Editorial

Tenemos un Gobierno roto e inoperante

Por no tener, ni tendrá el respaldo de la Cámara que representa la soberanía nacional, aunque nos hallemos ante una decisión, conviene insistir en ello, que coloca a España como enemigo en potencia de Rusia.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control, Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante una sesión de control, Congreso de los Diputados.Parra/Ep

Cuando el expresidente socialista Felipe González apela a la obligación constitucional que tiene el Gobierno de presentar los Presupuestos Generales del Estado, no sólo pone el foco sobre una irregularidad flagrante y reiterada, sino que nos recuerda que los Presupuestos son el instrumento determinante en la gestión de un país y que su ausencia es el síntoma más agudo de la inoperancia gubernamental y el reflejo más perceptible de la inestabilidad política.

Y sin embargo, con el actual ejecutivo de coalición social comunista, lo insólito se ha convertido en lo usual y escenas como las vividas ayer en el Congreso, con una parte del Gobierno votando contra la otra, trascienden el realismo mágico para acabar enmarcándose en el costumbrismo más acabado. Así ocurre con la peripecia política de nuestro presidente, Pedro Sánchez, rechazando apesadumbrado el término «rearme» en el Consejo de Europa en pro de un eufemismo menos descriptivo de la realidad, mientras en casa sus socios en el Consejo de Ministros respaldaban una iniciativa contra el incremento del gasto militar y por la salida de España de la OTAN, sin que nadie en el Gabinete parezca entender la gravedad de la situación.

Porque no es sólo el hecho de que los partidos del Gobierno pierdan votación tras votación –desde la protección del lobo a la agencia sanitaria de seguridad– con la necesaria colaboración de alguno de los socios de investidura, es que nadie puede garantizar al ciudadano una gestión mínimamente planificada de la actuación gubernamental. Es tal la anomalía política que estamos viviendo, que una decisión de tanta trascendencia como es abordar el rearme de un país que lleva décadas a la cola de las inversiones en defensa no tendrá el respaldo de una política presupuestaria digna de ese nombre.

Por no tener, ni tendrá el respaldo de la Cámara que representa la soberanía nacional, aunque nos hallemos ante una decisión, conviene insistir en ello, que coloca a España como enemigo en potencia de Rusia, que posee el segundo arsenal nuclear más grande del mundo. Pero, claro, es un debate al que, sencillamente, el presidente del Gobierno no se puede prestar porque carece, incluso, del apoyo de buena parte de quienes todavía le sustentan parlamentariamente. Volviendo al principio, señalaba Felipe González la necesidad de adelantar elecciones cuando no se tiene la mayoría suficiente para aprobar unos Presupuestos Generales, como sucede. Y aquí se da otra de las paradojas más sonrojantes de la vida pública española, la de un gobierno internamente roto, pero con todos sus miembros aferrados al sillón, no importa las incoherencias y contradicciones sobre las que tengan que cabalgar, como nos ejemplifica cotidianamente el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, por citar el caso más evidente.