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Cameron, otro dolor de cabeza para Europa

La Razón
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Si, tal y como anticipan las encuestas, los "tories"vencen en las elecciones generales británicas de la próxima primavera, Londres volverá a ser una piedra en el camino del proceso de construcción europea. Tras trece años de Gobiernos laboristas en los que han imperado el pragmatismo y la defensa de los intereses británicos en la UE, se volvería al obstruccionismo de la era Thatcher. También regresarían las batallas internas entre "tories"europeístas (los menos) y "tories"euroescépticos (los más).

Tras tres humillantes derrotas en las urnas, los conservadores británicos tuvieron que apostar en 2005 por un líder joven y moderno que pudiera hacer frente al carismático Tony Blair. El elegido fue David Cameron, que se ha dedicado los últimos cuatro años a poner al día al viejo partido. Sin embargo, lo que no ha cambiado entre los "tories"ha sido la alergia a todo lo que venga de Bruselas.

En un país donde el 70% de la población se declara euroescéptica, a Cameron le ha resultado fácil enarbolar la bandera anti-UE. Su más arriesgada apuesta ha sido la promesa de convocar un referéndum sobre el Tratado de Lisboa si cuando llegue a ser primer ministro el texto aún no ha entrado en vigor. La oposición británica manejaba la hipótesis de que el presidente checo, el euroescéptico Vaclav Klaus, demorara su firma al tratado comunitario hasta que los conservadores volvieran al poder en mayo. Sin embargo, incluso su aliado de Praga reconoce que ya es "demasiado tarde"para que los británicos se opongan al texto, que ya fue aprobado por Westminster.

Sin embargo, el mismo Cameron no calculó las consecuencias de su oferta, hecha desde la oposición y con la seguridad de que Lisboa ya estaría en vigor cuando llegara a Downing Street en 2010. Por eso, durante el Congreso del Partido Conservador celebrado la semana pasada en Manchester, el líder "tory"trató de dar marcha atrás y reconoció que no se podía reabrir la discusión sobre un texto ya cerrado y aprobado por todos excepto Praga. Otro gallo nos cantaría si el reférendum irlandés del 2 de octubre hubiera sido negativo. En ese caso, la derecha británica se hubiera lanzado contra un texto que ya estaría muerto y enterrado.

El 80% de los militantes del Partido Conservador desean una consulta sobre Lisboa, conscientes de que esa consulta derivaría en un plebiscito sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. Algo a lo que no se quiere arriesgar Cameron, que prefiere renegociar con Bruselas la renacionalización de ciertas competencias transferidas a la UE. Según Cameron, "la UE es una institución que nadie elige, en la que no se destituye a nadie y en la que no se han aprobado las cuentas en años".

Pero para alguien que desea llegar a ser el próximo primer ministro británico empieza a ser contraproducente defender una posición que le ha enemistado con sus colegas conservadores del continente. Tanto Nicolas Sarkozy como Angela Merkel no ven con buenos ojos que el probable sucesor de Gordon Brown haga de su antieropeísmo su seña de identidad. La soledad internacional del Partido Conservador británico es aún mayor desde que decidió salirse del Partido Popular Europeo antes de las elecciones europeas del pasado mes de junio y asociar a sus eurodiputados con los "ultras"polacos y checos.

La otra pesadilla que no deja dormir a Cameron es la posibilidad cada vez más real de que su gran enemigo, Tony Blair, se convierta en el futuro presidente del Consejo Europeo. En ese caso, el líder "tory"tendría que volver a pelear en Bruselas con su viejo rival doméstico. Como resume con su característica gracia el alcalde de Londres, Boris Johnson, "finalmente los británicos se sacaron de encima a este compañero y se encuentran con que reaparece como una especie de emperador de Europa".