Editoriales

Una izquierda que declina busca líder

Desde su «pleamar» en 2015, Podemos pierde votantes elección tras elección

Tras la renuncia de Pablo Iglesias al liderazgo de la coalición de Unidas Podemos, la mayoría de los analistas daban por sentado que la sucesión se produciría en la figura de la actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, no sólo porque había sido designada in pectore por el líder cesante, sino porque su perfil político, con menos aristas, era el más valorado en los sondeos de opinión de entre el resto de los dirigentes morados. Pese a que Díaz no es militante del partido, su vinculación con el proyecto de la izquierda radical española viene de lejos, a través del movimiento galleguista que fundó José Manuel Beiras, por lo que nadie duda de que sería aceptada sin demasiados problemas como candidata a las próximas elecciones por el aparato del partido.

Otra cuestión, y no menor, estriba en saber si tendría la misma aceptación entre las bases más radicalizadas de la formación, que ven en la institucionalización de Podemos la raíz de su fracaso político e ideológico, por una deriva hacía la «realpolitik» que Yolanda Díaz parece encarnar a la perfección. De ahí que, como hoy publica LA RAZÓN, se antoje muy prematuro dar por hecho su liderazgo y su candidatura a la presidencia del Gobierno, al menos, hasta que la propia Unidas Podemos, cuyo declive electoral no es un secreto para nadie, lleve a cabo el imprescindible debate interno y plantee una estrategia de futuro que enmiende su actual rumbo hacia la irrelevancia.

Lo mejor que se puede decir de la actual situación de la formación morada, y no es poco, es que algunos cuadros dirigentes empiezan a ser conscientes del coste que ha supuesto esa institucionalización de un partido que nació con vocación asamblearia y que, hoy, se ve corresponsable de las políticas sociales y económicas de un Consejo de Ministros en el que el peso de sus carteras no deja de ser marginal. La crisis de la factura de la luz, con la insólita llamada a salir a la calle contra el Gobierno del portavoz parlamentario podemita, Pablo Echenique, o la negativa pública y airada de una parte sensible de la coalición morada a aceptar la ampliación del aeropuerto de Barcelona, acordada, no se olvide, entre La Moncloa y la presidencia de la Generalitat que ostenta ERC, son señales del desconcierto y la desconfianza en el futuro del partido que venía a asaltar los cielos y ha visto cómo, en menos de cuatro años, simplemente, desaparecía como fuerza política influyente en casi toda España.