Madrid

Aflora el malestar de la sociedad civil

Cuando desde el PSOE se habla displicentemente de simple ruido, se obvia que el estado de la opinión pública no sólo se canaliza a través de los cauces institucionalizados de los partidos, sino a través de la capilaridad infinita del cuerpo social.

Tal vez, sea el desapego con que el principal partido de la oposición había acogido el llamamiento de una larga docena de entidades cívicas a manifestarse contra las políticas del Gobierno lo más significativo del éxito de la concentración celebrada en el corazón de Madrid. Porque no conviene engañarse respecto a la capacidad de movilización de los populares cuando ponen en marcha toda la amplia maquinaria del partido.

De ahí, que cometería un grave error el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, si, más allá de lo declarativo, no entendiera que existe un malestar profundo en una parte nada despreciable de la sociedad civil que está comenzando a aflorar y que no puede despacharse con fáciles referencias al fantasma de la ultraderecha. Ni siquiera la fijación de la propaganda gubernamental con la figura del líder de Vox, Santiago Abascal, puede opacar que entre los convocantes de la protesta, que se quería ajena a los partidos, se encontraban hombres y mujeres que nunca han ocultado su vinculación ideológica con las izquierdas, incluso, la socialista, pero que ven en las políticas del actual Gobierno de coalición un riesgo cierto de ruptura del modelo constitucional, especialmente, en lo que se refiere a la conformación territorial de España.

Así, cuando desde el PSOE se habla displicentemente de simple ruido, se obvia que el estado de la opinión pública no sólo se canaliza a través de los cauces institucionalizados de los partidos, que, por supuesto, no ostentan la hegemonía absoluta sobre la percepción ciudadana de la gestión política, sino a través de la capilaridad infinita del cuerpo social.

Se nos dirá que varias decenas de miles de personas no significan nada frente a los resultados de las urnas y, por supuesto, es un argumento inobjetable, pero que no empece para que la concentración de Cibeles, un sábado de enero a mediodía, haya cumplido de sobra con el objetivo que se habían propuesto sus impulsores, que no era otro que se visualizara en las calles el desasosiego y el enfado que se viven en muchos hogares españoles ante unas reformas legislativas que responden exclusivamente a los compromisos contraídos con los socios parlamentarios nacionalistas de Pedro Sánchez y que amenazan con dejar desprotegido al Estado frente a nuevos intentos de secesión.

Porque el temor, más o menos fundado, por la unidad de la Nación es un hecho trasversal que supera la dicotomía izquierda-derecha y que explica el trasvase de votantes socialistas hacia otras formaciones que detectan las encuestas. No en vano, entre las entidades convocantes se encontraban muchas organizaciones con sede en Cataluña, Comunidad Valenciana e Islas Baleares, enfrentadas a la imposición lingüística, junto con otras agrupaciones cívicas que buscan la unión de los constitucionalistas para frenar el deterioro de las Instituciones del Estado.