Inmigración

La solidaridad de los canarios: «No podíamos mirar para otro lado»

La familia de María y Samuel acoge desde hace un mes a Bamba, un joven senegalés que llegó en patera a las Islas Canarias y que quiere ir a Galicia donde le espera un familiar

REPORTAJE INMIGRANTES EN GRAN CANARIA
REPORTAJE INMIGRANTES EN GRAN CANARIASergio Bolaños Galván.©SERGIO BOLAÑOS

Dicen que cuando las cosas se ponen complicadas la Sociedad siempre sale al rescate. Bamba llega a casa después de haber visitado a otros compañeros senegaleses que están en Gran Canaria después de haber viajado también en patera y que están en una situación parecida a la que a él le tocó vivir hace unos meses. «Hay muchos, Mamá», dice. Después de pasar por hoteles y campamentos, decenas de ellos están viviendo ahora en la calle por el temor a ser deportados. Con una sonrisa tímida saluda a María y a Samuel, a quien de forma cómplice le dice «Señor». Con un choque de puños, a Saúl, quien ahora es como su hermano pequeño. María, Samuel y Saúl son su familia de acogida desde hace un mes.

Bajo una intensa tarde de calima charlamos con ellos en el porche de la casa, ubicada en un barrio residencial de Santa Brígida, muy cerca de la capital grancanaria. Todavía golpea en la retina la imagen de la niña maliense siendo reanimada por dos voluntarios de Cruz Roja en el suelo del muelle de Arguineguín tras haber llegado en parada cardiorrespiratoria. De nuevo Arguineguín. De nuevo la tragedia. A pesar de los primeros auxilios, y tras cinco días en estado crítico, la bebé fallecía en la UMI del Hospital Materno-Infantil. Viajaba con su madre y su hermana.

La ruta canaria es una de las más peligrosas para la migración. En 2020 se cobró la vida de 1.851 personas; y en lo que va de año ya han fallecido 29 más. El perfil de la inmigración que ha llegado en los últimos meses ha sorprendido a las propias ONG. Cada vez más, mujeres y menores.

María se emociona cuando mencionamos ese caso. «Yo no puedo hablar de los niños… Soy madre y pienso en cómo estará (su madre) en estos momentos. Es terrible». Ella y su marido tienen memoria y conciencia social. Nos recuerdan otro momento, el del inmigrante muerto en la playa de Tarifa hace 20 años bajo la indiferencia de los bañistas que estaban en el lugar. «Nos lamentamos mucho de lo que está pasando, pero todos miramos para otro lado. Lo que estamos viendo aquí ahora es más o menos lo mismo».

La gestión de esta crisis migratoria ha sido criticada desde distintos ámbitos por la improvisación y descoordinación. La primera acogida en centros turísticos, fue polémica; y la segunda, en macrocampamentos mal acondicionados, también. De esta emergencia social ha surgido esta tercera: la organizada por los propios ciudadanos. De hecho, en el último mes se ha creado una plataforma centrada en la atención digna de estas personas, Somos Red, a la que esta familia se dirigió con la intención de ayudar.

Bamba es de Saint Louis, una de las principales ciudades senegalesas, con tradición en la pesca tradicional. Cuenta poco a poco su historia en francés con intentos de hacernos partícipes con algunas palabras en español. María a su lado, nos ayuda. Su madre murió cuando era pequeño y ahora su padre está enfermo. Él y sus hermanos dependen de lo que consiga de este otro lado para sobrevivir.

Por eso emprendió el viaje. A sus 23 años subió por primera vez a una patera, aunque desde que era un niño ha estado unido al mar trabajando en los buques factoría que faenan en aguas de Mauritania. Meses en alta mar en los que nunca llegaba a ahorrar dinero por un extraño círculo vicioso que esas mismas empresas crean.

En el cayuco iban con él 49 hombres y una mujer. Tuvieron suerte, ninguno murió. De las otras dos barquillas que salieron con ellos el mismo día, no supieron nada más. El mar silencia las respuestas.

–¿Qué piensas cuando ves el mar? –le preguntamos.

–Que no quiero volver. Hay riesgos, hay muertes –nos contesta.

Hablamos del futuro. Le preocupa, pero más el presente. El tiempo corre y él sigue sin poder ayudar económicamente a su familia en Senegal. Solo piensa en la «grande Espagne», como llama a la Península. Llegar allí a trabajar, a Galicia, donde le espera un familiar. Pero la política migratoria actual no le permite seguir su tránsito. Tres meses de incertidumbre. Del muelle de Arguineguín, a un hotel, y de ahí, a la calle. «Me dijeron de ir al campamento de Tenerife, pero a los que van allí los mandan de nuevo a sus países». Era eso, o la calle. «La calle no es buena», continúa. «Doy gracias a Dios y a María porque sin conocerme, me han ayudado».

Cuando la familia decidió que tenían que hacer algo más, y después de hablarlo entre todos, abrieron su hogar a Bamba. «Somos conscientes de que nosotros podemos hacer esto, pero todos podríamos ayudar dentro de nuestras posibilidades», explica Samuel.

Es una responsabilidad tenerlo en su casa, es evidente. «Pero la acogida no es una estructura creada, es una emergencia social. Nuestro mayor miedo es que cuando sale a la calle a pasear, a ver a sus compañeros, la policía lo pueda detener sin que esté haciendo nada, porque luego son deportados, y ni siquiera a su propio país».

Nos cuenta que siempre se habla mucho de ser solidarios, pero que éste era el momento. «No podíamos seguir mirando para otro lado. Él llevaba 10 días viviendo en las calles de La Isleta, en un barrio popular de la capital, donde está uno de los macrocampamentos. Fue todo muy rápido. En dos días ya estaba aquí».

Las miradas de los vecinos

La adaptación a un nuevo entorno, a una cultura, al idioma, incluso a la comida. Todo fue muy fácil. Es fácil hasta escucharlos cómo lo cuentan.

«Los primeros días, es verdad, se le notaba triste, quizás por el cambio que suponía estar lejos de sus compañeros, pero la convivencia está siendo muy buena. Agradece todo el tiempo, quiere ayudar, y hasta se ha puesto sus propias tareas».

La llegada de Bamba al barrio ha atraído la atención. Aunque es una zona residencial, donde se vive más de puertas hacia dentro, no son ajenos. «Notamos las miradas». María lo siente cuando dejan a su hijo pequeño en su colegio antes de llevar a Bamba a la parroquia donde le enseñan español. «No me preocupan esas miradas, me preocupa mi familia, y ellos están muy contentos con lo que estamos haciendo»

Los chicos se entienden entre ellos gracias a la tecnología, algo lógico entre los más jóvenes. Le han restaurado un móvil antiguo para que se comunique con su familia y no sienta desconexión con su entorno. Escuchan música, ven películas y comen juntos. Son una familia más.

Verlos así es entender que la ayuda, al final es mutua. Es un aprendizaje para ambos. Una relación fraternal que va más allá de las fronteras y las leyes de extranjería.