Antonio Martín Beaumont

Estrategia fuera del Congreso

El gallego está en la cresta de la ola como político experimentado

«Hay que dejar que se cueza en su propia salsa. Si alzamos mucho la voz, les unimos a ellos en torno a su presidente», afirma un mandatario popular ante el sainete de errores que vive Pedro Sánchez. Pegasus, la rendición ante el victimismo independentista, la cesión a ERC sirviendo en bandeja de plata la cabeza de la directora del CNI, el achicharramiento de dos ministros referentes como Margarita Robles y Félix Bolaños por las escuchas de los teléfonos móviles del Gobierno… es un suma y sigue suicida.

Las últimas chapuzas gubernamentales son un serial que mantiene a los españoles enganchados. La Moncloa no consigue que desvíen su vista de la pantalla ni contraprogramando bajas para las mujeres por reglas dolorosas o aborto sin autorización paterna para niñas de 16 años. Ha pasado sin pena ni gloria el tope del precio del gas, a fuerza de manosearlo desde febrero. Las cortinas de humo no cuelan ya.

Los guionistas del presidente se quedan sin argumentos. Peor todavía, cada ocurrencia que pergeñan enfrenta a los suyos. Ahora no se pelean solamente con sus coaligados de Podemos o con los demás miembros del Bloque Frankenstein, la guerra se libra entre ministros socialistas. Sánchez saca adelante las leyes realmente importantes, las de interés general para España, como la de Seguridad Nacional, gracias al sentido de Estado de PP, Vox y Cs, pese a insultarles con formas que el respeto a la representación democrática debería aconsejar no usar a un presidente.

¿Significa esto que Alberto Núñez Feijóo debe sentarse a la puerta de Génova 13 a ver pasar el cadáver de su adversario? No parece ser la idea del nuevo presidente popular, que avanza sin demasiadas alharacas tejiendo su gabinete interno. Nunca se ha comportado así el dirigente gallego en sus años de carrera pública. No veo a Feijóo como un líder de la oposición ocupado solo en no cometer errores mientras espera «heredar» La Moncloa por los groseros tropezones de Sánchez.

Aunque sí creo que puede ser un vigoroso aguijón conseguir el poder logrando que parte de los votantes socialdemócratas templados del PSOE descontentos sumen sus votos al PP para acabar con el suplicio sanchista y otros, avergonzados, abandonen el barco para refugiarse en la abstención. Algunos pensarán que con eso le basta y sobra al Partido Popular. Pero las cosas no son como eran hasta hace unos años: los genoveses tienen a Vox a su derecha y deben tratar de recuperar a quienes un día optaron por sus papeletas. Además, la gente también desea representantes que ilusionen.

De cualquier manera, Feijóo, que ya desde hoy se sentará en su despacho con el único cargo de presidente nacional del PP, está en la cresta de la ola como político experimentado y sensato que puede tomar el timón en la gran zozobra. La agenda de Sánchez está llena de tachaduras. Ha entrado en esa fase en la que no le salen las cosas bien ni cuando rectifica. La famosa estrella napoleónica de la que suelen presumir los líderes y que les permite ganar batallas que todo el mundo da por perdidas ha sido fugaz en este caso.

Ya ni siquiera funciona el aparato mediático monclovita. Es muy complicado escribir un relato cuando los aliados quieren arrastrarte y que la foto de tu humillación la vea toda España. Sánchez cae por una empinada cuesta abajo llevándose por delante instituciones y profesionales. Un kamikaze, vamos. Escuchar sus crispadas intervenciones en el Congreso, oír cómo desprecia personalmente a quien no comparte su idea, son los estertores de un personaje público descontrolado.

E incluso eso se alía con Feijóo, pues no ser diputado, en lugar de ser un talón de Aquiles, le permite quedarse al margen de la crispación parlamentaria que tan mal sienta entre españoles moderados para, horas después, en rueda de prensa, darle la réplica como «voz solista» al presidente del Gobierno sin perderse entre el batiburrillo de los grupos que pelean por el minuto de gloria con frases altisonantes. En esta tarea, la oposición desde los medios, su pétrea directora de Imagen, Mar Sánchez, deberá jugar un papel clave.