Política

La Iberoamérica más populista y menos libre

España tiene un deber histórico. Lo tiene sobre todo con la prosperidad y el bienestar de la gente, que hoy son vetados por regímenes que han subvertido la democracia

España ha perdido peso político y en consecuencia capacidad de influencia en Iberoamérica. Las sucesivas crisis han pasado factura en la acción exterior y tampoco los gobiernos de turno han sabido manejar con la sagacidad precisa escenarios inestables, con desequilibrios crecientes y frente a cada día más actores en liza con poderosos intereses y capacidades resolutivas para lograr cambios en el orden institucional y económico en la región. Hoy, la zona está presa de una involución aguda en el terreno de los derechos y las libertades, con un retroceso grave de los principios democráticos avasallados por un populismo caudillista de tendencia y filiación comunista que se ha expandido sin obstáculo aprovechando el caldo de cultivo de la pobreza en amplias capas de la ciudadanía y de las urgencias permeables a los discursos salvadores y mesiánicos. Eso y la retirada o el desapego del primer mundo que ha dejado hacer de forma resignada y hasta cómplice, con el caso español como agente histórico y elemento agravante. La toma de posesión de Gustavo Petro, antiguo guerrillero del M-19, como presidente de Colombia ha sido el último eslabón de esta cadena de poder de la izquierda bolivariana totalitaria que cuenta con Unidas Podemos como máximo exponente en España y en Europa. En la pulsión de deslealtades y confrontación con la institucionalidad de nuestro país, promovida a ambos lados del Atlántico por la izquierda antisistema asentada en el poder, cabe encuadrar la polémica provocada por los podemitas y los separatistas catalanes tras el gesto del Rey de no levantarse al paso de la espada de Simón Bolívar en la ceremonia de Petro. Aunque el episodio ha pasado casi inadvertido en los medios iberoamericanos, aquí desde el Gobierno, con la ministra Belarra a la cabeza, no se ha perdido la ocasión de atacar e insultar a la Corona por una conducta tan razonable como es la de no honrar a un personaje y un arma que vertieron la sangre de cientos o miles de españoles, cuando además ni siquiera hablamos de un símbolo oficial del país. La parte socialista del Gobierno ha perdido otra oportunidad para amparar con la rotundidad necesaria a la Corona de la emboscada infame desde el propio consejo de ministros. Las consecuencias de una podemización en las relaciones con Iberoamérica no se pueden subestimar, como tampoco que el partido de Belarra, Montero, Iglesias o Monedero, con el reclamo de su presencia en el Ejecutivo, esté ganando predicamento entre las cancillerías de la región. Moncloa ha anunciado que priorizará Iberoamérica en la presidencia española de la UE. Además de gestos y eslóganes, se necesitan decisiones si España quiere reconducir el vínculo y desprenderse de una incidencia tóxica como los morados. Tenemos un deber histórico. Lo tenemos sobre todo con la prosperidad y el bienestar de la gente, que son vetados por regímenes que han subvertido la democracia. La Iberoamérica de hoy es un fracaso de la libertad y un hito del poder de dictaduras como la cubana o la nicaragüense, cuyo yugo Podemos idolatra en una anomalía convertida en baldón cara a Europa.