Seriéfilo

Iglesias, “showrunner” de su propio relato

El líder de Podemos consume series de forma compulsiva, las recomienda y las usa como herramientas de su propio análisis

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, (dch), saluda al rey Felipe VI y le entrega una colección de 'Juego de tronos' durante la visita del monarca a la Eurocámara en Bruselas
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, (dch), saluda al rey Felipe VI y le entrega una colección de 'Juego de tronos' durante la visita del monarca a la Eurocámara en BruselasSergio BarrenecheaEFE

En su día, pensadores como Giovanni Sartori y Jean Baudrillard ya vaticinaron que, por culpa del consumo televisivo, nuestra habilidad para formar ideas y entenderlas acabaría anulada, y la búsqueda permanente del entretenimiento determinaría nuestra aproximación a la opinión pública y hasta a nuestros problemas más inmediatos. Llegados a ese punto, tendría sentido que nuestros líderes se presentaran ante nosotros como personajes de una ficción llena de drama, épica y piruetas argumentales suministradas por capítulos. Seguro que les suena familiar.

Es inevitable señalar a Pablo Iglesias como uno de los principales responsables de la introducción del léxico y las estrategias dramáticas propias de la ficción televisiva en el discurso político. El líder de Podemos consume series de forma compulsiva, las recomienda, las usa como herramientas de análisis; además, ha hecho de la sorpresa narrativa una constante de la política del partido. Y por eso resulta tentador asumir que, hasta cierto punto, esos referentes televisivos condicionan su conducta pública.

Sin ir más lejos, cuando hace dos semanas anunció que abandonaba la vicepresidencia para encabezar la candidatura del partido cara a las próximas elecciones en la Comunidad de Madrid, numerosos analistas políticos explicaron su decisión usando términos como Giro de Guion o «Cliffhanger» –anglicismo referido a ese recurso narrativo diseñado para dejar al espectador boquiabierto al final de un episodio–; «Madrid no es una serie de Netflix», lamentaba al respecto la candidata de Más Madrid, Mónica García, y mientras tanto el título de una de HBO empezaba a estar en boca de todos.

Descrita en su día por Iglesias como una «obra maestra» –se la había recomendado Pedro Sánchez–, «Baron Noir» se erigió en significante de la situación no solo porque relata las luchas de poder en el seno de una formación de izquierdas. Su protagonista, Philippe Rickwaert, es un político dispuesto a hacer lo que haga falta para asegurarse el poder –en su caso, alcanzar la presidencia de Francia–, y que tras ser arrinconado por los suyos decide vengarse; un tipo que seduce al electorado con su retórica y haciendo alarde de cercanía con el pueblo, que interpreta las situaciones con lucidez excepcional y se las arregla para tomar siempre sus riendas. No es posible saber si Iglesias estaba pensando en Rickwaert cuando, enfrentado a la probable salida de su partido de la Asamblea de Madrid y a su propio malestar dentro del ejecutivo central, decidió presentarse como la gran esperanza de la izquierda contra Isabel Díaz Ayuso y la ultraderecha. Sea como sea, seguro que le gustó ser mencionado en la misma frase que él.

El espejo imposible

Cuando en 2015 la serie danesa «Borgen’ empezó a ser mencionada al hablar de Podemos y de lo que entonces se conocía como centroizquierda en general, muy pocos la conocían y aún menos la habían visto –su audiencia ha aumentado desde principios del año pasado, cuando sus tres temporadas se incorporaron al catálogo de Netflix–; su protagonista es Birgitte Nyborg, que se convierte en la primera mujer en alcanzar el cargo de Primer Ministro en Dinamarca tras unas elecciones en las que su agrupación acaba tercera en número de votos y que, por tanto, por entonces se convirtió en algo parecido a una superheroína para los representantes de la autoproclamada nueva política.

Dos años después, a tiempo para las elecciones a la presidencia de Cataluña, Iglesias bautizó a Xavier Domènech, candidato de Catalunya en Comú, como «el candidato Borgen»; a su juicio, era el único capaz de dialogar con los partidos independentistas y con los llamados constitucionalistas. A decir verdad, todos buscaban ser la versión local de Nyborg, como si aquella campaña no estuvira marcada por el tipo de vetos y líneas rojas que impiden cualquier forma de consenso.

La respuesta está en Poniente

Incluso antes de aquel día de abril de 2016 en el que aprovechó una visita de Felipe VI al Parlamento Europeo para regalarle una copia en blu-ray de las cuatro primeras temporadas de «Juego de Tronos» –gracias a ellas, afirmó, el monarca obtendría «las claves para entender la crisis política en España»–, Iglesias ya llevaba tiempo pregonando su devoción por la ficción de HBO. En sus años como profesor en la Complutense, después de todo, había coordinado la publicación de «Ganar o Morir: Lecciones políticas en Juego de Tronos» (2014), que usaba las intrigas relatadas en la serie para justificar la eclosión de Podemos en una España corrupta y necesitada de una regeneración urgente, y su lucha por la toma del poder.

Desde entonces el líder de la formación morada ha declarado en repetidas ocasiones que, entre todos los habitantes de los Siete Reinos, su favorito es Tyrion Lannister. Es un hombre inteligente, muy hábil con el sarcasmo y especialmente dotado con el don de la palabra, y por tanto tiene sentido que Iglesias se identifique con él. En «Ganar o Morir», en todo caso, Podemos declaraba reconocerse en otro personaje, Daenerys Targaryen –también conocida como Khaleesi– una revolucionaria decidida a romper con lo establecido en pos de un modelo de Estado más justo y que, episodio tras episodio, «consigue reunir un gran poder, y es gracias a ese poder como consigue apuntalar y acrecentar su legitimidad». Entonces aún faltaba mucho para que, en los últimos compases de la serie, Khaleesi se sirviera de esa legitimidad para masacrar y convertirse en tirana.

Política de choque

A lo largo de los 65 episodios que pasó al frente de «House of Cards», Frank Underwood se confirmó como un político astuto y despiadado, y tan hambriento de poder como dispuesto a recurrir a la manipulación, la venganza y hasta el derramamiento de sangre para saciar ese apetito. Por supuesto, Pablo Iglesias no ha matado a nadie -que se sepa-, pero eso no ha impedido que se le comparara frecuentemente con aquel carismático villano. Sucedió, por ejemplo, en enero de 2016, cuando se reunió con Felipe VI y acto seguido ofreció al PSOE –en rueda de prensa y sin avisar antes a Pedro Sánchez-–una propuesta envenenada de gobierno de coalición en el que él mismo ostentaría la vicepresidencia.

Dos meses después, mientras Netflix emitía la cuarta temporada de «House of Cards», Iván Redondo publicó en la prensa una conversación imaginaria entre Underwood e Iglesias, y este último la disfrutó tanto que, un mes después, invitó al analista político –por entonces aún no ejercía de ‘spin doctor’ de Sánchez– a su programa televisivo «Otra Vuelta de Tuerka». Durante la charla, uno y otro debatieron sobre la serie, se apasionaron comparando la política con el ajedrez, se recrearon en sus respectivas capacidades para la oratoria y el análisis –psicológico, sociológico, demoscópico– y se hicieron mucho la pelota. Seguro que por entonces ya daban por hecho que tarde o temprano se batirían en combate, y que ambos harían uso de las enseñanzas de Underwood -sobre uso de los medios, sobre chantaje, sobre escenificación- para librarlo. Sean ellas la inspiración de su último movimiento o sea «Baron Noir», el 4 de mayo Iglesias tendrá ocasión de comprobar hasta dónde llega su talento como «showrunner».