Retos

2021: el año de la derecha, por Jorge Vilches

La oposición tiene que ser como la música de AC/DC, que en los primeros compases de una canción ya se puede identificar al grupo.

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, en una intervención en la sede de su partido en Madrid
La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, en una intervención en la sede de su partido en MadridlarazonEFE

2021 será un año interesante para la derecha. El papel de Vox está siendo muy similar al desempeñado por la Izquierda Unida de Julio Anguita con el PSOE más socialdemócrata de González. Su estrategia, como la del comunista cordobés, es construir el relato del apocalipsis y a continuación sacar al Partido Popular las inconsecuencias, la «cobardía» ideológica y la traición a los principios. No hay más que ver la campaña de Ignacio Garriga en Cataluña, quien se coloca en una equidistancia entre el independentismo golpista y la «derecha colaboracionista». Así fue en la moción de censura que presentó en septiembre, tras meses de dudas con el candidato, y que tuvo una puesta en escena muy defectuosa.

El caladero de votos de Vox es muy limitado porque según avanza la legislatura socialcomunista el mundo político queda cada vez más dividido en dos: constitucionalistas y rupturistas. Vox no es una cosa ni otra, sino que se limita a recoger a los electores enfadados con un PP que, a su juicio, se niega a declarar la guerra a cuchillo. Este porcentaje al que aspira Vox siempre será pequeño. No es una política de vencedor, sino de grupo testimonial que puede influir –«chantajear» dicen si se trata del PNV, por ejemplo– en un gobierno del PP. Los «voxistas» son conscientes, por lo que su intención es el sorpasso al Partido Popular, como ya en su día intentó Albert Rivera, para ser el «chantajeado», no el «chantajista».

Ese Ciudadanos «riverista» no volverá. La intención de Arrimadas es abandonar la etiqueta de la derecha y ubicarse en el centro-izquierda. Quizá tenía que haber sido una posición de la que jamás debió salir, máxime si fue el espíritu en su fundación. De hecho, llegó a pactar un gobierno con Pedro Sánchez en 2016. La estrategia de Inés Arrimadas es resucitar a Ciudadanos como la alternativa a la alianza Frankenstein. Esto solo es posible si alcanza un 14% de los votos y 35 diputados. Tiene a su favor el relato que construyen los demás: una parte del Gobierno y sus aliados quieren que estas Cortes sean constituyentes por la puerta de atrás. Sin embargo, hasta ahora su pretensión de ser «socio preferente» del PSOE solo le ha granjeado humillaciones. Además, ese acercamiento obliga a Ciudadanos a despreciar a Vox, el enemigo perfecto de la izquierda. La consecuencia de ese acuerdo con Sánchez sería romper con el PP en las autonomías donde gobiernan juntos. No sé si todos los populares son conscientes del buen trato que deben dispensar a sus aliados territoriales para evitarlo.

¿A quién se dirige Arrimadas? Al electorado «progresista» cansado de la crispación, asustado por el porvenir, y a los socialistas moderados defraudados con el sanchismo. Esto deja el centro al Partido Popular de Pablo Casado, que es una posición más realista para un partido que se dice de Estado y que aspira a ser la casa común de la derecha. La moción de censura de Abascal, que en su esencia era contra el PP, sirvió para mostrar que los populares quieren representar a la Tercera España, la mayoritaria.

Este proyecto necesita tiempo y orden; solo así se entiende que en el año de la pandemia el Partido Popular no arrase en las encuestas. La oposición tiene que ser como la música de AC/DC, que en los primeros compases de una canción ya se puede identificar al grupo. Si se quiere renovar, la juventud no está solo en la edad, sino en la adecuación a los tiempos y en priorizar la cohesión interna como pilar insustituible. Una oposición debe ser un ejército jerarquizado y obediente, en el que los heroísmos personales no tienen cabida salvo para el servicio a la marca.