Antonio Martín Beaumont

El soufflé morado

Los ministros con peso –Nadia Calviño, María Jesús Montero y Margarita Robles– han ordenado hace tiempo a sus equipos «zafarrancho de combate»

Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Contigo, porque me matas, sin ti, porque yo me muero. Este estribillo de una popular canción resume a la perfección el clima que viven en estos días los despachos nobles de La Moncloa. Sin duda. Se esperaba que el soufflé de la Cumbre de la OTAN se esfumaría rápidamente, pero en el Partido Socialista y en el «Ala Oeste» monclovita confiesan que no habían previsto una rebelión de Unidas Podemos tan visceral... y tan impostada. Menos aún, claro, en vísperas del tan esperado debate sobre el estado de la Nación.

El sanchismo –agonizante– es víctima además de la atomización, como nunca antes, de las diferentes «sectas» que lo integran. Primero, porque el propio Partido Socialista se ha vuelto a escindir en dos por la extravagante Ley de Memoria Democrática pactada con Bildu por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Lo que ha provocado que la vieja guardia y los barones vuelvan a tener la sensación inquietante de que el presidente cruza todos los límites en año preelectoral. El pánico es el pan nuestro de cada día entre los futuros candidatos.

Segundo, porque hace tiempo que el ala morada no es un «socio único», sino la coalición de los intereses contrapuestos de Ione Belarra y Yolanda Díaz. Tan es así, que en estas últimas horas se ha hecho público el esperpento de que la vicepresidenta exigiera la reunión urgente de la comisión de seguimiento del pacto de Gobierno –en la que está Podemos–, para aguar la cita poco después fiando la «paz» a un cara a cara personal con Sánchez. Así están las cosas en Unidas Podemos. Y ello, a escasas horas que Díaz desvele por fin su proyecto en un acto en el que ha vetado expresamente la presencia de la propia Belarra, Irene Montero y Pablo Echenique. «Sumar» se llama la iniciativa. Tiene guasa.

Los ministros con peso –Nadia Calviño, María Jesús Montero y Margarita Robles– han ordenado hace tiempo a sus equipos «zafarrancho de combate».

Sus colaboradores echan horas extras buscando «papeles», resumiendo en fichas y perfilando argumentarios para que Sánchez suba el martes a la tribuna del Congreso con un aluvión de datos. Sin embargo, la sensación generalizada que cunde en la calle y cala en las sedes socialistas de pueblos y ciudades es que el avión se tambalea peligrosamente mientras la tripulación, en la cabina, se pelea por el botón que apretar.

Los dirigentes de Ferraz y los altos cargos del «ala socialista» se han acostumbrado a vivir en un continuo sobresalto. Su primer objetivo cada mañana es sobrevivir al caos o apagar el incendio de la jornada. Cortoplacismo puro y duro. Y en el peor momento, cuando la grave crisis y lo que se avecina en otoño exigen luces largas. En la coalición todo el mundo mira a su alrededor buscando quiénes son los responsables de tales dislates. En el PSOE los señalados son Félix Bolaños y Adriana Lastra. Su misión de engrasar relaciones con sus socios ha fracasado. Y ese fue el encargo expreso que ambos recibieron de Sánchez en el 40º Congreso Federal. Tampoco Óscar López, jefe de gabinete del presidente, sale airoso.

Sánchez está atado de pies y manos ante el ruido y la furia de Podemos con la excusa del gasto militar, señuelo con el que los morados pretenden resucitar a unas bases que cada día que pasa están más a la fuga.

Aunque casa mal el discurso anti-OTAN con Irene Montero y sus colegas haciendo turismo pagado en las calles de Nueva York montadas en un Falcon militar. No es raro, lógicamente, que en tan convulso ambiente algunos dirigentes socialistas evoquen una renovada «Ley de Murphy»: «Todo lo que puede ir mal, va mal. Pero, en la coalición, todo lo que pueda ir a peor, irá a peor». Así está el ánimo en torno a Sánchez y sus 22 ministros. Palabras mayores.