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Unas elecciones con tres perdedores

La Razón
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Tal y como adelantaban todos los sondeos, los electores británicos eligieron el pasado jueves un Parlamento colgado o sin mayorías en el que los partidos tendrán que esforzarse en alcanzar acuerdos que garanticen la gobernabilidad del país. Si fracasan en el intento, la convocatoria de nuevas elecciones se hará inevitable. En circunstancias análogas, en 1974 los conservadores trataron de mantenerse en el poder pese a tener un puñado de votos menos que los laboristas de Harold Wilson.

Las generales de 2010 pasarán también a la historia por haber dejado tres derrotados por el camino. Ninguno de los candidatos de los tres principales partidos británicos (conservadores, laboristas y liberal-demócratas) puede sentirse satisfecho con los resultados obtenidos.

En primer lugar, el virtual ganador de la jornada, el conservador David Cameron ha sido incapaz de convencer a los votantes de sus promesas de cambio. Parece más bien que los británicos han decidido concederle una mayoría exigua e insuficiente para gobernar en solitario porque no se fían de la lavada de cara de los "tories".

Sólo hizo falta ver el rostro de pocos amigos con el que Cameron regresó al cuartel general del Partido Conservador en Londres la madrugada de viernes para comprender su impotencia y su sorpresa. Si en medio de la peor crisis económica desde 1945, con un primer ministro impopular y un laborismo desgastado por trece años de Gobierno, los conservadores no son capaces de arrasar en las urnas, ¿cuándo lo podrán hacer? Muchos dentro y fuera del partido acusan a Cameron de haber perdido una oportundidad que tardará décadas en volver a repetirse.

Por su parte, el laborista Gordon Brwon, el eterno superviviente político, ha llevado a su partido a los niveles que ostentaba a comienzos de los ochenta, en plena era Thatcher. El primer ministro, que anunció ayer que renunciará al cargo antes de septiembre para facilitar un eventual acuerdo de Gobierno con los liberal-demócratas, no ha convencido al electorado con su discurso de miedo hacia los "tories". Incluso, el ex ministro de Finanzas es consciente de que sólo un nuevo liderazgo laborista puede insuflar aire nuevo a un partido desgastado por trece años en el poder.

Finalmente, Nick Clegg, el líder de los liberal-demócratas, tercera fuerza política del país, no ha sabido rentabilizar en las urnas la alta popularidad cosechada tras el primer debate televisado. Su defensa de la legalización de los "sin papeles"y su ambiguo programa económico han pinchado el globo de la "Cleggmanía", que voló sin control durante la campaña electoral con su promesa de traer aire fresco al agotado bipartidismo británico.

Pese a todo, con su 23% de intención de votos y 57 escaños, los liberal-demócratas se han convertido en el gran árbitro de la vida política británica. De sus decisión dependerá el nombre de que quién ocupará el número 10 de Downing Street. Clegg prometió negociar con el partido que obtuviera más votos, pero a sus bases no les agrada demasiado un pacto con los conservadores. En cambio, un acuerdo con los laboristas puede ser tachado como el "pacto de los perdedores"por una opinión pública poco acostumbrada a los extraños compañeros de cama que puede hacer la política.

Sin apenas esperar a que se conocieran los datos oficiales definitivos, conservadores y laboristas comenzaron a cortejar a los "libdem"en busca de su imprescindible apoyo en Westminster. Sin embago, la negociación todavía está abierta y el deseado Clegg sólo se casará con quien le dé más. Hagan juego señores...