Perfil

Ada Colau: de agitadora callejera a casta

Ha convertido una ciudad atractiva en decadente y gris

Ilustración
ColauPlatón

Se considera ganadora y piensa que no tiene alternativa. Pero nunca en Barcelona se habían producido unos resultados tan ajustados en las elecciones municipales. La actual alcaldesa y aspirante a revalidar el cargo, Ada Colau, se mueve entre la soberbia de su partido, BComú, y el rechazo frontal de los sectores económicos y comerciales de la villa. «Cuatro años más de Colau serían el hundimiento total de una ciudad que fue emblemática», advierten destacados empresarios catalanes ante una gestión que ha sido penosa y totalmente agotada para el tejido productivo de la Ciudad Condal. Inspirada en un discurso de izquierda radical, abanderada de un falso ecologismo y paseada del brazo de su querida amiga Yolanda Díaz, la lideresa de Barcelona en Comú dice que solo contempla ganar estos comicios, cercada en los talones por el socialista Jaume Collboni y el candidato de Junts, Xavier Trias, sin aclarar para nada su futuro en caso de que no consiga revalidar el sillón consistorial. Tampoco desvela su política de pactos, a todas luces necesarios ante la imprevisible mayoría absoluta de ningún candidato. «Si no gano, el partido y yo decidiremos mi futuro», afirma Colau, aunque insinúa que su destino no pasará por Madrid.

Con su habitual demagogia invoca una mayoría progresista por encima de socialistas y republicanos. Destruye las iniciativas empresariales de la ciudad, rechaza la ampliación del aeropuerto de El Prat, asusta a posibles inversores, combate buenas infraestructuras bajo la acusación de negacionismo climático, persigue al turismo y mantiene su defensa del movimiento «okupa» tachando a los «desokupas» de la Bonanova de «auténticos nazis incitadores del odio». Los empresarios catalanes censuran sus mensajes utópicos, en los que la ciudad queda supeditada a lo colectivo frente a la iniciativa privada. Un planteamiento alejado de lo que necesita una Barcelona que fue cosmopolita y próspera en su actividad económica, social y cultural. «Una utopía radical absurda frente a la alternativa de un modelo de ciudad que mejore la vida de los barceloneses», dicen en estos sectores económicos e industriales de la ciudad. «O yo o el caos», amenaza Ada Colau, heredera de una pésima gestión, si bien añade, segura de su nueva victoria: «Yo tengo mi público».

La antigua activista contra la burbuja inmobiliaria y los desahucios deja una herencia desastrosa, que ahora pretende perpetuar. Un proyecto agotado que ha convertido una ciudad antaño atractiva en decadente, gris, enemiga de la iniciativa empresarial, comercial y turística. Su gestión es fuertemente criticada por sectores económicos y partidos de la oposición que denuncian un mandato perdido de espaldas a la seguridad, el buen urbanismo, limpieza, civismo y modelo turístico. Para ERC y Junts los ocho años de Colau son «la peor herencia para un futuro gobierno» y aventuran un fin de ciclo.

El candidato del PP, Daniel Sirera, vaticina que un tercer mandato de Colau «acabará de destrozar la ciudad en manos del populismo y la decadencia». Además incumple el código ético de su partido, que limita dos mandatos en el Consistorio. También se lo pasó por el forro al ser investigada por las subvenciones municipales a entidades afines, mientras la norma ética del partido establece la renuncia inmediata de cualquier cargo público ante la imputación judicial por delitos de corrupción, prevaricación, tráfico de influencias, sobornos, enriquecimiento ilegal, fraude contractual y malversación de fondos públicos. Colau se ve llena de méritos para ganar una tercera reelección y culminar la transformación de la ciudad. Muchos se echan a temblar.

Bajo el eslogan «Barcelona gana vida», asegura que es un honor repetir, defiende una ciudad «sana y sostenible», cuando la realidad aflora datos de violencia, suciedad, tapona la inversión, libertad empresarial y seguridad jurídica. Se mueve entre el lío de ayudas a entidades como el Observatorio Desc, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), de la que fue fundadora, o Alianza contra la Pobreza Energética, todas ellas vinculadas al partido de BenComú, incrementadas un setenta por ciento desde que los Comunes accedieron al poder municipal. Ada Colau Ballano pertenece a esa clase de agitadores callejeros que luego, por mor de la política, se entronizaron en la casta que tanto atacaban. Ella lo niega y uno de sus mayores enfados es replicar a quienes la acusan de haberse comprado un ático de lujo en el elitista barrio de San Gervasi. «Es un bulo total», pues asegura vivir en un piso de alquiler próximo al templo de la Sagrada Familia. Nacida en Barcelona, hija de padres divorciados desde los tres años, su padre Ramón Colau Ramí es publicitario ya jubilado y reside actualmente en la Isleta del Moro, Almería, dónde ella suele pasar los veranos. Su madre, Agustina Ballano, nacida en Almazán, Soria, trabaja en una inmobiliaria y tuvo con su nueva pareja otras tres hijas, Lucía, Clara y Alicia.

Ada se crió en El Guinardó, barrio inmortalizado en su novela por Juan Marsé. Estudió en la academia Febrer y comenzó Filosofía en la Universidad de Barcelona, carrera que no acabó. Tras una breve presencia televisiva, inició su activismo social en las protestas contra la guerra del Golfo y en el movimiento okupa, anti desahucios y por una vivienda digna en España. «Haré siempre vida de activista», decía en el año 2000. Conoció a su actual pareja, Adriá Alemany, licenciado en Económicas por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en los movimientos okupas, con quien fundó la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que aglutinaba protestas contra los desahucios ante los impagos contraídos con las entidades bancarias. Fue una gran agitadora hasta colaborar con el movimiento 15-M donde conoció al líder de Podemos, Pablo Iglesias, de quien ahora está distanciada.