Historia

Roma

«El último de los injustos»: Habla la memoria

Dirección y guión: Claude Lanzmann. Intervienen: Claude Lanzmann. Claude Lanzmann. Duración: 220 minutos. Documental.

«El último de los injustos»: Habla la memoria
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La reverente unanimidad con que fue recibida «Shoah» en el momento de su estreno (1985) se rompió con la voz de, cómo no, el disidente Godard, que acusó a Claude Lanzmann de no haber cumplido con su obligación como cineasta al evocar, siempre desde el presente, sin imágenes de archivo, el horror de la Solución Final. Lanzmann, dijo Godard, «no enseña nada», o enseña, a lo sumo, la gran limitación moral del cine, que fue no filmar lo que ocurría en las cámaras de gas. Godard quería ese «todo» que nos lleva a la nada de la incomprensión. Lanzmann creía –y sigue creyendo, aunque en «El último de los injustos» incluya un impagable, terrible documento de la época: la película de propaganda nazi «El Führer da una ciudad a los judíos», que retrata el ghetto de Terezin casi como si se tratara de un lugar vacacional– que la «nada» es lo que convierte el Holocausto en parte de nuestra memoria universal, y esa memoria es, per se, irrepresentable sino es a través de sus testimonios.

Partiendo de una larga entrevista que mantiene con Benjamin Murmelstein, el último presidente del Consejo Judío de Terezin, que descartó en el montaje final de «Shoah», Lanzmann pone el dedo en una de las llagas sangrantes del exterminio judío: la culpa de los supervivientes. ¿Murmelstein sobrevivió porque colaboró con los nazis, lo que le convertía, para intelectuales de la talla de Hannah Arendt, en alguien tan abyecto como ellos? El torrencial discurso del rabino exiliado en Roma densifica el encuadre, lo transforma en una ruina sólida y majestuosa.

Los infinitos matices de su ética, que mezclan el coraje y la inconsciencia, el abuso de poder y la generosidad para con el prójimo, radiografían no sólo la personalidad de un hombre fascinante sino que también dibujan otro lado de ese prisma sin fondo que es el Holocausto. La palabra toma la palabra, y aunque es prácticamente imposible retener tantos datos, sostiene con soltura tres horas y media de metraje. Lanzmann no evita preguntas incómodas, insiste en los puntos oscuros de la historia, repleta de digresiones, de su interlocutor, pero nunca oculta sus simpatías por él. «No todos los mártires son santos», afirma Murmelstein. El director de «Shoah» podría responderle: «Ni tampoco lo son los ángeles vengadores».