El personaje
Irene Montero, la ministra ausente
La pareja de Pablo Iglesias ha optado por un perfil bajo en un momento de alta tensión con los ministros socialistas
Está claro que pisar moqueta, coche oficial y poder la han cambiado. De activista radical a gritos en las calles, a ministra del gobierno de España. De pantalones vaqueros y «chupa» de cuero, a modelitos de Pedro del Hierro. De panfletos antidesahucios, a posar en las revistas pijas del corazón. Y de denunciar a la casta, a formar parte de ella. Es la gran metamorfosis sufrida por Irene María Montero Gil, lideresa de Unidas Podemos, señora de Pablo Iglesias y ministra de Igualdad con sonoras meteduras de pata que llevaron al PSOE a ningunear su nefasta Ley de Igualdad y Diversidad Sexual presentando en el Congreso otro texto alternativo. Desde entonces, la flamante titular que se sienta en el Consejo de Ministros está prácticamente desaparecida y, al igual que su narcisista marido, no asoma el rostro para visitar un hospital, solidarizarse con las víctimas de la pandemia o consolar a los pacientes guaridas civiles que se congelan mientras custodian su lujosa residencia en Galapagar. Es la doble vara de medir de una izquierda chavista y trasnochada.
Con escasa formación profesional y nula experiencia de gestión, en ningún país serio de nuestro entorno una mujer como ella habría llegado a ser ministra. Pero aquí ya se sabe, cuanto más mediocre mayor ascenso político. Nacida en Madrid, hija de un empleado de mudanzas y una educadora, Irene Montero presume en su currículum de haber estudiado Psicología y trabajar de cajera en una tienda de electrodomésticos. Durante cinco años vivió en Chile y a los quince se afilió a las Juventudes Comunistas. Su entrada en Podemos se produce en 2014 de la mano de Rafa Mayoral desde la plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), dónde ambos eran activistas. Su subida fue rápida como miembro del Consejo Ciudadano, diputada y jefa de gabinete de Pablo Iglesias. Como portavoz en el Congreso fue un auténtico desastre y sus intervenciones en la tribuna están plagadas de errores. De temperamento histriónico y lenguaje excesivo, entre los críticos entonces liderados por Íñigo Errejón y la ex pareja del adorado líder, Tania Sánchez, era conocida como «la papagaya».
Pero hete aquí que Iglesias rompió con la rubia Tania y formalizó su relación con Irene. Fue entonces cuando se convirtió en madre de dos mellizos prematuros, Leo y Manuel, y una tercera hija, Aitana, a la que enseñaban en asambleas o manifestaciones callejeras. La pareja inició su ascenso social y llegó la polémica del lujoso chalet de Galapagar, que les forzó a consultar a las bases de Podemos su permanencia en la dirección. Muchos dicen que hubo un fraude de campeonato en las votaciones favorables, similar a los nombramientos de la Asamblea Ciudadana de Vistalegre II, los contratos turbios con la consultora Neurona, la financiación irregular de la formación morada y las conexiones con el régimen chavista de Venezuela. Pero Pablo e Irene se han pasado todo por el forro y han seguido con su cambio de vida, integrados ya en esa casta de la que tanto renegaron. La pareja ha tenido un revés judicial al no prosperar sus denuncias por acoso contra un vecino de Galapagar y el movimiento feminista acaba de pedir la dimisión de la ministra de Igualdad por traicionar sus principios. Nada es ya lo que fue.
La polémica les persigue y hasta una de sus escoltas denunció a Irene Montero por vulneración de derechos y obligarla a tareas de recadera fuera de sus obligaciones, como limpiar la casa, comprar comida para los perros o hacer de chófer de la familia. Pero con el mejor estilo de la izquierda lograron taparla la boca con un acuerdo económico. Las lindezas de la señora ministra, una vez instalada en su despacho oficial que ha llenado de colaboradoras radicales, algunas declaradas lesbianas como Boti Botero, Directora de Diversidad Sexual y LGTB, muy bien pagadas y llenas de odio casi contra todo, han sido muchas: «Soy conservadora en las relaciones sexuales». «Pablo no es un macho alfa». «Soy heterosexual, pero he probado de todo…». Un rosario de perlas dialécticas que revelan su falta de formación y escasa preparación intelectual. Su nefasta Ley de Igualdad fue muy criticada por varios ministros socialistas del Gobierno y les obligó a presentar en el Congreso otro texto alternativo.
En su etapa de activista se encaró con varios medios de comunicación por criticar su denuncia de una subida abusiva de alquiler contra una familia que iban a desahuciar. La lideresa de Podemos lanzó toda una cacería contra la propietaria frente a los inquilinos que llevaban un año sin pagar. Eran los tiempos de la demagogia populista de la que ahora ya, ni ella ni su adorado Pablo Iglesias, se acuerdan. La buena vida, los dóciles escoltas, el coche oficial y la caterva de guardias civiles que les protegen en su mansión de Galapagar gratifican mucho. La pareja no ha cesado de denunciar por acoso a sus vecinos, que sufren las medidas de seguridad en un remanso de paz en pleno Parque Natural de Guadarrama. Las malas lenguas comentan que podrían estar buscando una vivienda aún más lujosa y recóndita, que preserve la intimidad de estos comunistas de doble vara.
Tras una irrupción como ministra de Igualdad en varios semanarios del corazón, como Vanity Fair o Diez Minutos, en las que posaba con vestidos de alta costura, bien maquillada y peinada, al más puro estilo de una niña bien, Irene Montero se ha eclipsado. Dicen que tiene en la vicepresidenta Carmen Calvo, gran zarina del feminismo, una enemiga que no la perdona haberle arrebatado las competencias de la igualdad de género. Sea como fuere, lo cierto es que Montero ha optado por un perfil bajo, en un momento muy complicado judicialmente para Unidas Podemos. Mientras su pareja, el idolatrado líder y vicepresidente Pablo Iglesias, no para de meter en líos al Gobierno, su señora permanece ausente. Alguien debe haberla dicho «Irene, calladita estás mejor».
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