Jorge Vilches
Sin las siglas del partido
No se trata de meter el dedo en el ojo al sanchismo, sino de introducir la mano en su bolsillo para sacar de ahí todos los votos socialistas moderados que se pueda
El apoyo al PSOE esta semana en el Congreso puede sorprender a más de uno. Antes, la norma era hacer oposición dura en coherencia con la afirmación de que estamos ante el peor gobierno de la democracia. Ahora, la cosa ha cambiado. El estilo de Feijóo se ha impuesto. No se trata de meter el dedo en el ojo al sanchismo, sino de introducir la mano en su bolsillo para sacar de ahí todos los votos socialistas moderados que se pueda.
Esto obliga a tener un perfil gubernamental, que significa mostrar que se tiene un único fin: servir a la sociedad y al orden constitucional por encima de los intereses partidistas. Esto busca que los electores moderados del PSOE, en torno al 10 por ciento, se tapen la nariz y voten al PP como mal menor para quitarse a Sánchez del peso de sus conciencias, o al menos llevarlos a la abstención.
Los populares suman a esto un sentido tecnocrático; es decir, que lo importante es cazar ratones, no el color del gato. De hecho, Moreno Bonilla ha dejado en un segundo lugar el logotipo del PP. Es lo eficaz, dice, porque así lo aseguran las encuestas. Ya lo hizo Feijóo, si bien recibió críticas de una parte del partido al considerar que ocultar su pertenencia a los populares introducía una variable de distorsión. Sin embargo, Feijóo triunfó. Cuatro mayorías absolutas le avalan, y ahora es el líder modélico del PP.
El éxito de Feijóo en Galicia va más allá de las siglas. Se cifra en ser el gobierno conseguidor, tranquilo, de progreso lento y sin traqueteo emocional. Eso pretende Moreno Bonilla en Andalucía, donde la tradición izquierdista es tan fuerte que ni siquiera el descaro de la corrupción ha servido para hundir al PSOE en las encuestas.
El PP andaluz no piensa en una lucha ideológica porque los datos dicen que con ese tipo de contienda gana menos que si apela a la gestión al modo de Feijóo. Por eso Bonilla ha pedido autonomía para la campaña. No quiere que en Andalucía aparezca la dirección de Génova, porque eso resta la imagen de independencia para tomar decisiones propias, y le hace parecer sometido a directrices nacionales que no tienen por qué coincidir con los intereses andaluces. Tampoco quiere la presencia de Ayuso, más ideologizada y fervientemente antisanchista.
El contraejemplo es la campaña de Mañueco en Castilla y León, donde el candidato del PP quedó ensombrecido por Casado y Ayuso. Las encuestas le daban al inicio una subida considerable, cuando se pensaba en un Mañueco autónomo, un gestor propio volcado sólo en su tierra. Según aparecieron los políticos nacionales del PP, las expectativas disminuyeron. El resultado fue la pérdida de 50.000 votos.
Aquellas elecciones fueron uno de los motivos de la caída de Casado y García Egea, empeñados en la creación de un proyecto homogéneo encarnado en un líder, no en una confederación de taifas que reconocen la autoridad de Feijóo. El fracaso en aquella convocatoria alertó a los dirigentes territoriales, que consideraron que el plan centralista de Génova les haría perder el poder local. El resto es historia.
El 19-J es el primer experimento de la era Feijóo. La consigna es vender autonomía, gestión y moderación, donde el ajuste de cuentas se refiere solo a la contabilidad. La campaña apela a la emoción de tener renta disponible en el bolsillo, a la atracción de inversiones a costa de la fiscalidad suicida, a la convicción de que la gestión del dinero público va a la partida que lo originó y al empleo como la mejor política social.
Esto suena al PP de Rajoy, con mayor autonomía para la dirección local. Es muy posible que esta estrategia se salde con un éxito en las urnas, lo que será un alivio para los que cambiaron de opinión y apostaron por un giro en el PP.
✕
Accede a tu cuenta para comentar