Elecciones catalanas
El naranja que tendrá que decidir «entre rojos y azules»
Rivera está llamado a sustituir a los nacionalistas como partido bisagra. La indefinición le ha funcionado hasta ahora pero de cara a las generales deberá destapar sus cartas y apoyos
Rivera está llamado a sustituir a los nacionalistas como partido bisagra. La indefinición le ha funcionado hasta ahora pero de cara a las generales deberá destapar sus cartas y apoyos
En noviembre de 2006, la sede electoral de Ciudadanos era un hervidero al grito de «TV-3 toma 3». Se habían constituido apenas cinco meses antes y entraban con fuerza en el Parlament. Su líder, Albert Rivera, era casi un desconocido que tenía un discurso fresco y, sobre todo, diferente, alejado de lo políticamente correcto en la Cataluña del segundo tripartito. A su alrededor, un grupo de intelectuales capitaneados, entre otros, por Francesc de Carreras daban solvencia a este nuevo partido que se atrevía a poner en cuestión el statu quo de la política catalana.
Desde entonces, ha llovido mucho. Los primeros compases de Ciudadanos fueron renqueantes, con crisis internas y salpicado de movimientos erróneos. Rivera no se amilanó ni se arredró. Continuó defendiendo una nueva política en las formas con un discurso alejado del catalanismo tradicional que había sojuzgado a todo el espectro político catalán, desde la derecha a la izquierda.
En 2010, los de Rivera vuelven a repetir resultados. Sin embargo, la evolución soberanista del nacionalismo tradicional catalán le abre nuevas expectativas en 2012. En esta contienda, triplica su representación sentando a nueve diputados en el hemiciclo creciendo a costa de un PP que había sido muleta del gobierno de Mas entre 2010 y 2012. Desde entonces, Rivera se erige en la opción que planta cara al soberanismo con una nueva idea de España. A costa del PP, pero también del PSC de Pere Navarro enredado en un discurso ambiguo para evitar la, inevitable, ruptura de los socialistas catalanes. Su posición a favor del derecho a decidir y su tibieza ante los movimientos secesionistas no sólo rompe al PSC por su sector más nacionalista sino que deja huérfanos a miles de electores. A ellos se dirige Rivera con un discurso abierto sobre educación, libertades y convivencia ciudadanas u un elemento básico, la ilusión.
Rodeado de su guardia pretoriana –José Manuel Villegas, Fran Elías, Fernando Páramo, Antonio Espinosa, Juan Carlos Girauta, José María Espejo y Carlos Carrizosa– da el salto a la política española aprovechando la inanición de Rajoy en el PP y de un PSOE atribulado por crisis concatenadas. Con mano de hierro, construye un partido en un tiempo récord y un discurso claro: «Soy progresista en la unión de España y en las libertades. No quiero que todo lo haga el Estado porque no quiero que se metan en mi casa, y no soy conservador porque no creo en privilegios», y es categórico: «Ni rojos, ni azules; naranjas. Soy un liberal progresista que define un espacio ideológico con matices».
A pesar de los riesgos que entraña el nuevo proyecto, deja la política catalana para dirigirlo y logra buenos resultados en europeas y autonómicas, poniendo la primera «pica en Flandes» en las municipales. Son los primeros éxitos. Una gesta que aspira a reeditar también en las generales. En esta contienda, en la que está llamado a ser bisagra de gobierno, deberá posicionarse claramente, pues el voto útil y contrario a la secesión que ha capitalizado el 27-S no es extrapolable a España. Los naranjas tendrán que elegir si entregan La Moncloa a «azules» o a «rojos» y deberán clarificar su discurso dentro del espectro ideológico de izquierda y derecha, presentándose como alternativa a los partidos que existen actualmente. A pesar de tener, en teoría, peores resultados que Podemos, la otra fuerza emergente, Rivera mueve bien sus piezas para convertirse en el oscuro objeto de deseo de populares y socialistas que le necesitan para gobernar.
Ciudadanos designa a la joven Inés Arrimadas como su relevo en Cataluña. Le llueven críticas. Arrimadas recoge el testigo y no esconde su admiración por Rivera: «No es un líder porque le seguimos, lo es porque está detrás para empujar con mentalidad de ganador». Su éxito es inapelable. El tándem Arrimadas-Rivera, juntos en toda la campaña, ha recabado votos de PP y PSC, pero también de la abstención, se ha erigido en el voto útil del nacionalismo moderado que ha renegado de Unió e incluso ha recibido votos de votantes de izquierda que no jugaron al discurso ambiguo de la marca Podemos en Cataluña.
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