Toni Bolaño
Sánchez prefiere Siria a Soria
En Andalucía, los números le harán añorar a Susana Díaz
El presidente se encuentra como pez en el agua en política internacional. Le apetecen los pulsos en Bruselas, los preparativos de la cumbre de la OTAN, asistir al Foro de Davos, buscar su protagonismo en la guerra de Ucrania o recibir, o ser recibido, por mandatarios europeos. Le gusta, y se le nota porque quiere llegar en loor de multitudes a la presidencia rotatoria de la Unión Europea y porque, quién sabe, labrarse un futuro fuera de la política doméstica si se confirman los malos augurios. A estas alturas nadie da un euro por la continuación de un gobierno de izquierdas –de coalición progresista dixit– en La Moncloa.
La política de casa le aburre. Y mucho. Consiguió la «excepción ibérica» en Bruselas pero de puertas adentro sigue siendo una entelequia por no estar aplicada. Mientras, el IPC se desboca, Pegasus ha enturbiado, aún más si cabe, la mala relación con los socios tanto los de dentro como los de fuera del Gobierno, solventar el caso de Cataluña le produce casi urticaria y la vida parlamentaria es un thriller de alto voltaje no apto para cardiacos. Todo se aprueba en el último minuto bajo ese criterio llamado por Zapatero «geometría variable» y por Sánchez «sálvese quién pueda». Eso sí, se aferra a la corrupción del PP en formato audios de Villarejo. No se ha dado cuenta que eso ya es pasado, que esa página se cerró hoy hace cuatro años, en el debate de la moción de censura. Lo que no es óbice para que lo escuchado sea nauseabundo.
Como le aburre, que vaya de mal en peor, no parece producirle desasosiego. Se fía de su buena estrella. No se inmuta cuando su equipo va a la deriva como un zombi buscando un refresco entre escombros y que para defenderse haya puesto en marcha el ventilador de culpas. Ni Félix Bolaños, ni Adriana Lastra, ni Oscar López, ni los asesores áuricos –esos que miran por lo suyo aunque parezca que miran por el bien general– se han mostrado eficaces. Menos mal que nos dijeron en julio de 2021 que volvía el PSOE a los mandos de la nave. Lo cierto es que el PSOE ya estaba, su secretario general era, y es, presidente. Lo único que marcaba la diferencia era el jefe de Gabinete, Iván Redondo. Lo señalaron como el culpable de todo y lo denostaron para subirse a los altares. Resultado: un auténtico fiasco. No hizo Sánchez un buen negocio dejando marchar a su chaleco antibalas haciendo caso a los «santitos sin pecado». Con este panorama, el presidente se refugia en Siria y no en Soria, una ingeniosa frase que dijo José Luis Ayllón al presidente Rajoy cuando tomó posesión como su jefe de Gabinete.
El presidente se ha puesto en modo avión. No quiere darse cuenta del desaguisado. En Andalucía, los números le harán añorar a Susana Díaz. Ni siquiera el PSOE tendrá en su mano una mayoría alternativa porque pinchan, y de qué manera, pero a su izquierda solo queda un erial. En España, los datos cada día son peores y las alarmas se han disparado en territorios y ayuntamientos. Queda un año para las elecciones y todo puede ir a peor.
La pasada semana, Sánchez flanqueado por Yolanda Díaz, nos deleitó con besos, abrazos y palabras de elogio mutuo para coser la última bronca. Nos dijeron que todo iba bien pero la salud de la coalición atraviesa un mal endémico. La paz ha durado poco. El presidente estuvo todo el fin de semana de charla con Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, preparando la cumbre de junio. Ayer acudió, junto al Rey, a la celebración del 40 aniversario de la entrada en la OTAN, pero lo hizo solo, sin ningún ministro de Podemos, ni siquiera Yolanda Díaz. La izquierda pierde fuelle entre los ciudadanos empeñada en matar a su Gobierno de coalición. Su única fórmula para seguir en Moncloa. Que ayer Podemos se ausentara no le hace bien a la imagen del Gobierno ni a la de España, pero sobre todo, pone palos en las ruedas al futuro que quiere labrarse nuestro presidente allende nuestras fronteras. Mientras, los problemas se acumulan y la casa sigue sin barrer. ¡Qué desfachatez!
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