Opinión
El Rey abatido
La fotografía que se acaba de publicar le habrá humillado infinitamente: medio doblado, del brazo de dos personas, incapaz de sostenerse en pie por sí mismo
Don Juan Carlos cumple hoy 83 años. Y seguramente va a vivir el cumpleaños más amargo de su vida. Culminación, a su vez, de las navidades más duras y solitarias. La última Navidad «normal» la celebró con motivo de su 80 cumpleaños, una cifra redonda que le permitió reunir a toda la familia. Se acababa de convertir en el más longevo de sus antepasados Borbones, ya que su padre, Don Juan, falleció dos meses antes de cumplir los 80. El 5 de enero de 2018, Don Juan Carlos organizó en La Zarzuela un almuerzo al que asistieron cerca de 70 personas: hermanas, sobrinos, primos... y unos cuantos íntimos. Solo se registró una gran ausencia, la de Cristina, todavía afectada por el «caso Nóos», y sus cuatro hijos.
Aquel fue un acto reparador, una especie de «desagravio» por la afrenta sufrida unos meses antes, cuando se vio excluido de las celebraciones del 40 aniversario de la Constitución. Don Juan Carlos se mostró eufórico, porque recuperaba la tradición del Conde de Barcelona de convocar una comida multitudinaria con sus parientes. Hasta que enfermó del cáncer de laringe que le llevó a la muerte en 1993, Don Juan llegó a sentar a la mesa en el Palacio Real cada 25 de diciembre a unos 200 Borbones. Hoy, solo en Abu Dabi, no podrá por menos de recordar aquella celebración, contrastando con la realidad de unas navidades sin familia. La Infanta Elena, que le visitó a finales de noviembre, había planeado desplazarse a Abu Dabi con sus dos hijos, pero al final lo ha descartado. Quizá para excluir cualquier posibilidad de una vinculación de ella y sus hijos con las tarjetas negras y los gastos realizados.
Don Juan Carlos había comunicado que quería retornar a España para pasar aquí las fiestas. Y se encontró con la negativa de La Zarzuela. Lo acató, porque no quería crear problemas. Y la ausencia se ha escondido bajo el falso motivo de la prudencia frente al coronavirus. Asumirá quizá que no fue una buena idea marchar precisamente a Abu Dabi, un supuesto paraíso dorado y en realidad un condena a la soledad. Un error más que sumar al cúmulo de equivocaciones que ha cometido. No son pocos los que se preguntan cómo pudo incurrir Don Juan Carlos en errores tan de bulto como su relación con Corinna Larsen.
Una de las quejas más amargas que confió a sus íntimos antes de irse fue que los medios estaban dando veracidad a las declaraciones de su amiga. «Han creído más a Corinna que a mí». «Los menores de 40 años me recordarán solo por ser el de Corinna, el elefante y el maletín», remachó con amargura.
Mañana se celebra la Pascua Militar, que presidirá Felipe VI. Desde la distancia, el Rey Emérito no dejará de recordar, una vez más, su última y peor Pascua, la de 2014. Aquel día, ante el auditorio que más valoraba, sus compañeros de armas, se tropezó y trabucó unas cuantas veces con el discurso, en una escena que acabó siendo ridícula y que le avergonzó. Ese día decidió poner en marcha el proceso para la abdicación en su hijo, que culminaría siete meses después.
Había pasado una mala noche, había dormido menos de tres horas y esa mañana el personal de la Casa le notó cansado. A pesar de ello, cuando, tras llegar al Palacio Real, le sugirieron que hiciera el trayecto hasta el Salón del Trono en una silla de ruedas, se negó. Lo hizo caminando, con enorme dificultad. No quería el menor riesgo de que se le viera tan disminuido.
Por eso, la fotografía que se acaba de publicar le habrá humillado infinitamente: medio doblado, del brazo de dos personas, incapaz de sostenerse en pie por sí mismo, le ha tenido que herir en lo más hondo. Es lo que le faltaba: además de acosado por las investigaciones sobre sus cuentas en el extranjero e impedido de regresar a España, los españoles le han visto en la debilidad. Derrotado.
Si hubiera que buscar un sobrenombre, al estilo de los que en el pasado fueron calificados como «el Sabio» (Alfonso X) y «el Noble» (Carlos III de Navarra), y algunos con apelativos poco favorecedores, como «el Hechizado» (Carlos II) y hasta «el Cruel» (Pedro I de Castilla), a Don Juan Carlos cabría aplicarle este: Juan Carlos I «el Abatido».
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