Opinión

Dales caña, Alfonso

El felipismo causó enorme estropicios, pero es preciso reconocer que aquella generación hizo un esfuerzo por modernizar el PSOE

El expresidente del Gobierno Felipe González dirigiéndose al público en el acto organizado por el PSOE para conmemorar el 40 aniversario de la primera victoria electoral socialista en 1982 en FIBES, ayer, en Sevilla.
El expresidente del Gobierno Felipe González dirigiéndose al público en el acto organizado por el PSOE para conmemorar el 40 aniversario de la primera victoria electoral socialista en 1982 en FIBES, ayer, en Sevilla.Festival de MéridaEuropa Press

Cuarenta años después, 202 diputados, la mayor victoria electoral de la democracia que generó una hegemonía de casi quince años, para luego cobardear en tablas. Da pena escuchar a Felipe González un discurso blando sobre la paz y la convivencia cuando se tiene al lado a quienes la están dinamitando.

Gónzalez no tenía nada que perder contando el camino suicida del PSOE, salvo la vergüenza. Lo cierto es que en 2019 apoyó la coalición Frankenstein por preferirla a la coalición «Francostein», en referencia a un Gobierno del PP con Cs y Vox. Tuvo en contra a Rubalcaba, a quien, sin santificar, hay que reconocer que vio venir el desastre.

El viejo presidente del PSOE se ha tragado entero el menosprecio y los insultos de los socios de Sánchez. Es triste que no diga nada a los que pactan con quienes llaman «fascista» al PSOE de los ochenta. El lenguaraz Gabriel Rufián, socio preferente de Sánchez, llamó «fascista» a González el 19 de junio de 2020 en sede parlamentaria. Y Pablo Iglesias, el socio de coalición, dijo que «tiene el pasado manchado de cal viva».

El felipismo causó enorme estropicios, pero es preciso reconocer que aquella generación hizo un esfuerzo por modernizar el PSOE y acercarlo al sentir de la mayoría de españoles.

Aquel PSOE que hoy llaman «fascista» cumplió su misión histórica de liquidar al envejecido PSOE del exterior, que no se enteraba de nada, de abandonar el marxismo por anticuado y el republicanismo por guerracivilista y rupturista. Se sumó a regañadientes a los Pactos de la Moncloa, pero lo hizo, y estuvo en la comisión constitucional, participando así del espíritu de conciliación que hizo de la Transición un momento positivo de la historia.

Por contra, el PSOE de Sánchez ha asumido el populismo como estilo, hace guiños a la República y pacta con los rupturistas. El sanchismo no entiende de conciliación entre constitucionalistas.

Todo lo contrario. Este PSOE se basa en el engaño, como ha demostrado en la negociación del CGPJ.

González trató de modernizar la economía y la sociedad española, e integrarlo en los grandes foros internacionales, como el Mercado Común y la OTAN. Todo esto se acompañó de una corrupción que parecía sin igual hasta que nos hemos enterado de los ERTE en Andalucía y de lo que ha robado la familia Pujol. A esto sumó el terrorismo de Estado con los Gal, que acabó llevando a la cárcel a Barrionuevo, ministro del Interior, y a Rafael Vera, secretario de Estado de Seguridad.

Esto último ha sido lo que ha provocado que algunos dirigentes territoriales del PSOE no aparecieran en el homenaje a Felipe González. Me refiero a los que están a partir un piñón con Bildu en su comunidad foral. Tampoco han ido por «problemas de agenda» –el comité de excusas brillantes está de puente– aquellos «barones» que no quieren una foto con Sánchez antes de mayo de 2023, como Lambán y García-Page. La ausencia de otros es simplemente porque están en lucha contra el dictado de Sánchez por pura supervivencia, como Ximo Puig.

Entre cañas y barro, González ha guardado silencio hablando como un candidato a mister universo. Era el momento de formar parte del paisaje. Por eso no han querido que Alfonso Guerra estuviera presente. A González le controlan. A Alfonso Guerra, no. Al primero le ata el pasado y el patriotismo de partido. Al segundo le pierde quedar por encima y obtener un titular.

El sanchismo no quiso que Guerra estuviera allí estropeando la fiesta de Sánchez, robando plano y protagonismo al líder máximo. Los socialistas no deseaban tener a un político ya curtido, siempre dispuesto a hacerse notar, escuchando en primera fila, sonriendo en silencio, a la espera de que alguien entre el público le gritara como en la Transición: «Dales caña, Alfonso» y que Guerra dijera la verdad sobre el PSOE de hoy.