Nueva York

Sexo en Nueva York

No es un crítica de género sino a la falta de congruencia

No son Carrie Bradshaw, ni Samantha Jones, ni Miranda Hobbes, ni Charlotte York. Ninguna es columnista semanal en el New York Star. Ninguna es fetichista de los zapatos Manolo Blahnik, Jimmy Choo o Louboutin. Ninguna es corredora de arte ni creyente de los príncipes azules. Ninguna es abogada de éxito y ninguna se dedica a las relaciones públicas.

Pero casi lo parecen por las fotos subidas en la redes sociales, donde se las ve posando en Times Square, en la Séptima Avenida, rodeadas de banderas americanas, o en las escaleras del Memorial a Lincoln en Washington. Ellas son Irene Montero, Ángela Rodríguez, Isabel Serra y Lidia Rubio. Ministra, secretaria de Estado, asesora y directora de gabinete que, en plena Cumbre de la OTAN en Madrid, y tras ser humillada Doña Irene, por su compañera Isabel Rodríguez, ministra portavoz, quitándole la palabra en tres ocasiones para que no se pronuncie sobre la masacre a los emigrantes que intentaron saltar la valla de Melilla, emprenden un viaje a Estados Unidos. No se desplazan en línea regular sino en un Falcon del Ejército del Aire, como si fueran las protagonistas de Sexo en Nueva York 2 que viajaban a Abu Dhabi, invitadas por un jeque con todos los gastos pagados, en la línea aérea privada que disponía el millonario.

Esto no es una crítica por discriminación de género, es una crítica a la falta de congruencia de nuestros políticos de Podemos que presumen de extrema izquierda pero abrazan el capitalismo, que presumen de transporte público y no se bajan del coche oficial, que presumen de viajar en clase turista y usan el Falcon, aunque el programa y la importancia del viaje no lo merezcan. Sexo en Nueva York, considerada una serie del culto, es una comedia dramática y romántica que, en versión española, se asemeja más a una tragicomedia.