José Manuel Gª Margallo
José Manuel García Margallo | Reinventar la OTAN
Los últimos acontecimientos han demostrado que hay que apostar por la autonomía estratégica de Europa
«Momentos estelares de la humanidad», de Stephan Zweig (1927) narra aquellos acontecimientos que marcan un antes y un después en la historia. La transición española es uno de esos momentos estelares porque a la muerte de Franco recuperamos las libertades y la democracia y pudimos aspirar a integrarnos en la CEE y en la Alianza Atlántica. Así, España se reencuentra con las democracias liberales occidentales de las que había estado alejada durante mucho tiempo.
El camino no estuvo igual de despejado en los dos casos. La integración en la CEE era una aspiración compartida por todos los partidos políticos, incluidos los eurocomunistas de Santiago Carrillo. La entrada en la OTAN no contaba con el mismo respaldo. Adolfo Suárez, preso de algunas obsesiones de su falangismo original, prefirió fotografiarse con Fidel Casto o Yasser Arafat antes que con Gerald Ford o Jimmy Carter. Lo de los socialistas todavía era peor. El XXVII Congreso de 1976 se despachó con una declaración que sostenía que «la sociedad internacional se caracteriza por la existencia de Estados explotadores y explotados así como por el enfrentamiento entre bloques político-militares, lo que se traduce en la división de la clase trabajadora a escala mundial, retrasando así su liberación total de las diversas formas de explotación económica, social y política». Por cierto, el Congreso exigía la autodeterminación del Sáhara Occidental y la reincorporación de Gibraltar a la soberanía española, cabalmente lo contrario de lo que ahora Sánchez está haciendo.
Leopoldo Calvo Sotelo fue el primero que se atrevió a desafiar estas reticencias con la radical oposición de Felipe González. Los socialistas se opusieron con todas sus fuerzas y Felipe se comprometió a revertir esa decisión si llegaba a la presidencia del Gobierno en la moción de censura de 1980 y concurrió a las elecciones de 1982 con el compromiso de convocar un referéndum nacional sobre la permanencia de España en la Alianza. Atlántica. Pero las cosas no se ven igual cuando estás en la oposición que en el gobierno y en cuanto llegó a Moncloa comprendió que no había color entre liberales y socialismo y se esforzó a fondo para conseguir que los españoles ratificasen la permanencia en la Alianza.
Los que nos equivocamos fuimos nosotros pidiendo a los españoles que se abstuviesen en el referéndum convocado, un error manifiesto porque un partido de centroderecha no podía ser neutral entre el comunismo y la libertad hasta que José Mª Aznar lo enmienda y culmina el proceso al pedir la integración de España en la estructura militar de la Alianza. Esta integración coincide con el desmantelamiento del Pacto de Varsovia y la desmembración de la Unión Soviética, sus adversarios naturales. La amenaza a las democracias libres viene entonces del yihadismo islamista. La Alianza tiene que reinventarse y prestar atención a áreas hasta entonces no prioritarias: Kosovo 1999, Afganistán 2001, Irak 2003 y Libia 2011.
En otro orden de cosas, muchos de los miembros del Pacto de Varsovia, aprovechan la debilidad de Yeltsin para ingresar en la Unión Europea y en la NATO, lo que contraría enormemente a los rusos cuya política tradicional ha estado presidida por un principio muy claro: mantener a sus adversarios occidentales lejos de sus fronteras. La irritación rusa va in crescendo a medida que Putin resucita su deseo de reconstruir el espacio exsoviético. Así, cuando Georgia manifiesta su deseo de entrar en la Alianza (2008), Putin apoya a las regiones separatistas de Osetia y Abjasia del Sur y cuando Ucrania se dispone a firmar un acuerdo de asociación con la UE en 2013 su reacción es aún peor y cristaliza en la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas del Donbass.
El último episodio es la invasión de Ucrania de 2022 pero a Putin el tiro le ha salido por la culata: si lo que quería era alejar a los aliados occidentales de su frontera occidental, ha conseguido lo contrario: Suecia y Finlandia neutrales desde 1815 y 1944 respectivamente, han pedido entrar en la Alianza y además Alemania ha tomado dos decisiones históricas: aumentar su gasto militar y exportar armas. La Alianza que estaba en muerte cerebral hace sólo dos años (Macron dixit) está hoy más fuerte que nunca.
Pero los últimos acontecimientos han demostrado algo más: la necesidad de apostar por una autonomía estratégica que nos permita hacer frente a las amenazas sobre los países europeos y las regiones en las que tenemos intereses, singularmente las fronteras orientales y meridionales de la Unión Europea, porque los americanos llevan tiempo mostrando la voluntad de no intervenir salvo que su seguridad nacional esté amenazada, una actitud que obliga a reforzar el pilar europeo de la alianza. Ni que decir tiene que España debe reforzar sus anclajes europeo y atlántico para que podamos boxear por encima de nuestro peso, y ser relevantes en un mundo cada vez más divido entre grandes potencias, especialmente China y EE UU. El presidente Sánchez debería aprovechar la próxima cumbre de Madrid para que Ceuta, Melilla y Canarias estén protegidas bajo el paraguas atlántico y hacer de Gibraltar y Rota una sola base militar para controlar el Estrecho. Claro que eso pasa por respetar la idea de la cosoberanía en materia de defensa entre el Reino Unido y España. Una idea que Sánchez parece haber pospuesto ad calendas graecas.
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