140.000 millones de euros. No sólo es una posición racional, sino que representa un ejercicio de patriotismo de los populares en el mejor sentido del término, pues no puede considerarse de otra manera la sincera preocupación porque el dinero de Europa se emplee cabalmente, con inversiones en altas tecnologías que proyecten el mejor futuro para España.

Por supuesto, desde la izquierda local, que suele poner apellidos al patriotismo, se ha desatado la inevitable campaña de propaganda preventiva, la que designa a un culpable para el caso de que las cosas se tuerzan, normalmente, por errores inherentes a su propia concepción de las relaciones económicas en un mundo de libre empresa y mercados abiertos. Es ese comodín de «la culpa es del PP», que suele darse de bruces en cuanto se topa con la realidad. Que a un partido como el PSOE, que dilapidó los generosos fondos de formación que Bruselas concedió a Andalucía, se encrespe ante la lógica demanda de control del dinero público, roza el esperpento y denota una absoluta incapacidad para la rehabilitación. Que el rasgado de vestiduras proceda de la extrema izquierda, reconvertida desde que llegó al Gobierno en una sociedad de socorros mutuos, provoca uno de esos casos de vergüenza ajena que tan bien conocen los altos funcionarios de la Administración Pública que se han visto apartados para colocar en puestos de responsabilidad a militantes con el carné de Unidas Podemos, cuando no a familiares y allegados.

Por supuesto, la campaña que denuncia una supuesta conspiración en Europa de los populares, que con tal de derrocar a este benéfico gobierno estarían dispuestos a condenar a la miseria a su propio país, parte de la baja consideración que tienen sus impulsores sobre la capacidad de discernimiento de la generalidad de los ciudadanos. No es ya sólo el calumnia que algo queda, sino que va más allá: calumnia que estos inútiles no se enteran de nada. Y si nos atrevemos a hacer esta consideración, ciertamente dura, es porque, en efecto, ya se cuidan mucho los distintos sectores gubernamentales a la hora de tender una cortina de confusión ante la opinión pública, sobre el origen y las condiciones del paquete de ayuda europea. Comenzando, por obviar que se trata de unos fondos que, por su naturaleza, no pueden emplearse ni para reducir el déficit público ni para amortizar la deuda.

El dinero tiene que ser utilizado para proyectos de inversión dentro en los campos energético y de la transformación digital. Además, una parte de los proyectos tendrá que ser cofinanciado por el país receptor. La gran ventaja es que esos fondos serán transferencias directas y no computarán como deuda. El dinero se desembolsará paulatinamente, a medida que la Comisión Europea evalúe los resultados. Como es fácil de entender, estamos ante una gran oportunidad para modernizar las estructuras básicas del país, potenciando las tecnologías verdes y la digitalización de la economía, como para que un gobierno populista la desperdicie, desviando el objetivo inversor hacia el confuso concepto del «escudo social», que luego generan compromisos permanentes de mayor gasto público. Como señalábamos al principio, que el Partido Popular pretenda el mayor control de los fondos no sólo es patriótico, sino absolutamente necesario. Aunque sólo sea para recuperar el prestigio de España entre nuestros pares, que, con independencia del color de los gobiernos de turno, nos miran como derrochadores del dinero ajeno.