
Editorial
Trump es un desafío mayor para Europa
El desafío que plantea la guerra comercial de Trump –«la más estúpida de la historia»– exigirá de las instituciones europeas mayor agilidad y flexibilidad, pero, sobre todo, una unidad de propósito.

Si buceamos entre la hojarasca del frenesí de decretos, cambios legislativos, órdenes ejecutivas, anuncios, comunicados de amenaza y propuestas disparatadas que ha generado el principio del mandato de Donald Trump podemos encontrar una constante, una estrategia general que la Unión Europea debería tomarse muy en serio. Porque no son sólo los aranceles el eje de su política comercial, es, también, la voluntad inequívoca de defender la cuenta de resultados de las multinacionales norteamericanas que operan en el exterior, manteniendo sus ventajas fiscales.
De ahí que el pasado 7 de febrero Washington se haya retirado del llamado Pilar 2 de la OCDE, proyecto por el que se pretendía imponer una tasa mínima tributaria a las empresas que operan en ese espacio comercial para sortear las ventajas de los paraísos fiscales. Todo indica, pues, que el inquilino de la Casa Blanca está dispuesto a soslayar todas aquellas instituciones internacionales que puedan condicionar su proyecto económico de recuperación de la fortaleza industrial y agropecuaria estadounidense, de la misma manera que no ha tenido el menor empacho a la hora de retirarse de los organismos multilaterales que le son antipáticos, como la OMS, o le suponen cualquier obstáculo para su mal entendida soberanía nacional, como la Corte Penal Internacional.
Por supuesto, para la Unión Europea esa política nacionalista a ultranza del presidente estadounidense, que en algunos sectores se califica exageradamente, a nuestro juicio, de neo imperialista, representa un desafío mayor, dada la profunda integración de las respectivas economías, pero, al mismo tiempo, puede ser una oportunidad para desembarazarse de los excesos regulatorios de estas últimas décadas, gestados por una burocracia que en demasiadas ocasiones pasa por encima, ciega y prepotente, de los legítimos intereses de sus administrados, creando de nuevo las condiciones para reforzar la competitividad europea, no sólo ante los Estados Unidos, sino frente a las potencias económicas emergentes.
Además, el desafío que plantea la guerra comercial de Trump –«la más estúpida de la historia»– exigirá de las instituciones europeas mayor agilidad y flexibilidad, pero, sobre todo, una unidad de propósito que los «versos sueltos», como Hungría o el sector comunista del Gobierno español, no deberían cuestionar bajo apercibimiento de malas consecuencias. Porque no es descartable que Trump, que ya alentó el Brexit, maniobre para fomentar la división entre los socios europeos, a veces, con intereses divergentes en los mercados internacionales. En cualquier caso, la economía norteamericana presenta debilidades estructurales que todo el voluntarismo de Trump no podrá corregir. Ahí es donde Bruselas debe fijar su propia estrategia, si es que la impelen a librar esa estúpida guerra.
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