España

Los tiburones nos tienen calados

Rabat usa a los pobres como fichas en el casino. Con la esperanza de ganar puntos y la seguridad que confiere saber que tiene a Washington de su parte

A un lado, Europa, club de vals crepuscular pero confortable; al otro, África, comida por la miseria, el absolutismo y la disentería. Con las gónadas machacadas por los yihadistas y millones de jóvenes sin más futuro que esnifar pegamento, enrolarse en una milicia, practicar en el medievo que propone el radicalismo islámico o morirse de asco con los ojitos bendecidos de moscas. Como acabo de leer, lo raro no es que lleguen hasta nosotros, sino que no lo hagan más a menudo. Pero cuidado: los hombres que bracean son algo más que kamikazes. Los ha enviado Marruecos como soldados de una maniobra bien engrasada. Cuesta encontrar precedentes de un país dispuesto a sacrificar a los suyos con semejante impudicia. Todo vale contra España, que no ha celebrado la decisión de la Casa Blanca, cuando Trump santificó la anexión del Sáhara Occidental. Rabat usa a los pobres como fichas en el casino. Con la esperanza de ganar puntos y la seguridad que confiere saber que tiene a Washington de su parte. Joe Biden, que tanto mira a España con carita de embeleso, según la ministra heredera, sigue sin telefonear a Pedro Sánchez.

De paso le ha encasquetado un informe sobre derechos humanos del Departamento de Estado que pone en solfa la actuación de Moncloa respecto a la libertad de expresión. Tampoco piensa revertir las líneas maestras trumpianas respecto al Sáhara. En cuanto a Sánchez, anda tan ensimismado con los prodigios de 2050 que rehuye el presente. Frente a semejante carajal la prosa coach de Iván Redondo borbotea como el blandiblú en la marmita de un ridículo que no hay quinoa conceptual que arregle. Fernando Grande-Marlaska sostiene que Ceuta y Melilla son tan españolas como Madrid o Barcelona. Un gobierno grogui, con unos socios que apoyan la ruptura del Estado, promete defender la integridad territorial con el empeño ya demostrado en Cataluña. Su mensaje suena tan tranquilizador como una conferencia de autoayuda en la cubierta del Titanic. No descarten que del lado marroquí todo sea chantaje, buscando parné como Turquía. Desde 2017 a España se le ha puesto jeta de primo. Los tiburones, que lo saben, hacen cola para estrujarnos.