Jorge Vilches
Pesadilla en Moncloa
Lo que ha ocurrido en el PSOE va más allá de dicha regla: es el dictado de una sola persona. No hay un círculo oligárquico, como tenían Felipe González o Aznar, e incluso Rajoy
Lo dijo Sánchez antes de las elecciones de noviembre de 2019: «No dormiría por la noche, como el 95% de la gente, con Podemos en el Gobierno». Ahora él duerme, pero los demás no. El motivo es que no hay nada hecho por Sánchez en cuatro años que sea un beneficio para España. Ni en economía, sanidad, relaciones exteriores, defensa, infraestructuras, cohesión, educación o trabajo. El sanchismo es un relato, nada más. Todo se maquilla o se elude, y la gente lo sabe. Sánchez está acumulando derrotas en las urnas, como Castilla y León y Madrid, que con la de Andalucía pueden ponerle en una situación complicada. Si todavía existiera el PSOE de antes estos fracasos provocarían un congreso urgente para sustituir a Sánchez y evitar la desgracia territorial del socialismo en mayo de 2023. Esto no pasará porque el presidente se ha dedicado a dejar al PSOE como un erial para ponerlo a su servicio.
Ostrogorski escribió que los partidos tienden al mandato de una oligarquía, a la dictadura de un grupo sobre el resto. Es cierto. Ha pasado en todos, desde Cs a Podemos. Lo que ha ocurrido en el PSOE va más allá de dicha regla: es el dictado de una sola persona. No hay un círculo oligárquico, como tenían Felipe González o Aznar, e incluso Rajoy. Sánchez los cambia a su antojo, aunque se tiren por un barranco en sacrificio, como dijo Iván Redondo.
La inestabilidad de un Ejecutivo es muy mala compañía para una política ineficaz. Si a la negligencia unimos el baile de cargos que fracasan la sensación es que estamos ante un presidente cuyo único mérito es permanecer en la Moncloa, porque se lo permite la ley. El problema de Sánchez es que la gente no lo relaciona con aciertos, sino con errores, mentiras y humillaciones. No es para menos. Los nacionalistas le apoyan para sacar una ventaja egoísta, y de ahí la alegría de ERC y Bildu al ver a Sánchez en Moncloa. Nunca un gobierno había convertido al rupturismo catalán en el gran poder de España, ni blanqueado de forma tan insultante a los terroristas. Incluso Carmen Calvo dijo este 3 de junio que ERC es preferible al PP porque «es un partido de izquierdas».
No ha sido menor el deterioro del papel de España en el orden internacional. La política confusa con Ucrania, los insultos a Marruecos y a Argelia, con un líder terrorista de por medio, la amistad con la dictadura de Venezuela, y las manifestaciones contra la OTAN y a favor de Putin, justifican que Biden no se fíe de Sánchez. Además, a sus aliados, como Podemos, ERC y Bildu, les encantaría una victoria de Putin, asumiendo, además, que el nacionalismo catalán, sostén de Sánchez, estuvo en relaciones con el dictador ruso en torno al golpe de 2017.
Esa degradación es también institucional. Los insultos al Rey y a la Monarquía han sido lamentables. La portavoz del Gobierno de los 130.000 muertos por Covid dijo que el rey Juan Carlos no ha pedido perdón. En fin. O el menosprecio a las Cortes, al CGPJ, a la Fiscalía y a otras tantas. La economía, además, es un desastre. En los últimos cuatro meses han cerrado 12.000 empresas, y el Gobierno se dedica a maquillar el paro con nombres nuevos y subvenciones que no mueven el empleo.
La inflación ha alcanzado niveles incompatibles con el relato sanchista cuando se va al supermercado o a la gasolinera. Cualquiera ve que la pérdida de poder adquisitivo es alarmante. Tampoco se ha ejecutado el presupuesto de dinero europeo para agilizar la economía, mientras nos machaca a impuestos. La educación se ha destapado como una fábrica de sanchistas, despreciando al profesorado y la formación. Y esto sin olvidar los falsos estados de alarma para gobernar por decreto, y la negligente gestión de la pandemia, porque decir que «no se podía saber» ya no cuela.
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